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Corea: Pronóstico arriesgado

Kim Jong-un y Moon Jae-in caminan juntos. Foto: Getty Images.

Las tendencias actuales, regidas por confrontaciones antiguas o recientes, incrementadas por la irritante destemplanza que la administración Trump instala como indeseable rutina  en estos nerviosos tiempos, pueden provocar otro fracaso en la península coreana.

Hay hechos tan significativos y silenciados  como que no es la primera oportunidad en que la estigmatizada República Popular Democrática de Corea, se apresta  al diálogo en busca de entendimiento y paz con sus coterráneos de raíces y cultura comunes milenarias.

Kim Il Sung, líder guerrillero que encabezó la lucha contra los ocupantes japoneses y después presidiera el país, propuso en 1993, un programa para dar pie a la reunificación, teniendo como base mantener las estructuras de poder existentes. Aquel proyecto tuvo algún parecido con lo aplicado por China en 1997 cuando Gran Bretaña le devuelve el territorio de Hong Kong, y aplica la fórmula que Beijing califica como un país dos sistemas.

La oferta de la RPDC fue animada después con los afluentes de la llamada  política del Sol, agenda del Partido Demócrata Centrista Reformista, del entonces presidente surcoreano, entre 1998 y 2003, Kim Dae-jung, quien apenas asumir mandato, tuvo que enfrentar la crisis económica que afectó a los tigres asiáticos, y  fuertes impugnaciones de Estados Unidos debido a su intento de recuperar autonomía nacional (surcorea no cuenta con algunas potestades que les corresponderían). Lo intentado en favor de reconciliarse con el norte, también  trajo fricciones con las autoridades norteamericanas.

Roh Moo-hyun continuó con el malogrado plan de Kim Dae-jung. Su empeño  y el de otros,  fue torpedeado por oponencias endémicas de la Casa Blanca, destacando la de George W. Bush cuando incluye a Corea del Norte en el “eje del mal”, arbitrario encuadre destinado a países presumiblemente patrocinadores del terrorismo. Fue uno de los motivos para que Pyongyang saliera del Tratado de no proliferación nuclear, y reiniciara el programa con el cual se protege en la actualidad.

Sin pretender que la RPDC, fue o es un estado perfecto, tal cosa no existe en este planeta, no se puede ignorar lo sufrido durante decenios por la hostilidad estadounidense y su empeño en mantener un magnifico emplazamiento en Asia en cuyos mares se ha paseado con amenazantes recursos ofensivos. Fue Estados Unidos quien primero ubica ojivas atómicas en la zona, e fue intentó de detonarlas en la guerra de 1950-53. Douglas MacArthur, quien tuvo a su cargo la jefatura de las tropas norteamericanas en aquella contienda contra Norcorea, poco después de concluida, aseguró:

“Yo habría arrojado entre 30 y 50 bombas atómicas (…) a lo largo del cuello de Manchuria (…) luego habría esparcido detrás de nosotros –desde el Mar de Japón hasta el Mar Amarillo- un cinturón de cobalto radioactivo (…) que tiene una vida activa de entre 60 y 120 años”.

En 1957, EE.UU. las radica en el sur y en más de una oportunidad amenazaron con emplearlas.  En  negociaciones ruso- norteamericanas sobre armamento nuclear, Moscú logró introducir el tema, haciendo posible que las sacaran de la Península a fines del 1991.

Norcorea ha denunciado los periódicos ejercicios militares surcoreano-estadounidenses que le amenazan hace ya medio siglo. Entre los recientes están los hechos en el 2017, cuando fue movilizada  una cantidad desproporcionada de medios bélicos norteamericanos para unos juegos de guerra absurdos por lo costosos y carentes de toda lógica, dados los riesgos de esa provocación.

Los menos apropiados quizás sean los iniciados, el 16 de mayo, bajo el título de Max Thunder. Se trata de prácticas aéreas en gran escala, destinadas a preparar un ataque preciso contra los principales objetos estratégicos de Corea del Norte. Así los describen reportes periodísticos.

