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Mi aprendizaje de Cuba

Bandera y Palma Real en el Cementerio de Santa Ifigenia. Foto: Marcelino Vázquez Hernández / ACN / Cubadebate

No escribo en primera persona por vanidad. Es por la convicción profunda de no ser portadora de toda la verdad. Aspiro apenas a transmitir una experiencia de vida acumulada a través de un largo tránsito de años, movida siempre por una necesidad de entender que me seguirá  acompañando hasta el último aliento. A diferencia de otros, que recibieron el regalo de la identidad al llegar al mundo, por haber nacido en otras tierras tuve que conquistarla. Me fue entrando por los poros, junto al idioma hasta entonces desconocido, en el barrio, en la escuela, en el entorno de mi padre, caracterizado por la voluntad común de hacer un país mediante la solitaria tarea de creación y el incesante debate sobre asuntos de la sociedad y de la política. Con el andar del tiempo, recorrí el devenir de nuestra historia, me acerqué al estudio de las artes y las letras. Había acumulado información, pero me faltaba mucho por descubrir.

Sin embargo, había conquistado el conocimiento de una parcela esencial, clave del sentido último de una historia conformada por la lucha en favor de la independencia contra la colonia española y la prepotencia imperial del vecino del Norte y sus cómplices internos, gestores de un programa anexionista. En la práctica concreta, la soberanía castrada se traducía en deformación estructural de la economía y en la consiguiente condena de un sector considerable del pueblo a la marginación y a condiciones paupérrimas de subsistencia.

La Revolución Cubana fue portadora de un concepto integrador de soberanía, justicia social y emancipación humana. El pueblo habría de convertirse en actor consciente del  proceso transformador. La Campaña de Alfabetización tuvo máxima prioridad, al punto de proseguir en medio del panorama amenazante que precedió a la invasión y aún en aquellos días de enfrentamiento armado que condujeron a la victoria de Playa Girón. Los marginados de siempre habrían de adquirir el instrumental necesario para descifrar los datos de la realidad, en lo nacional y en lo internacional. El aprendizaje se producía a la vez en dos direcciones.  Los analfabetos accedían a la lectura, primer paso para la posterior continuidad en el seguimiento y la superación permanente.

Los alfabetizadores de origen citadino topaban directamente con la dimensión profunda de un país desconocido. La primacía concedida a la educación viabilizaba también la ampliación de la difusión de la cultura. Con generosa disposición misionera, unida a un autoritarismo inconsciente, estudiantes y profesores universitarios marchamos a distintas zonas con nuestra carga de diapositivas, textos literarios y un mínimo entrenamiento para ofrecer representaciones teatrales. Sin haber estudiado los contextos específicos, nos disponíamos a ilustrar a nuestros coterráneos. Para nosotros, la noción de cultura seguía siendo sinónimo de creación artístico-literaria.

Fidel impulsó la universalización de la Universidad. En el Escambray urgía salvar el retraso producido por los años de la lucha contra bandidos. Los nuevos planes de desarrollo proponían a los campesinos la incorporación voluntaria a sistemas de producción modernos y el traslado a conjuntos de viviendas dotadas de electricidad y con acceso a la televisión, hasta entonces inalcanzable. Dirigido por Sergio Corrieri, el Grupo Teatro Escambray experimentaba con una dramaturgia sustentada en la investigación del universo social. Acababan de estrenar La Vitrina, de Albio Paz, primer resultado de un arduo trabajo. Nunca antes, una representación escénica desencadenaba tan hondo estremecimiento en su público. Decidimos proseguir ese camino para emprender nuestra propia aventura. La animación cultural iba aparejada a un sistemático estudio de campo.  Pudimos implementar acciones exitosas.

La más importante de todas ellas escapaba a las normas establecidas. Se derivaba de la relación dialógica personal construida en la investigación de base. Ante los desafíos inherentes a la toma de decisiones respecto a un cambio de vida, hombres y mujeres afrontaban, sin saberlo, el sacudimiento de bases de su cultura tradicional.

Estructuradas a partir de la remembranza del pasado, las entrevistas realizadas por los investigadores bisoños conducían a ordenar las ideas, al reconocimiento de sí y a la consiguiente reflexión crítica. Para cada uno de ellos, en el plano de la conciencia, la disyuntiva se formulaba en términos culturales. Tomada la decisión, sus hijos, abiertos hacia más anchos horizontes, pudieron encaminar su propio destino.

Nuestro trabajo de cinco años pudo dejar alguna siembra en aquel territorio. Pero el cambio decisivo se produjo entre nosotros. Habíamos incorporado, a partir de la experiencia vivida, otro modo de entender el concepto de cultura. La creación artístico-literaria formaba parte de ella. Es, quizá, su expresión más elaborada. La cultura, hecha de memoria, tradición, vivencias, sueños y prácticas laborales, origina conciencia y valores. En ese nicho de la subjetividad se libra la actual batalla de ideas. Para mí, en los días del Escambray, mi aprendizaje de Cuba tomó otros derroteros.

(Tomado de Juventud Rebelde)