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Un poquito más…

Tomadas de Facebook.

El proceso de “acostumbramiento” o de “familiarización” con su consecuente disminución de la criticidad forma parte de los fenómenos reconocibles de nuestra vida cotidiana. Hasta las cosas que nos causan molestia pueden ser, y lamentablemente suelen ser con demasiada frecuencia, objeto de “acostumbramiento”, de adaptación, y con esto la sensación de molestia parece disminuir. Es un mecanismo cómodo, hasta en cierta medida beneficioso (claro, circunstancialmente), pero peligroso. La capacidad de adaptación es propia de todos y cada uno de nuestros analizadores sensoriales. Para bien y para mal. Incluido el sexto: no hablo del sentido común, porque como dicen es el menos común de todos los sentidos, sino de la mente. Un analizador sui generis, por su capacidad de reflexión y meta-reflexión. Capaz de mirar reflexivamente al mundo, y mirarse reflexivamente a sí mismo.

Hace algunos años, cuando escribí mi “Vale la Pena. Escritos con Psicología”, libro que tantas alegrías y buenos momentos me trajo, incluí un Posfacio. En él se narra la historia de un hueco, devenido casi en furnia, lo que en paralelo significa una molestia convertida en insensibilidad, resignación, adaptación acrítica. Algo que era un obstáculo, causa de irritación, llegó a convertirse en un elemento consustancial al barrio. Y dejo de molestar. Sencillamente paso a ser parte del escenario cotidiano… Normal (como dicen algunos muchachos en las situaciones más inverosímiles).

Entonces llamaba la atención: “La vida es sobre todo un proceso intencional. No somos vividos, sino que vivimos. Y para eso hay que asentir y dudar, afirmar y cuestionar, confirmar y negar. Es así como se construye un mejor ser humano, una mejor familia, un mejor centro de trabajo, un mejor barrio, una mejor ciudad, un mejor país”.

Durante el aislamiento sanitario se producen algunos estados psicológicos reconocibles personalmente, y reconocidos científicamente, que impactan sobre nuestros comportamientos. El factor psicológico es de vital importancia en este proceso, y desconocerlo sería en extremo peligroso.

Me permito, antes de avanzar, una pequeña digresión que considero necesaria. Con todo el respeto, uso la expresión aislamiento sanitario porque considero mejor definir el sentido real del aislamiento, su carácter sanitario, que correr el riesgo de inducir una inadecuada representación de ausencia de vínculos, de sociabilidad, presente potencialmente en la expresión aislamiento social, justo cuando más se necesita la socialización. Estar distantes, en asilamiento, no es estar para nada separados, ni negar el sentido social incluso del propio aislamiento. Como bien decimos: Cuidándome yo, te estoy cuidando a ti; cuidándonos cada uno de nosotros, nos cuidamos a todos. Esto es exactamente lo contrario de estar socialmente aislados.

En lo fundamental hemos estado llamando la atención sobre las alteraciones emocionales, las reacciones y estados emocionales, propiciados por la condición de aislamiento, a su vez construida por efecto de la existencia de la pandemia, de un peligro oculto (en el sentido literal: buena parte de los contagiados son asintomáticos). Hemos hablado de temores, ansiedades, angustias. También del estrés y del embotamiento sensorial, el aburrimiento, la tristeza, la depresión. No han faltado las sugerencias operativas de organización del tiempo, el manejo de los niños con más presencia en casa y sin salidas, las relaciones familiares en condiciones de máximos contactos, el abordaje de las situaciones con las personas mayores, la tercera edad. Hemos compartido enfoques sobre el afrontamiento en las instituciones que siguen trabajando, y con especial razón y énfasis en el apoyo al personal de salud que está en la primera línea de acción. Ellos están en condiciones de máxima vulnerabilidad, y requieren de un apoyo especial.

Digo “hemos”, porque ha sido toda una profesión, la psicología, que se ha volcado a hacer lo que le corresponde, todo aquello a lo que su vocación humanista la convoca. Hacer Psicología con todos y para el bien de todos.

