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Las flechas de Guillermo Tell

Primero debían jugar, jugar mucho en sus círculos infantiles y sus jardines de la infancia, en las calles y los parques de sus pueblos y ciudades, sin cuidados excesivos ni miedos, sin correr jamás el peligro de que alguien les vendiera drogas o los raptara para usarlos como mercancía barata.

Guillermo Tell sí comprendió a sus hijos. Los enseñó y educó para que heredaran su destreza y su causa. Después les cedió la ballesta, y se puso, confiado, la manzana en la cabeza. Pero… la inmensa mayoría de aquellos hijos jamás apuntó hacia ellas, no por temor a fallar el tiro, sino por elemental respeto a su viejo. Otros, los que no aprendieron las lecciones de hidalguía y humildad, lanzaron hasta hoy sus flechazos al aire.

Los hijos de la Revolución corrieron los mismos riesgos que sus padres: los ataques terroristas, los sabotajes, los incendios, las bombas, las lanchas rápidas y la metralla desde el Norte, el peligro del ataque nuclear… Padecieron las enfermedades de la guerra biológica… Y nunca lo supieron.

Primero debían jugar, jugar mucho en sus círculos infantiles y sus jardines de la infancia, en las calles y los parques de sus pueblos y ciudades, sin cuidados excesivos ni miedos, sin correr jamás el peligro de que alguien les vendiera drogas o los raptara para usarlos como mercancía barata. El dolor más grande en sus cuerpos menudos lo sufrían los días de las vacunas. El dolor más grande en aquellas mentes tiernas era cuando sus “reyes magos” no podían complacerlos a plenitud, aunque se hubiesen portado bien todo el año.

No supieron entonces del bloqueo, ni de las agresiones, ni advirtieron cómo todo fue tornándose  más y más difícil y la magia desparecía de a poco. Sus padres (y la madre Revolución), como “la Vida es bella”, hicieron lo posible y lo imposible, para que en medio de la guerra sus hijos crecieran felices y sanos, porque aún tenían por delante las más duras tareas de sus vidas infantiles: a la escuela hay que llegar puntual, a forrar las libretas, a cuidar los uniformes y las pañoletas… Pero niño, mira cómo te has puesto esas rodillas… Ven mija, que te voy a hacer esa blusita que te prometí…  La luz viene ahorita, vámonos al portal que hay un fresquito riquísimo… Arriba, todos junticos: “Un elefante se balanceaaba sobre la tela de una araaaaña”… Ahora vamos, sin trampas… A La Habana ha venido un buque cargado de… En las noches de entonces brillaron más las estrellas que todos llevamos dentro.

Y fuimos creciendo… los exámenes: el mayor reto, y ay del que agarren haciendo fraude… ¿Los fines de semana?...  muchas veces… con los viejos a gozar en el trabajo voluntario, las otras a mataperrear de lo lindo por el barrio... ¿En el verano?... a la playa, a pescar en el río… ¡Sorpresa! A mamá le dieron una casa en Guanabo… Muchachos, papá está movilizado, pero este año vienen los primos y hacemos el campeonato de parchís… Y miren el montón de libros de aventuras que les compré en la libraría de la esquina…

Después vinieron las becas, las escuelas al campo… el primer beso, la primera bronca porque me quisieron trajinar la merienda…¿Y estos pelos de dónde salieron?… Niña, a partir de hoy ya eres mujercita, Pepe corre pa´ la farmacia… Mamá, ¿por qué mataron al Che?…  Hay un hidro-deslizador mortal en el Parque Lenin, y “peters” de chocolate en todas las esquinas… Fiebre porcina, no esperen puerco en diciembre… Jonrón de Marquetti dejó al campo a los yanquis… Al tío Arturo le dieron un Moskovich… Cien niños murieron por el dengue… A preparar buena jama cubana y muchos mojitos, que vienen los tíos de Miami, uhmmm, y no habían muerto para nosotros… Al médico lo mandaron pa´ Angola… Tumbaron un avión en Barbados…  Abrieron una tienda en chavitos… Prohibieron a Roberto Carlos, ponlo bajito… Dale brillo a los kikos, que hay fiesta en casa de María Elena, sin ponche, con la luz apagá… compóntela tú como el buey cansao…

