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Patrimonio y memoria histórica

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Editorial sobre el Triunfo revolucionario publicado por la revista Bohemia. Preservar y restaurar la enorme papelería acumulada es imprescindible, requerida de recursos y de la atención de expertos. Foto: Lisandra Romeo/ Cubadebate.

Recuerdo los tiempos en que un erróneo concepto de modernidad, junto con la codicia derivada de la especulación en torno al valor del suelo, causó la desaparición de valiosos monumentos arquitectónicos preservados en nuestras ciudades. A la Revolución se debió, en gran medida, la implantación de políticas orientadas al reconocimiento de la importancia de este legado y el diseño de acciones concretas para su rescate y restauración. Nuestros centros históricos cobraron nueva vida y se expandió la conciencia de su importancia.

Con el paso de los tiempos, generaciones sucesivas han seguido entregando construcciones que constituyen aportes indiscutibles a nuestra cultura, obras relevantes y conjuntos urbanos notables. Nosotros también lo hemos hecho. El patrimonio no subsiste en un ayer congelado. Es testimonio tangible del recorrido de la historia.

Durante algunos años trabajé en la Biblioteca Nacional, centro rector del patrimonio documental. Después de mucho tiempo de estancia penosa en el Castillo de la Fuerza, se acababa de trasladar al edificio que hoy ocupa en la Plaza de la Revolución. Como suele ocurrir en una mudanza de tales dimensiones, libros, periódicos, grabados, mapas antiguos descansaban en los almacenes carentes de registro y de organización. Cada exploración ofrecía un hallazgo feliz. Sin reparar en el calor y en el polvo, intelectuales de primer rango, como Juan Pérez de la Riva, Cintio Vitier y Fina García Marruz, subordinaban las tareas propias de su oficio para sumergirse en aquellos depósitos, al rescate de tesoros escondidos.

La posesión de un significativo patrimonio documental no es solo privilegio capitalino. Existe en todo el país, allí donde hubo periódicos de amplia o escasa circulación, donde escritores y artistas dejaron manuscritos, partituras, apuntes que testimonian su proceso creador, correspondencia reveladora de angustias personales y de redes de relaciones; allí donde hubo teatros y fueron quedando los textos de las obras representadas, allí donde se construyó y subsisten los planos originales, allí donde los registros notariales guardan el entramado secreto de la historia económica.

Aquí y allá, el transcurso de la Revolución también ha ido haciendo historia. Sustrato de los grandes acontecimientos, la marca de los cambios en el pensar y el hacer está en los numerosos documentos que hemos ido dejando, en la evolución de la prensa, en las revistas culturales y científicas, en publicaciones especializadas de organismos gubernamentales. Impresos en papel de pobre calidad, los periódicos de ayer subsisten en condiciones de suma fragilidad. Preservar y restaurar la enorme papelería acumulada es imprescindible, requerida de recursos y de la atención de expertos.

El desarrollo de nuevas técnicas acrecentó el ámbito de los registros patrimoniales. A su valor artístico intrínseco, la fotografía añade la capacidad de captar para la eternidad el paso de lo efímero. Sus imágenes recogen el modo de vestir y de comportarse en otro tiempo, la visión de los edificios hoy desaparecidos, la constancia de lo frívolo y de lo trágico, del batallar de las manifestaciones estudiantiles y de las grandes concentraciones masivas en nuestra Plaza de la Revolución. Más tarde llegó el cine, con desafíos renovadores en el campo del arte y de la comunicación y posibilidad sin precedentes de preservar la vida en movimiento. En el celuloide volvemos a encontrar los días de Girón y aquellos otros, también dramáticos, del ciclón Flora, que modificó, con su sacudida, la geografía del territorio oriental. Hecha al ritmo apretado de los acontecimientos, la obra de Santiago Álvarez ha entrado en la memoria del mundo.

La invención del disco ofreció otro modo de detener lo efímero. Nada sabemos de los areítos que, según los conquistadores, convocaban a los primitivos habitantes de la Isla. De ellos apenas han quedado las expresiones dejadas en algunas cuevas, la mención del bohío y del huracán, términos incorporados a nuestro vocabulario, y los nombres de algunos lugares que no pudieron ser suplantados por los nuevos ocupantes de Cuba. Ahora, en cambio, podemos escuchar las voces de la trova tradicional, de Rita Montaner, de Esther Borja, de Benny Moré. Las matrices originales de aquellas grabaciones forman parte de un patrimonio irrenunciable.

Pocos tienen el hábito de frecuentar nuestros museos de artes plásticas. Más tardías que la música y la literatura, la pintura y la escultura fueron creciendo a lo largo del siglo XIX con la influencia de la Academia San Alejandro. Así se estamparon retratos y paisajes, algunos de ellos realizados por la mano de visitantes extranjeros que también se incorporaron a nuestro legado patrimonial. La industria tabacalera estimuló el diseño de originales que acompañan a los puros destinados a un refinado mercado mundial. El gran salto hacia delante se produjo en la segunda década del siglo XX con la generación de la vanguardia que se apropió de un lenguaje contemporáneo para rastrear en lo profundo de la identidad nacional, incluidos los conflictos de orden social. Esa arrancada inicial ha mantenido una sostenida continuidad nutrida por quienes, desde el triunfo de la Revolución, egresaron de las escuelas de arte.