Fue algo no concordante con el entendimiento alcanzado a finales de abril, en la exitosa cumbre  entre  Kim Song-un y Moo Jae-in, cuando los dos jefes de estado acordaron suspender todo tipo de acciones ofensivas  por tierra mar y aire. Pyongyang, considerando que esas maniobras vulneran lo acordado en Panmunjon, canceló la  reunión ministerial programada con el Sur a realizarse en esos mismos días, y alertó sobre la posibilidad de anular la cumbre con Trump  prevista para el 12 de junio en Singapur.

El hecho estaba alimentado por declaraciones de especímenes como John Bolton, quien en referencia al enfoque estadounidense sobre la desnuclearización de la Península, dijo que pensaban aplicar el procedimiento usado en Libia. En el comunicado oficial de la agencia KCNA, se plantea  “una iniciativa tremendamente siniestra la de imponer sobre nuestro Estado el destino de Libia o Irak”.

Bolton, no olvidarlo, estuvo entre los  grandes valedores de la invasión a Irak en el 2003 y se destacó por preferir el uso de la fuerza contra Irán y la propia Corea del Norte. Llegó al extremo de sugerir un ataque “preventivo” contra Pyongyang. Que la Casa Blanca decidiera recientemente salir del acuerdo con Teherán se juzga un mal paso influido por este asesor de seguridad, quien en sus memorias se auto describe como un alienígena por ser el único en favor de la guerra en Viet Nam, mientras la mayoría de los jóvenes norteamericanos estaban en contra.

Al parecer se le repite la situación pues de acuerdo con una encuesta de Pew Research, un 71% de los estadounidenses, sean demócratas o republicanos,  apoya las negociaciones con Corea del Norte. En sur Corea, en tanto, el 82,4% está satisfecho con el resultado de la cumbre entre los líderes de las dos partes y son mayoría los animados con la probable reunificación, incluso aquellos que albergan temores, muchos inducidos por propaganda adversa a lo largo del tiempo y también hoy.

La RPDC, suspendió todas sus pruebas con misiles y firmó con el Sur un acuerdo sobre la desnuclearización. De inicio, cerró su polígono de pruebas, de modo verificado. También dejó en libertad a 3 coreano-estadounidenses y desactivaron los mecanismos de propaganda instalados en la frontera común, acto secundado por sus similares sureños. En contraste, como vemos, se produjeron en EE.UU. pronunciamientos viciados que amenazan empeños tantas veces frustrados.

Este domingo 20 ocurrió un diálogo telefónico entre Trump y Moon Jae-in. Los despachos informativos aseguran que los dos se proponen colaborar  en busca de que sea exitosa la cita en Singapur. Para que ocurra y  sea provechosa,  Donald Trump tendrá que abandonar la petulancia que le llevó a declarar que su estrategia de presiones fue lo que llevó  a Corea del Norte a los inconclusos tratos, desconociendo lo hecho en anteriores etapas, o la virtud de Moon Jae-in, quien, desde que se postuló como candidato a la presidencia puso en sus prioridades retomar el empeño de la reunificación.

Hay una miríada de aspectos a canalizar entre las dos coreas, pero las decisiones del sur están mediatizadas por Washington, cuyo manual de gestiones no da mucho margen a significativas certidumbres. Si adecúan de modo civilizado las exigencias para que el Norte elimine sus armas atómicas, habrá ruta para un entendimiento.

Kim Jong-in, como sus antecesores, acepta el requisito si hay sólidas garantías para la salvaguarda de su país. La retirada de Trump del pacto con los persas, enfrentándose incluso a sus socios europeos, a quienes tampoco tuvo en cuenta al dotar  a Israel con la capitalidad de Jerusalén, son desplantes que disminuyen el necesario crédito para darle vigorosos cimientos a  tan delicada trama.

En la antigua Goryeo, heredera de los tres reinos unidos de antaño, están esperando, con cauto optimismo, desenlaces amables.