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¿La otra guerra del opio?

Pareciera formar parte de la guerra comercial desatada por Washington contra el gigante asiático actualmente. Foto: Getty Images.

Si los narcotraficantes ingleses y los incipientes mercaderes norteamericanos no hubieran generalizado el opio en China a finales del siglo XVIII, inicios del XIX, el antiguo país no habría experimentado la triste circunstancia de una drogadicción  muy extendida, con sus lamentables consecuencias sociales y económicas. Tampoco hubieran perdido Hong Kong, al cabo de 3 años de guerra  con Londres, metrópoli que conservaría el islote durante 150 años. Todo por sustentar el monopolio del té y otras ventajas comerciales en favor de Gran Bretaña.

Apreciando los recientes sucesos en ese enclave, reincorporado a la República China en 1997, (Margareth Thatcher-Den Xiao Ping) Perogrullo se pregunta si Donald Trump permitirá el ingreso al por mayor de hongkoneses a Estados Unidos. Difícil pensar del presidente anti migratorio por excelencia, la apertura de puertas que está cerrando a miles más cercanos. Sus justificaciones se invalidarían ¿no? Pero provocar un éxodo no es el propósito. Antes bien, intercalarle a China un conflicto interno para lesionarla. Similar a lo hecho por los británicos llevando las diferencias a extremos de conflicto armado entre 1839 y 1842.

Pareciera formar parte de la guerra comercial desatada por Washington contra el gigante asiático actualmente. Una, otra forma, de entorpecer la marcha de una economía que en muchos sentidos se les va por encima. El criterio se refuerza tras la última manifestación con predominio de banderas norteamericanas y hasta el cántico del himno nacional estadounidense (¡!) frente al consulado ad hoc en esa autonomía.

Si no se pareciera tanto al modus operandi empleado en otros países, con el empleo de sectores juveniles como punta de lanza, pero fundamentado en propósitos de otra índole, pudiera pensarse que, como dicen algunas pancartas, China oprime a los habitantes de la otrora colonia. Bien, si no hay libertades ¿cómo es posible que Beijing permita los desórdenes desatados desde junio?

¿Qué piden los insubordinados?  En los hechos y a partir de las exigencias de las últimas manifestaciones, quieren la intervención del gobierno Trump en cuestiones internas de China. El criterio parte de una propuesta que tiene entre sus artífices al siniestro Marco Rubio, bajo el título Acta de Derechos Humanos y Democracia en Hong Kong. Se pretende someter  el texto a debate en el congreso norteamericano en breve, tras el reinicio de actividades luego del receso estival. El intento es bipartidista.

La normativa insta a  EE.UU.  para garantizar cada año que Hong Kong se mantiene como zona autónoma del resto de China. Si determinan alguna falta, le retirarán algunas facilidades comerciales a ese territorio y penalizarían a dirigentes de la RPCH si, según estimen en la Casa Blanca, son vulnerados los arbitrios hongkoneses. Nada nuevo bajo el sol. Esquema repetido en diferentes ámbitos por el señor feudal sobre sus siervos.

El empleo de mecanismos de arbitrio auto adjudicados por la Casa Blanca hace mucho en varios acápites, erigiendose censor planetario, es una mala apuesta para los propios solicitantes. La maquinación destinada a crearle dificultades e inestabilidad a China es capaz de finales trágicos. ¿Existen motivos para que los nativos se afilien a semejante petición intervencionista? Nada es completamente de un solo color, pero vale la pena examinar hechos esenciales.

Todos los informadores y algún que otro analista,  plantean,  que Hong Kong posee y se mueve dentro de marcos de amplia independencia articulada en el ámbito administrativo y en una vasta autonomía en sectores como los glorificados derechos de libre expresión, asamblea y prensa. Paradoja sobresaliente: bajo la metrópoli no tuvo mayor albedrío, al contrario, hoy mantienen la separación de poderes  y cuentan con un sistema electoral inexistente bajo la administración británica. ¿Qué es perfectible? Por supuesto, tanto como el de Estados Unidos, por ejemplo, a gran distancia de ser ideal.

Una vez reincorporados a China, los hongkoneses eligieron por primera vez un cuerpo legislativo propio. Con anterioridad hubo un Gobernador  designado por Londres, bajo cuyos mandatos, no se permitió la existencia de parlamento local como prerrogativa de esa población durante un siglo y medio de dominio del Reino Unido. En términos generales, se mantienen muchas leyes de esa larga etapa y los métodos de la jurisprudencia aplicados por las autoridades coloniales. Se  conserva el capitalismo en esta zona especial, según el principio de un país dos sistemas.

Tampoco se puede ignorar, como subrayan algunos politólogos,  que la actual convulsión estuvo precedida por 22 años de “idílico matrimonio” entre las partes. Esas relaciones de normalidad y aceptación mutuas –recuerdan- se fortificaron con las atenciones dadas por el gobierno central durante fuertes episodios, algunos de tanta envergadura como el ocurrido durante la epidemia del SARS (síndrome respiratorio agudo y grave) que afectó la isla.

