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Que no se diga

Una amenaza oculta suele desencadenar temor y ansiedad a nivel personal, en cada uno de nosotros. Conocer los posibles efectos fatídicos del agente amenazante, multiplica la angustia y con ella la tendencia a la búsqueda de soluciones por lo general extremas y de efectividad poco probable. Si además, esos efectos son visibles, y ya azotan a otros, entonces el ciclo se cierra: percepción del riesgo-aumento indiscriminado de la idea de vulnerabilidad-conductas resolutivas inciertas. Pero por más que se sepa, en situación de una pandemia, como la que viven hoy nuestro planeta, y nuestro país no es una excepción, algunos son tentados a caer en la trampa que los aleja de los comportamientos adecuados. Aparecen entonces, comportamientos de descuido y negación (esos que subvaloran la situación, no la reconocen en su realidad impactante, o alucinan una cierta invulnerabilidad), y también comportamientos que contienen a los necesarios, pero con una tendencia a trascenderlos en exceso, tanto que pueden producir el efecto contrario.

Creo que, en general, tenemos más en foco a los que por exceso de confianza (personal e institucional), desde una deducción absolutamente equívoca (“aquí no va a pasar nada”, “no voy a tener tanta mala suerte”, y otras parecidas), sin atender a las vulnerabilidades extra personales, es decir sin la más mínima percepción de riesgo, obvian las imprescindibles medidas de protección y cuidado. Confieso que algunos rasgos psicológicos hacen más propensos a unos que a otros a construir tal actitud. Pero nada la justifica, ni la sostiene. Somos lo que somos capaces de hacer con quienes somos. Y es así que construimos un modo mejor de ser.

Pero es importante hacer foco también en el otro extremo de la campana de Gauss, esa que describe lo que sería una distribución normal. Quizás intensificando para llamar bien la atención, me refiero a los que hiperactúan las medidas, con innovaciones de dudoso valor, movidas desde un exceso de movilización de la ansiedad. Cuando esto sucede, y se traspasa el sentido de los cuidados básicos ante la pandemia, esos que nos dictamina como acciones imprescindibles el saber científico, la forma de afrontar la situación parece estarnos ayudando, pero puede estar perjudicándonos. Entonces, desde una perjudicial disposición mental, cualquier cuidado nos parece poco, y podemos empezar a producir cuidados no tan cuidadosos, que por su carácter extremo, insisto, pueden ser generadores de perjuicios. Exagerar, es una forma común de caer en lo que se evade.

Las pandemias, en cualquiera de sus formas, pero mientras más agresivas peor, tienden a promover entre algunos, la idea y no solo idea, sino la creencia profunda, de que junto al aislamiento imprescindible de los casos sospechosos y de los ya victimizados, lo mejor es la ausencia total de vínculos con todo lo que les rodea. Lo que sin duda alguna, si fuera el caso, habría que acometer con responsabilidad suprema y en el momento preciso y adecuado. Por lo que comparto una vigilancia y una justa y legítima preocupación en esta dirección. Preocupación no obcecada y desmedida, sino constructiva y mantenida. En cualquier caso legítima, comprensible, y con derecho a voz. Porque solo hablándose será productiva.

Pero me quiero referir a ese actuar que supone tener la desmedida certeza que el enemigo está en cualquier parte, más bien en todas partes, y que hay que buscar un escondite al costo y al precio que sea. Y no hablo del cuidado y limitación de los contactos físicos directos, que suelen ser una de las causas de la propagación epidémica, sino de los sustentos espirituales, identitarios, de las formas de expresión de los valores humanos. Parecería que para algunos limitar las conductas es sinónimo de limitar, invalidar, los valores que encierran.

A mal tiempo, buena cara. Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate.

Pensemos en el reto de la distancia. Como forma de cortar sustancialmente la cadena de trasmisión, científicos y profesionales de muchas partes confirman la necesidad de mantener una cierta distancia, convocan a la llamada distancia social. ¿Qué significa esto? En términos operativos, mantener una distancia social supone: no estar lugares donde se encuentren muchas personas, alejarse de las aglomeraciones de gente; mantener una distancia de unos dos metros con las otras personas; no tocar a otras personas. Quizás sea mejor hablar de distancia física interpersonal, para evidenciar que lo se propone es limitar considerablemente el contacto físico, toda vez que es una de las causas más potentes de propagación de la enfermedad. Entonces, queda claro que estrecharse las manos, abrazarse, besarse, expresiones estas de afecto, cariño, amistad, compañerismo, propenden a ser sustancialmente evitadas en las actuales condiciones de pandemia.

