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Goles son amores: Relato tímido

Bale marcó el gol de su vida. Foto: Eurosport.

La historia de Bale en el Madrid es la historia de John Cazale en Dog Day Afternoon, justo en el momento en que, después de asaltar el banco, le pregunta a Al Pacino si iba en serio la idea de tirar los cadáveres a la calle. La historia de Bale en el Madrid puede acabar siendo el compendio de esa sensación confusa, el relato tímido de un tipo vacilante.

El club blanco, para mantener la areté, modela habitualmente ese arquetipo de formalismos: hay jugadores que solo existen desde una esprintada a la otra, desde un gol hasta el próximo. Son futbolistas de tiempo muerto capaces de vivir por y para el reciclaje. Lo mismo le ocurre al Madrid: cuando las variantes no terminan definiéndose, se vuelve un equipo reutilizable que acude a “algo”, probablemente remoto, que nunca lograremos traducir. Lo que sabemos con certeza es, en cambio, que habrá siempre quien hable de hábito, fetichismo, dinastía y que estas son palabras demasiado estrictas para argumentaciones sensatas y, después de tres Champions consecutivas son, por otro lado, monolitos válidos. Ni los torneos se ganan por costumbre, ni se pierden porque se acerca un cierre de ciclo. Hay, tras lo anterior, una orientación acérrima similar a la que sucede en las conversaciones después de la euforia. No sé cómo llegué hasta aquí. Estábamos en Bale.

El galés es casi siempre, para bien o para mal, el augurio de una circunstancia lapidaria, como lo es el Madrid. El Madrid recicla los augurios, los reinventa, los moderniza. Vivir bajo esas condiciones es vivir desde lo precario. Lo sabe el Liverpool que aprieta hasta la lesión de Salah. Sabe el Liverpool que, en ese mismo momento, a pesar del posterior gol de Mané, ha perdido la Copa de Europa. Lo entiende, pero no lo reconoce. Tiene que ver con la decencia de las finales. Cuando Bale se eleva en Kiev, de forma tosca para rematar de chilena, ha corrido, aunque no lo parezca, demasiado: acaba de dejar atrás a Bartra y, unos segundos después, ha mandado adentro un remate de Di María que Courtois había logrado desviar.