Más recuerdos… y los antes y los después, la risa y el llanto se mezclan con el pre y la universidad en La Habana, con Reagan amenazando, un cubano en el cosmos… con Moncada en la escalinata… Los americanos desembarcaron en Granada… Me tiré una foto con Harry Belafonte en el Festival… Hay gente metía en la embajada del Perú… Mi primo el que está estudiando en la URSS se va a casar con una bola… Yo soñé con aviones que entre sí se mataban… ¿Te acuerdas del socio del Nacional que nos colaba en la sala de juegos?, se fue en una balsa y se lo comieron los tiburones… Se acabó la leche… Aquí el que no salte es yanqui…  Nos vamos pa´ Varadero en lo que sea, dormimos en la arena y a gozar todo el día, mamá ¡cóseme la truuusaaaaa!…

¿Y las fiestas de graduación? Caballero, qué buena está Ana María con ese vestidito corto, pero qué cheo el Rolo con esa corbata de su abuelo…  ¿Y los después?...  A Juanito lo cogió el servicio, dejó la facultad porque le dio la gana, lo mismo que Mandy, pero ese siempre quiso arreglar carros como su padre…  A Orestes lo mandaron a trabajar en remangalatuerca, dicen que ya se empató con una guajira por allá, pero Mariíta, que es brutísima, se quedó en La Habana, un palancón de su tío el de la guayabera estirá… Julia se fue del pueblo, dicen que está operando riñones en un hospital de Marianao y enamorá de un viejón como de treinta…

Así pasaron los años… Y pasaron las águilas por el mar, unas a representar a Cuba en otras tierras del mundo, a traer trofeos deportivos, títulos de doctorado, a repartir solidaridad, a dar la vida con el mayor desprendimiento… Otras lo cruzaron en lo que fuera, viajes cortos hacia el Norte, o largos hacia el Este, sin brújula de regreso a la vista. Hubo quienes no llegaron a ningún lugar, ni aquí, ni allá… Y están aquellos que aún no han puesto un pie fuera del archipiélago, la plaza férreamente cercada, a veces más, a veces menos aislada…  Todos formamos parte de la historia más reciente de nuestro país.

Cuba lejos y cerca a la vez. Muchos de los que partieron sin regreso aparente la respetan, se respetan a sí mismos, y enfrentan el destino escogido con la misma entereza y los conocimientos que adquirieron antes o después de su viaje. Sueñan frecuentemente con sus playas de ron barato, con los viejos más viejos, con sus primos y hermanos que se conforman con poco, con los socios del barrio y la escuela, que les miran de reojo y en silencio los tenis nuevos. Trabajan duro y ahorran para venir a verlos, para ayudar en los momentos difíciles, para cargar nuevamente sus pilas cubanísimas. Ponen amor por encima de diferencias y van labrando con decencia de hormigas el camino de sus familias nuevas. Sobreviven a la nostalgia, cíclica como la vida, al tedio de las noches más oscuras. El regreso definitivo a la semilla es el ser o no ser, la quimera que a veces se torna pesadilla.

Todo mezclado. Como excepción y regla, sobreviven también los que reniegan todo. Ellos no encuentran ahora la razón ni el culpable de sus fracasos del antes y el después, de su fastidio cotidiano por no llegar a donde fueron. Y se desesperan por regresar a esa Cuba que se inventan cada día, mezcla de los buenos recuerdos de antaño con los anhelos y oropeles de vitrina, que ellos mismos no alcanzan a comprar. Acumulan odios y recelos en el laberinto de lo imposible. Disparan como poseídos sus flechas al aire. .. Y las flechas regresan por gravedad, una y otra vez, sobre sus propias cabezas.

Mientras tanto, del lado de acá, los millones de hijos de Guillermo Tell, ya con las sienes encanecidas, andamos sin tiempo que perder, porque es bien duro y difícil llevar en nuestras manos las ballestas que nos confió el legendario guerrero. Aprendimos muy bien, con mil esfuerzos, cómo y hacia dónde disparar, aunque alguna que otra vez -las menos- fallemos humana y dolorosamente el tiro. Y volvemos a tensar, a cargar el alma y el arma cuantas veces haga falta.

Son las mismas flechas, las de Fidel, las que siguen llevando la eterna inscripción en sus puntas: ¡Patria o Muerte, Venceremos!