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La innovación y nuestro Socialismo (III): La competencia y la cooperación

La vacuna Quimi-Hib contra el Haemophilus influenzae tipo B.

La enfermedad genérica más conocida de los niños pequeños en Cuba es “el catarro”. Todos sabemos a qué nos referimos y su manifestación en forma de secreción nasal y tos es bastante común. Cuando además está acompañado de alguna fiebre, o elevación de la temperatura corporal, pasa a ser una “gripe” en nuestro lenguaje corriente. La artillería medicinal que usamos para combatirlo forma parte de la tradición de cada familia, aunque nuestro sistema de salud tiene previstos los tratamientos correctos. Debe saberse que los síntomas que acompañan a nuestros catarros son comunes a muchas enfermedades, a veces muy variadas, con “etiologías” o causas fisiológicas diferentes.

Los catarros y las gripes son generalmente causados por una familia de varios tipos de virus. Un virus es esencialmente una molécula llamada ADN y no tiene vida propia. Su reproducción ocurre por la acción con organismos desde los más complejos, como homo sapiens, hasta los más simples. Se realiza asociándose con las células vivas e introduciendo en ellas un comportamiento anormal. Provocan que produzcan así proteínas codificadas en el virus invasor pero que no forman parte de las que el ADN propio tiene previstas. De esa forma pueden transformar en anormal y pernicioso el comportamiento de las células que infecta. Así se producen las que denominamos como enfermedades virales.

Por otra parte, una bacteria es un pequeño microorganismo, generalmente unicelular, que si puede vivir por su cuenta. Este tipo de ser vivo tiene un lugar privilegiado y muy abundante en la naturaleza. En relación con nuestra especie desempeña muy diversos roles, muchos positivos y otros claramente negativos, como es el caso de las “infecciones”. Una bacteria que suele habitar nuestros cuerpos de forma asintomática se conoce con el nombre de “haemophilus influenzae” (HIB). Durante mucho tiempo se pensó que era la mismísima causa de la influenza. Sin embargo, después se supo que en realidad suele actuar oportunistamente, cuando algún virus o alguna alergia debilitan el sistema de defensa del organismo contra las infecciones. Entonces puede causar neumonía, meningitis, epiglotitis, osteomielitis y un conjunto de diversas infecciones, algunas de ellas neonatales y que pueden conducir hasta la muerte de un niño o recién nacido. Ya se sabe que el HIB es mucho más peligroso que un catarro.

Es histórico que cuando una delegación cubana de alto nivel visitó Canadá durante la última década del pasado siglo conoció de una reducción dramática de los casos de niños hospitalizados en ese país desde que se administró masivamente una vacuna contra el HIB. Para lograr algo parecido en Cuba teníamos varios obstáculos. Uno de ellos es que el precio internacional de la vacuna existente entonces era más de siete veces mayor que el de cualquier vacuna normal, como puede ser la del sarampión. Otro era que el desarrollo de una vacuna propia por métodos tradicionales requería de un “saber hacer” adecuado y costoso. Estábamos confrontando entonces la alternativa de no vacunar a nuestros niños o gastar cantidades considerables en una vacuna importada que solo los países más ricos se dan el lujo de usar en su población infantil.

De aquí surgió, impulsado por la competencia con alternativas vacunales extranjeras, una de las hazañas científicas más trascendentales e innovadoras de nuestra Patria: la creación de la vacuna sintética contra el HIB. Con ella se vacunan hoy masivamente nuestros niños. Puede haber salvado ya miles de vidas en lo que va de siglo. Se trata además de un adelanto científico trascendental a nivel mundial1.

Las vacunas son esencialmente “antígenos” de enfermedades, o sustancias capaces de provocar que nuestro sistema inmune reaccione contra ellos, los pueda vencer y “recuerde” la forma en que lo hizo. De esta forma cuando la verdadera enfermedad que porta tales antígenos los ataque, ya “se sabe” como combatirla molecularmente. Si se prepara en el laboratorio solo el antígeno, sin los componentes que pueden causar la enfermedad, se trata así de una vacuna mucho más segura, y también económica.

Así lo hicieron entonces científicos cubanos encabezados por el profesor Vicente Vérez Bencomo desde la Universidad de La Habana, que es el mayor y más productivo centro de investigaciones del país. El gobierno central fidelista, inspirado en la ciencia, logró apoyo y cooperación eslabonando múltiples organizaciones estatales, tanto científicas como gerenciales, para lograr la vacuna a partir de un resultado de laboratorio. Jugó así la administración pública socialista el papel que le corresponde de facilitador de la cooperación al crear “encadenamientos” liberadores.

La competencia es un motor dialéctico natural de la innovación, lo que está bien establecido para cualquier sociedad progresista. Logros científicos puestos en práctica como el de la vacuna que acabamos de describir son típicos productos originados en la competencia como motor impulsor. La cooperación, que es de alguna forma su antítesis, jugó también el papel que le correspondía para llevar a feliz término el resultado. ¡Qué ejemplo de estudio más interesante de cómo el socialismo puede aprovechar de todo lo mejor!

Después de algunas de las profundas transformaciones que estamos experimentando en el sector productivo y de servicios, consagradas en una Constitución que acabamos de aprobar, la competencia solo nos está ayudando hasta ahora para promover la innovación en el sector privado y muy rara vez en el público o entre el sector público y el privado. En documentos políticos solemos mencionar la competitividad, pero ignoramos la competencia. Prácticamente todas las estructuras que se han diseñado para los llamados OSDE, empresas socialistas y sus dependencias son verticales e ignoran la competencia innovadora y promotora de la eficiencia entre entidades de perfiles similares. Tampoco aparecen muchos mecanismos que potencien la cooperación horizontal entre entidades pertenecientes a diferentes organismos. La creación de estructuras ha estado determinada por lo sectorial con pocas conexiones horizontales, que no sirven ni para competir, ni para cooperar. Cuando el propietario de los medios fundamentales de producción es todo el pueblo, puede haber mucho espacio para una competencia más humana y también más efectiva que la capitalista. Si adicionamos mecanismos efectivos que favorezcan la cooperación, puede resultar un sistema social de ensueños. Hay que innovar también en nuestras estructuraciones y concepciones de la economía socialista.

Las estructuras verticales, homogéneas, no competitivas y no colaborativas pueden ser suicidas para una economía civil que desee progresar, ser más eficiente y sustentar el bienestar de todos. La innovación es fruto de una unidad dialéctica donde lo nuevo sobreviene como un paso hacia delante, y es un producto de la interacción con lo antiguo. Sería necesario cambiar lo que debe ser cambiado en nuestras concepciones económicas y estructurales y poner a la competencia y a la cooperación en el lugar muy protagónico que merecen para verdaderamente lograr un socialismo próspero y sostenible.

Nota:
  1. Verez-Bencomo, V.; Fernandez-Santana, V.; Hardy, E.; Toledo, M. E.; Rodriguez, M. C.; Heynngnezz, L.; Rodriguez, A.; Baly, A.; Herrera, L.; Izquierdo, M.; Villar, A.; Valdes, Y.; Cosme, K.; Deler, M. L.; Montane, M.; Garcia, E.; Ramos, A.; Aguilar, A.; Medina, E.; Torano, G.; Sosa, I.; Hernandez, I.; Martinez, R.; Muzachio, A.; Carmenates, A.; Costa, L.; Cardoso, F.; Campa, C.; Diaz, M.; Roy, R. Science 2004, 305, (5683), 522-525.

Vea además:

La innovación en nuestro Socialismo (I)

La innovación en nuestro Socialismo (II)