Como los paralelos y meridianos que trazan los husos horarios alrededor del planeta, los datos y las fechas establecen el referente indispensable para discernir la secuencia de los hechos y los rasgos básicos de su concatenación en el tiempo. Sin embargo, para entender las claves del pasado y del más reciente decursar de la Revolución, resulta indispensable rescatar el impalpable espíritu de la época, la atmósfera que animó la historia de las mentalidades. Las fuentes de ese conocimiento están en las páginas gastadas de los periódicos, en la expresión múltiple del testimonio y en la creación de quienes transitaron por esos tiempos. Esa realidad se descubre en el inmenso patrimonio heredado, nunca rescoldo piadosamente resguardado en almacenes, sino documento que adquiere vida renovada desde la perspectiva de la contemporaneidad. Ahí, en la búsqueda de los orígenes, se dibuja el perfil de lo que somos y de lo que tendremos que seguir edificando.

Para entender las claves del pasado y del más reciente decursar de la Revolución, resulta indispensable rescatar el impalpable espíritu de la época, la atmósfera que animó la historia de las mentalidades. Foto: Lisandra Romeo/ Cubadebate.

(Tomado de Juventud Rebelde)

Se han publicado 4 comentarios



Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.

  • Tranquilino dijo:

    Tremendo llamado de atención. Qué hubiera sido de este país sin la Revolución del 59. Y todavía hay sin adjetivos que tratan de negar cualquier cosa que se haya hecho. Pero es infinito lo que aún falta por hace en todos los frentes. Este rescate documental debe llegar hasta los niveles más diversos de nuestro quehacer diario. Es invaluable los documentos que se conservan en empresas y sus establecimientos bajo ningunas condiciones favorables que pueden contribuir a escribir la historia de decisiones que se tomaron en determinados momentos. Así como planos de grandes edificaciones con sus diferentes redes. Preservarlas y apoyarse en ellas para diferentes acciones constructivas o de restauración o mantenimiento es un aporte invaluable al ahorro de tiempo y dinero.

  • Eduardo González S. dijo:

    Al ver el título de este artículo me invadió tremenda tristeza porque hace unos iez años fue desmantelado el Museo del Aire. Ya no tenemos Meca adonde peregrinar los que somos veteranos pilotos, artilleros y coheteros de la DAAFAR. Un amigo sudafricano que lo había visitado me pidió que le enviara el nombre y los apellidos del carné de un connacional suyo que estaba en una de las urnas. Cuando conoció el porqué no podía satisfacer su deseo, parecía un cubano dolido bien profundo por semejante cosa. "¿Cómo es que ustedes destruyen un museo?". Pude comprobar cuán celosos son ellos de su patrimonio histórico en una visita que hice a ese pais el pasado mes de mayo. Lo único que amerita hacerse es restablecer ese sitio que para nosotros fue sagrado. Allí estaba un Mig-23 con el que cumplí misiones combativas en Angola. Mis dos hijas celebraron allí sus quince y se fotografiaron "junto al avión de su papá". También nos reuníamos en ese lugar los que cumplimos el deber internacionalista para recrear hechos militares y recordar a nuestros caídos. Nuestra tercera edad sin museo y tantos recuerdos de los que estamos orgullosos, están llamados a mantenernos siempre tristes. Qué creativos somos...

  • Delio G. Orozco González dijo:

    Estimada y distinguida Graziella:

    Tuve la oportunidad de compartir con Ud. la sesión de clausura del IX Congreso de la UNEAC y también, referir en una crónica lo que más me llamó la atención de su intervención ese día que, en lo tocante a mi profesión (Historiador y Archivero), vengo desempeñando hace ya 30 años.

    Debemos y tenemos sí, que proteger y salvaguardar el Patrimonio; pero ese por si solo no nos hablará, es preciso difundirlo, divulgarlo y socializarlo en forma de artículos, ensayos, ponencias u otras modalidades del periodismo y la literatura. Claro, como oponente hercúleo a esa pretensión se alzan las dificultades para publicar en formato de papel; empero, aquí está, como sustituto de primera línea, el universo digital que, por diversas razones aún no hemos asumido como legítima, viable y sostenible forma de publicitar tan necesaria Memoria Histórica.

    Hace tres lustros que vengo ofreciendo al país soluciones probadas (Enciclopedia Manzanillo, Enciclopedia Carlos Manuel de Céspedes, Enciclopedia Cultural de Manzanillo, Enciclopedia Celia Sánchez Manduley) para llevar a puerto seguro una obra más que necesaria porque en verdad, nadie da lo que no tiene ni ama lo que no conoce; sin embargo, a excepción de honrosas actitudes (la UNEAC; por ejemplo, nos apoya y alienta para llevar a formato digital su decurso donde quiera que haya un Comité Provincial o Municipal), solo hemos recibido indiferencia y frialdad.

    Se imagina Ud. doctora, que cada municipalidad cubana pueda contar con su enciplodedia digital, espacio donde profesores, intelectuales, artistas e interesados puedad contar desde su experiencia vital el signo y seña de su devenir. Tales productos podrían estar de frente al mundo contando la historia de cada localidad cubana, ayudando al proceso docente educativo, ampliando las potencialidades de publicación en la geografía antillana y todo ello desde una postura inclusiva, amplia y diversa exigiendo solo como requisito la veracidad y donosura estilística. Podrían serlo, por qué no: el rostro de Cuba frente al mundo.

  • Carmen Luisa Labaut López dijo:

    ! Qué clase de asombro desmantelar un museo!, cuando se sobreentiende el carácter público de esa instalación. Todavía hay quienes no creen en la urgencia del rescate de la Memoria Histórica de la nación y se mantienen airados. Oiga, la reconstrucción de la memoria colectiva de Cuba espera por decisiones ágiles y responsables.

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Graziella Pogolotti

Graziella Pogolotti

Crítica de arte, ensayista e intelectual cubana. Premio Nacional de Literatura (2005). Presidenta del Consejo Asesor del Ministro de Cultura, vicepresidenta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, miembro de la Academia Cubana de la Lengua y presidenta de la Fundación Alejo Carpentier.

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