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La mujer en la Revolución

Bien contada, la historia se convierte en un relato apasionante, lleno de colorido y habitado por una multitud de voces. Hay acontecimientos de primera magnitud, poderosos como la lava que brota de un volcán. Señalan un punto de giro desde una entraña animada por conflictos que en cada época se plantean en términos diferentes. Aprender a leer el pasado descifrando las contradicciones que le dieron vida, conduce a entender el presente, a  descubrir sus claves y a intervenir activamente en la modificación de la realidad que nos envuelve e incumbe.

Por eso, Carlos Marx, sin abandonar los menesteres de la lucha revolucionaria, entregó gran parte de su existencia en archivos y bibliotecas al estudio del proceso de desarrollo del capitalismo. El análisis de las razones económicas no le impidió atender el desmontaje de los fenómenos políticos  que configuraban el universo de su contemporaneidad. Profundo conocedor de Shakespeare y lector de Balzac, no descuidó la observación del comportamiento de las mentalidades.

A contrapelo del aburrido y encartonado recuento de datos, la narrativa histórica debe proyectar una imagen viviente de la interdependencia de factores que modelan el transcurrir de cada etapa. Junto a los rasgos que definen el poder hegemónico en los planos de la economía y de la política, intervienen el papel de las personalidades, las tradiciones, las costumbres, las creencias, los intereses representados por las clases sociales, así  como el de los grupos situados al interior de cada una de ellas, el rostro de los excluidos, los marginados, los silenciados. El panorama general, omnicomprensivo y abarcador de una época, requiere complementarse en términos concretos con historias de vidas convincentes y creíbles como los personajes de una novela. Lamentablemente, la biografía es un género literario que ha contado con escasos cultivadores entre nosotros. Exige congeniar el rigor de la investigación sistemática y el dominio del arte  de narrar  para el logro de un relato convincente y verosímil.

En el intenso devenir de la historia, la mujer ha desempeñado un papel que merece reconocimiento y visibilidad. Desde el siglo XIX, cuando su formación respondía a la subalternidad en el reducto hogareño, muchas se comprometieron, en distinta medida, con la causa mambisa. Entregaron a sus hijos, vivieron en los campamentos, sirvieron como mensajeras e informantes. En algunos casos, alcanzaron grados militares. En la Constituyente de 1901, una voz aislada consideró la posibilidad de concederles el derecho al sufragio. Era prematuro en aquel contexto. Pero durante la república  neocolonial la mujer siguió formulando sus reivindicaciones, aunque no olvidó la causa mayor, el camino grande de la independencia y la emancipación. Se lanzó a la calle en el enfrentamiento directo a la tiranía de Machado. Después de la caída del dictador, obtuvo el derecho al sufragio. Comprometida en la vida política, se integró  a las luchas obreras y estudiantiles.

Reconocemos en Vilma, en Celia, en Haydée, paradigmas de indiscutible valía, heroínas de la Sierra y el Llano. Tendríamos  que saber mucho más acerca de su formación y el extenso anecdotario que ilustra su actuar concreto en el combate  y en la etapa de construcción de la nueva sociedad. Bajo la dictadura de Batista, el llamado del Moncada fue expandiendo su poder convocante. Después de la caída de Frank País, las mujeres de Santiago no temieron desafiar la represión. En esa y en otras ciudades,  cumplieron tareas de la más diversa naturaleza. Recaudaron fondos, ofrecieron refugios, trasladaron armas. Afrontaron persecución, vejámenes y torturas. Porque estaban en la Sierra, Fidel pudo sobreponerse a los prejuicios machistas y formar el grupo de combatientes de las Marianas.

Con el triunfo de la Revolución, la mujer cubana conquistó derechos que constituyen todavía reivindicaciones pendientes en buena parte del mundo. Perciben igual salario por trabajo igual. La maternidad disfruta de amplia protección. Acceden a responsabilidades de rango creciente. Portadoras de una tradición, han seguido madurando a lo largo de ese proceso. Encargadas de nuevas responsabilidades, asumen una doble jornada laboral. Atienden los apremios de una cotidianidad compleja  al frente del hogar. Son madres. Recogen a los pequeños a la salida de los círculos y de las escuelas, se ocupan de sus necesidades básicas. Supervisan el cumplimiento de sus tareas escolares. Participan en las reuniones de padres. Comparten los desvelos en las noches febriles. Con frecuencia creciente, por razones demográficas, atienden a los mayores de la familia. En su quehacer silencioso, constituyen un puntal de la sociedad.

En el continuo batallar por la independencia y el desarrollo, cada época tiene demandas específicas. Los derechos se conquistan. Las mentalidades se transforman a ritmo lento y desigual, con rebrotes recurrentes de conceptos periclitados. Ayer vergonzantes y reprimidas, asoman manifestaciones de machismo. Colocar la historia de la mujer cubana en el sitio que le corresponde es un modo de contrarrestar, en el plano de las ideas, tan corrosiva  presencia.

(Tomado de Juventud Rebelde)