Son realidades que convierten en poco natural un cambio tan drástico. Entre los detonantes reconocibles, anda un arma claramente manejada en  muchos casos por los organismos de inteligencia norteamericanos, al  anclar un tópico, como punto de arrancada para justificar motines. En febrero pasado, se propuso por las autoridades hongkonesas una ley para extraditar hacia la parte continental a los delincuentes que, a semejanza de Chan Tong-kai, perpetraran fechorías tan escalofriantes como la cometida por este residente de Taiwán, quien  se fugó a Hong Kong tras asesinar en Taipéi a su novia embarazada. Con la actual legislación no puede ser transferido al sitio donde cometió el crimen.

Buscando llenar esa brecha capaz de propiciarles  refugio a los actores de hechos similares, se concibe el decreto –no aplicable a cuestiones de orden político, valga aclarar-  usado de pivote para requerimientos a través de grandes movilizaciones y actos de violencia reiterados. Los participantes llegaron a extremos como impedir el acceso al aeropuerto o al metro, provocando daños materiales a las instalaciones. El intento de tomar por la fuerza el parlamento, se une a múltiples eventos vandálicos y abusos hacia personas en desacuerdo con los reclamos o la forma de hacerlos.

La no por entero comprensible actitud se supone basada en el temor a que el gobierno central chino, en el futuro, introduzca sus pautas legales, (podrá hacerlo en el 2047, si lo estimaren) anulando la excepcionalidad de Hong Kong. ¿Castigar a alguien antes de que cometa un delito? Sin embargo, que una funcionaria norteamericana (Julie Eadeh) fuera captada dando instrucciones a grupos exaltados, el empleo de la enseña estadounidense y los carteles pidiendo a Trump su intervención,  dan pie a rumiar sobre móviles no tan patrimoniales ni tan santos, al cabo de esos episodios.

Si Estados Unidos no tuviera tan amplio historial de intervenciones funestas (comenzando, en el área, por lo hecho en Vietnam y, quizás, rememorando solo las ocupaciones de Irak y Afganistán), sería explicable una solicitud de ayuda, como la hecha por estos grandes grupos de exaltados con las cuales no todos los ciudadanos de la isla concuerdan, por las afectaciones a la vida y el desarrollo, o por simple oposición a la agresividad desatada.

La aparición de individuos vestidos de negro portando la bandera estadounidense, calificados de muy belicosos o de extremistas, coloca otra interrogante al origen y avance de las marchas o su ofuscación. Al respecto, el medio alternativo de información LibreRed, asegura que desde el 2012 organizaciones estudiantiles habrían recibido aportes monetarios del gobierno de Estados Unidos a través de la fundación National Democratic Institute for International Affairs. El extremo fue confirmado por el mismísimo Joshua Wong, uno de los promotores del Movimiento de los Paraguas, antecedente de las demandas posteriores.

Carrie Lam,  jefa ejecutiva de la ciudad, suspendió primero y anuló después el proyecto de ley para las extradiciones, pero no cesaron las manifestaciones, ahora con nuevas exigencias, incluyendo la renuncia de la dirigente. Ella expuso en reciente alocución: "La persistente violencia está dañando los cimientos mismos de nuestra sociedad, especialmente el estado de derecho" (…) "Debemos encontrar maneras de abordar el descontento en la sociedad y buscar soluciones", sugiriendo en su discurso darle pie a un diálogo directo con la ciudadanía.

Parece existir, además, una semioculta trama religiosa en este fenómeno y ello recuerda la siembra de células confesionales por parte de la CIA en otros puntos del orbe, para facilitar las estrategias imperiales, incluidas las elecciones de jefes de estado. Puede apreciarse a través de las estructuras en la cuales se apoyó Marco Rubio al pedir la introducción del tema –con sanciones y todo- en la agenda del Congreso. En consonancia, fueron representantes del Comité Organizador de Encuentros para Rezar, los contribuyentes ¿organizadores? de varias marchas. Su protagonismo quedó al descubierto cuando miembros de esa plataforma se hicieron cargo de entregar las peticiones de los hongkoneses inconformes en el consulado estadounidense.

Desde luego que existen factores diversos en los entramados  de este asunto. Son de carácter económico y hasta de identidad local tras tanto tiempo  de transculturación.  Hong Kong se mantiene como plaza se servicios y finanzas con cierta relevancia mundial, pero la mayor cantidad de inversiones y el ingreso del turismo, proceden de la China continental.  Por eso hay amplios sectores opuestos a cuando ocurre o la permanencia de situaciones desordenadas, afectando el normal desempeño del territorio y sus intereses. Un número indeterminado de ciudadanos no desean el anterior status dependiente y menos si corre a cargo de otro país.

Entre las cosas que desarrolla y hace muy bien EE.UU., es dividir, siguiendo el viejo axioma romano. Ha creado facciones opuestas en países europeos, del Medio Oriente y Asia, siempre buscando algún rédito material o político.En esta oportunidad lo hace con más de un sombrío propósito, también en estas latitudes.