Desde mi ventana, que me ha acompañado por todos estos años y después de mirar atentamente cada día y escrutar las avenidas y espacios públicos a los cuales tengo acceso desde este magnífico mirador, puedo asegurar que desde aquí no veo un solo niño apresurarse a limpiar el parabrisas de un auto en espera de alguna moneda; no he visto, por más que he mirado, un solo policía reprimiendo a la gente, con chorros de agua, con perros, con balas de goma. Jamás vi a un padre recorrer la calle y pedir, repleto de angustia, la ayuda económica que salve a su hijo, postrado en el lecho, pendiente de un gesto que lo lleve al quirófano.
Nunca vi maestros protestar airosos porque les cerraron de pronto la escuela; ni escuché disparos sacudir la vía en medio de asaltos o pleitos de pandillas.
No creo que en el mundo, dispar y revuelto donde ahora vivimos, tengan muchos sitios donde yo pudiera poner mi ventana y seguir mirando el mismo paisaje.
A veces las preguntas tienen muchas respuestas, y a veces incluso no es necesario esperar que alguien las conteste, porque son perogrulladas obvias y aplastantes, que hacen de la interrogante un argumento sólido, más sólido quizá que una extensa tesis, es así que he querido conformar esta lista y dejarla flotando con su mensaje a cuestas y tal vez dejar que otros internautas se sumen a esta lista:
- ¿Por qué es casi nula la inasistencia de niños a la escuela, alegando la falta de medios o la urgencia de asumir labores fuertes y engorrosas para mitigar las precariedades de un hogar muy pobre?
- ¿Por qué el hijo de un vecino no se encuentra enfermo a causa de la falta de alguna vacuna?
- ¿Por qué no hay secuestros para vender órganos sacados con crueldad de pequeños cuerpos cubiertos de olvido?
- ¿Por qué nadie pregunta cuánto cuesta una beca para hacerse ingeniero?
- ¿Por qué en algún hogar, en la cena nocturna, no se escucha esta frase: “mamá, yo tengo miedo, hay armas en la escuela”?