Pero los procesos van cambiando. Y en cada momento emergen reacciones, comportamientos, que no solo tienen que ver con la pandemia, con el aislamiento en sentido general, sino con cómo el aislamiento mismo, mantenido por un tiempo, comienza a producir efectos contrarios a su invocación. A cierta altura del proceso de aislamiento, comienza a observarse una suerte de relajación, de disimulo, de ruptura en lo que a su acatamiento se refiere. La variable tiempo, modificando, impactando sobre las representaciones psicológicas y los estados emocionales. Al mismo tiempo se observa una modificación, disminución, en la percepción de riesgo, entiéndase aquí de la necesidad convincente de mantener dicho aislamiento.

Me atrevo a hipotetizar que es esta una de las razones por las que en los últimos días se percibe un incremento de la “circulación innecesaria” de personas, que al parecer han decidido flexibilizar el demandado aislamiento. No me refiero a los que nunca, en todas estas semanas de batalla contra la pandemia, han hecho voto por la integración, la solidaridad, la protección mutua, y han seguido exponiéndose al contagio, y a convertirse en sus multiplicadores. Tampoco hablo aquí de las necesarias salidas que hacemos, hasta con temor, para ir en busca de alimentos. Y que casi siempre terminan en una cola, pero no siempre en una forma protegida de hacer cola, sino en aglomeraciones peligrosas. Esta, a pesar del esfuerzo de las autoridades, ha sido una de las asignaturas con muy baja calificación en los procesos de cuidado, autocuidado, y protección. Mucho menos incluyo las imprescindibles salidas por necesidades de atención médica. Mi hija Claudia y su compañero, están embarazados, y claro que tiene que hacer el seguimiento médico de su salud, de su embarazo, tiene que ir al Hospital, al policlínico. Entre otras cosas para proteger su proceso de gestación, y que mi sexto nieto sea sano y feliz (me perdonan el chocheo emocional).

A lo que me refiero es a esas salidas que pudieran evitarse, que de hecho no hacíamos hace unas dos, tres semanas atrás. Esas, que como dije antes, evidencian una relajación de la norma, una flexibilización provocada por aquellos procesos psicológicos sobre los que quiero llamar la atención. A ver si logro dibujarlo con expresiones: “Déjame ver si llegó algo en la esquina” (la curiosidad sustituyendo a la necesidad); “Tengo… pero voy a ir a ver si consigo un poco más, y de paso salgo un poco” (la garantía de un stock, más allá de lo necesario, como justificación del movimiento migratorio… de la casa al exterior de la casa); “El calor está violento… este abril ha sido muy caliente, y mayo viene peor. Que va, si no salgo me ahogo” (la palabra del amigo Rubiera convertida en justificación para el callejeo).

Nadie se sienta evaluado. Todos sintámonos aludidos. Porque de lo que se trata es de que autoevaluemos si efectivamente, incluso sin darnos cuenta, hemos relajado nuestra norma de aislamiento. Si hemos dado por terminado el aislamiento férreo, y pasamos al disimulado, atendiendo a razones que ni lo justifican, ni lo aconsejan.

Las fases de los estados psicológicos que se producen durante el confinamiento, no tienen una relación lógica directa unilateral con la marcha de los acontecimientos. Por supuesto que están en estrecha relación, pero esta relación es aproximativa e individualizada. No todas las personas las viven del mismo modo, ni con la misma intensidad y sensación de alarma, tensión, etc. El propio efecto de nuestros estilos diferenciados de afrontamiento, puede traer consigo una percepción sobrevalorada de alarma, favorecida por una toma de consciencia tardía del problema, o una sensación de relajación por efecto de la disminución de la sensación de peligro que, sostenida en el tiempo, tiende a disminuir. Es decir, nos “acostumbramos” al peligro.

Podemos entenderlo claramente. Después de unas seis semanas de mantener el aislamiento (podría incluir las otras medidas de protección), y tener el merecido efecto de no estar entre los contagiados, ni entre los sospechosos, se genera (en algunas personas… esto no es una ley inexorable, como casi nada en el comportamiento humano) una sensación de “baja vulnerabilidad adquirida” que, lamentablemente, no es percibida solamente, ni tanto, favorecida por “el escudo protector” construido (la observancia de las medidas), sino por un supuesto mejoramiento de la situación. Entonces, escuchamos decir: “la cosa ya no está tan mala como al principio”, “los números están mejorando

