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Siempre Ciprián

¿Qué estará pensando? ¿Cuánto sufre un futbolista la parsimonia de sus compañeros? Foto: Infobae.

Va con los puños apretados y paso presuroso, casi endiablado, rumbo al portal que funge esta tarde de marzo como camerino improvisado en la cancha Nancy Uranga, de Pinar del Río. Sale del césped de primero y ni mira atrás, ni habla con nadie —por suerte, piensa quien lo ve, visiblemente molesto y hundido en su impotencia tras sufrir 45 minutos funestos—. Su equipo fue arrollado sin compasión y él, solo enfrente de las torres rivales, apenas puede oler la pelota antes de perderla por la falta de auxilio.

¿Qué estará pensando? ¿Cuánto sufre un futbolista la parsimonia de sus compañeros? Bien lo sabe José Ciprián Alfonso, que ha corrido con denuedo en intento fallido de asfixiar él solo el empuje de once. Otras veces, con toda seguridad, su displicencia motivó el enfado de sus colegas, porque el tiempo cambia los escenarios a su antojo, porque así son los deportes colectivos. La clave del éxito está en la intensidad conjunta y la disciplina táctica de cada miembro del equipo.

Salvo eruditos infrecuentes en todo el mundo, pocos jugadores llegan a 36 años con semejante vehemencia en el campo, con tal interés por disputar cada balón como si el físico fuera el mismo de antes. Pero Ciprián, que a inicios de la temporada fue relegado al banco, ganó poco a poco la posibilidad de ser importante en el once titular de los campeones del Torneo Apertura del balompié cubano: Pinar del Río. Los grandes jugadores tienen el don de la inconformidad.

Cuentan quienes le conocen, que viaja desde Los Palacios hasta Pinar del Río para entrenar casi todos los días. Un buen tramo que supera gracias a quienes le ofrecen transporte en la dura ruleta rusa que resulta la autopista y la fortuna del deportista reconocido mientras aguarda las clásicas “botellas”. Al terminar los partidos, son los ómnibus de equipos visitantes los que le acercan a su pueblo. En choques difíciles, esos  marcados por riñas y rivalidades enconadas, deberá sortear la carretera. Al oponente, en momentos tensos, no se le mendigan favores.

Habría que estudiar con especial atención cómo un hombre que físicamente añora tiempos pasados, puede superar a base de entrega la competencia de chavales de poco más de 20, con un talento inmenso en sus botas, pero sin el oficio y la capacidad de lucha de Ciprián. Al palaceño, que lo mismo le marca goles a Las Tunas que a los Estados Unidos en encuentros oficiales, todavía le remueve el pensamiento el placer de anotar goles.

Hace siete años, en la Copa de Oro, medio continente aplaudió su talento. El golazo a los estadounidenses constituye una de las joyas más preciadas de la carpeta de presentación del fútbol nacional: una volea estéticamente perfecta, imposible de detener, tras escurrirse entre defensores profesionales, quizás para ratificar el criterio de un avezado entrenador que confesó alguna vez, en charla con periodistas, que Ciprián era de los pocos hombres en Cuba que sabía ubicarse como delantero dentro del rectángulo y actuar responsablemente como tal.

Hoy, cuando la velocidad no le alcanza para superar a los zagueros, sigue usando sus mañas, el poder de estar siempre en el sitio adecuado, el olfato de sabueso para oler la pelota y ponerla donde desea, la vehemencia de ganar siempre y el pundonor de ofrecer a los aficionados, cuando no se puede el triunfo, al menos el respeto que provoca haber entregado todas sus fuerzas. Ese es Ciprián, el veterano que todavía hierve de resignación cuando no obtiene lo que quiere. Los grandeza lleva también su nombre.

La frase:

“Los partidos no los ganan los que mejor juegan, sino los que están más seguros de lo que tienen que hacer.” (Diego Simeone)