Pero la distancia no es necesariamente un problema. El problema siempre es la separación. Contigo en la distancia, no es solo una hermosa frase poética, sino también una actitud ética, una relación humana. García Márquez lo confirma: “La distancia no es un problema. El problema somos los humanos, que no sabemos amar sin tocar, sin ver, o sin escuchar…” Lecuona, en su hermosa Siempre en mi corazón, convence cuando afirma que “nada ha de poder, que te deje de querer”. La esencia, es la esencia, no importa de cuantas maneras diferentes se exprese. La esencia de las expresiones de afecto, residen en los sentimientos y valores que las motivan, y estos pueden ser vividos, expresados y compartidos de muchas más formas.

Limitar es imprescindible. Pero no se ha de limitar, por el contrario, se hace necesario multiplicar, aquella sustancialidad espiritual, valórica, que así se expresa. Estoy hablando del reto de hacer sentir el beso, el abrazo, el apretón de manos, allí donde este no debe realizarse físicamente. Lo sabemos, parafraseando ahora a Galeano: los buenos y auténticos sentimientos y valores humanos no pueden ser silenciados. Si no se expresan de una forma, será de otra. Pero ellos no pueden no comunicarse, no pueden dejar de interactuarse, de co-n-vivir. Silenciarlos sería expandir las maleficencias de la pandemia.

Lo mismo acontece con la colaboración, la solidaridad, las relaciones interpersonales, la disposición a la ayuda, al apoyo. El axioma “todos para uno y uno para todos” aplica, con expresiones sin duda diferentes, para estos momentos de precauciones imprescindibles, pero que no pueden minar la esencia humana. Lo que podamos lograr será siempre más, y más contundente, si lo hacemos entre todos. Eso, so pena de ser acusado de super-optimista, es salir fortalecidos, resilientemente, de una adversidad tan violenta y destructiva. Esto es, hacerse cargo de un optimismo inteligente.

Una pandemia no es solo un reto sanitario, científico, político. Es también, y sobre todo desde mi perspectiva profesional, un reto actitudinal. Son nuestras actitudes quienes nos protegen. Son ellas quienes hacen superar la situación. Son ellas quienes hacen que entre las secuelas previsibles, estén también las conquistas alcanzables, así como “nacen, entre las espinas, flores”

Defiendo, convoco y lucho por el autocuidado de todas y todos nosotros. Pero, preciso, un autocuidado que implica, que incluye al otro (como una realidad cuántica, pudiera decir algún físico). Ese autocuidado que se sabe cuidado de los otros, de nos-otros. Ese que no solo es responsabilidad personal, sino responsabilidad humana. Ese que nos empeña en preservar, y también alimentar y cultivar, nuestra esencia humana, nuestra condición de seres humanos. Lo digo, porque lo sé profesional y científicamente, y lo creo profundamente, “si no creyera, qué cosa fuera”.

Pero como las tentaciones existen, como la mente humana da para lo bueno y lo no tan bueno (incluso lo malo), da para lo terrenal y lo divino, entonces es necesario estar atentos, y remitirnos a nuestra esencia personal como seres humanos. Digo más, a nuestro ser nacional, a nuestra identidad, a nuestro somos cubanos. Entonces centrarnos en nuestras zonas luminosas y no en las oscuras, en lo que nos hace ser un país dónde todo el mundo es hermano, socio, amigo, donde cualquiera le tira un cabo a otro, donde a fuer de resolverle a todo el mundo, de ser participativos, proactivos, y extrovertidos (a veces hasta límites difusos), somos reconocidos como gente buena. Como aquél vecino de mi barrio, a quien observé desde mi balcón-atalaya, que sufrió la negativa de un choque de manos con un socio de la esquina, y con auténtica aceptación le comentó:

“¿Quién va a cambiar lo que somos, y menos por un virus, por muchas coronas que tenga?”, y separándose a dos metros de distancia le dijo al otro: “Con mano o sin mano, te quiero, mi herma. Tú eres mi yunta”

Hay que cuidarse. Hay que auto-cuidarse. Hay que dejarse cuidar. Hay que cuidarnos los unos a los otros. Y hay también que preservar el alma cubana.  “Que no se diga, hermano, que no se diga”.

“¿Quién va a cambiar lo que somos, y menos por un virus, por muchas coronas que tenga?”.  Foto: Rafael Martínez Arias/Facebook.