Si la asociáramos a las medidas tomadas, entonces tendríamos que decirnos: “Hay que seguir asíen estricto”. Pero, lo que sucede, es que hacemos una “actualización perceptiva” basada en primer lugar en nuestro estado (yo estoy bien), y apañada por el paso del tiempo (ha pasado mucho tiempo), tiempo que ya comienza no solo a pasar, sino sobre todo a pesar (de hecho, ya nos parece que no pasa, o que pasa muy lento). Entonces la situación percibida (insisto, percibida) ya no es tan fuerte. Por tanto, menos fuertes pueden ser las medidas. Se produce así, una suerte de transposición categorial psicológica: determinados atributos singulares, son trasladados a categorías valorativas. Yo estoy bien, no me ha pasado nada, entonces la situación está bien, al menos está mejor.

En realidad, no hay nexo inevitable entre una cosa y otra. Pero es un nexo creado psicológicamente por la misma persona, y esto le da un máximo de credibilidad. No hay fuerza mayor que creer. Nuestras percepciones de la realidad (nuestros mapas mentales, representaciones, etc.), son el referente de lo real con el que los seres humanos construimos nuestros vínculos, definimos nuestros comportamientos, tomamos nuestras decisiones en primera instancia. Cuando alguien da una situación por real, ella se torna real en sus consecuencias comportamentales (Postulado de Thomas). Si creo que la situación está mejor, me comportaré en consonancia con esa situación que creo mejor. “A la calle”, es el próximo paso.

Sumo que “el tiempo pasa”. Los niveles de tolerancia y resistencia al aislamiento también tienden a deteriorarse. En la dinámica subjetiva, mientras más tiempo hacemos el aislamiento, menos se percibe la necesidad de mantenerlo.¿Hasta cuando? ¿Cuánto tiempo más?.. ya llevamos como 6 semanas” Pero, nos preguntamos no desde la realidad, sino desde la ansiedad. Y, a esta altura, ya no importa mucho cuán bien lo hayamos hecho, porque lo que hemos hecho ha sido bajo la mirada de la temporalidad, la circunstancialidad. “Ya debería haber terminado”. El tiempo, amigo para tantas cosas, en estas condiciones puede ser un enemigo poderoso.

La relación entre altos niveles de normatividad y el paso del tiempo, tiende a ser inversamente proporcional (pido ayuda a mi amigo Néstor del Prado). Mientras más pasa el tiempo, el acatamiento de la norma tiende a disminuir (tiempo en X, acatamiento en Y) Pero por suerte esto no es un modelo matemático (bueno, que tampoco son tan exactos). Esto es un modelo del comportamiento humano, asociado a variables psicológicas (variables muy variables). Por lo tanto, no solo puede variar, sino más importante, puede ser variado, modificado. ¿Cómo? Bajo el ejercicio de la voluntad, del control y la regulación conscientes, del saber y actuar consecuentemente con lo que se sabe. Una apertura de y hacia la mente. Un mindfulness.

Ahora está claro (bueno, más o menos claro) que la percepción del mejoramiento de la situación, por parte de la población, tiende a producirse antes de que la situación realmente mejore. Y mientras más prolongado es el aislamiento, y mientras más protegidos nos sintamos, más susceptibles somos a que ese relativo desfasaje se produzca. Desfasaje entre la realidad, y nuestra percepción de la realidad.

Pensando paradójicamente, hay algo que podría realmente volver atrás ese desfasaje, y volver a una relación más directa, coherente (lo que nos llevaría a robustecer nuestro acatamiento de las medidas): el aumento repentino de las cifras de sospechosos, contagiados y fallecidos, una suerte de “revirulización” del coronavirus (aspecto, por cierto, que algunos expertos han dado como perfectamente posible). Pero esto, además de paradojal, es inadmisible. No lo podemos, ni lo vamos a permitir. Y mucho menos sabiendo por qué puede producirse.

El día feliz está llegando. No lo dude nadie. Pero ni lo precipitemos, ni nos precipitemos. Aun hay que estar en casa. Entendiendo las dinámicas psicológicas, podemos ayudar a que el esfuerzo de voluntad que necesitamos para lograrlo sea no solo efectivo, sino también reparador y sostenible. Parafraseando a esa cubanísima charanga, la Orquesta Aragón, digámonos todos: “Dale un poquito más, no me digas que no puedes”. Tú puedes.  #PsicologíaCon Cuba.