Cubadebate Goles son amores: Formas del cambio

Íñigo Martínez en sus últimos días con la Real Sociedad. Foto: @InigoMartinez.

Casi nada en la vida llega, en el fondo, a ser tan detestable como las formas del cambio: formas que, pese a lo común, tardan en ser reconocidas como maneras ramplonas, ceremonias vulgares. Lo insufrible del cambio no termina siendo el cambio como suceso en sí, sino su evidencia como negación, que es, por antonomasia, la forma extrema de las transiciones. Cuando Íñigo Martínez, ex jugador de la Real Sociedad, firma el contrato con el Athletic de Bilbao, en realidad no está denegando nada, pero todo, visto de alguna manera, tiene forma de negación: el club de San Sebastián, pocas horas después, anunció en su web oficial que cambiarían, a quienes lo estimasen conveniente, la camiseta del defensor central por la de cualquier otro jugador. Para el antiguo entorno, la presunta traición se volvió una negación impostada. En 2014, Martínez había declarado: “nunca me iría al otro bando, para nada, estoy muy tranquilo. No creo que el Athletic venga aquí dándole al enemigo 30 millones”. Martínez, uno de los capitanes de la Real, alguna vez dijo que el derbi vasco era “un partido en el que más que los puntos, casi importa más el orgullo”. El tema del orgullo es un tema eufórico, histérico a veces, si se quiere. El orgullo es una impertinencia leve ante el cambio, una jactancia vaga. Cuando uno ve los ojos de Martínez en la presentación con el club vizcaíno no lo nota orgulloso, ni feliz, ni traidor. Íñigo solo habla de orgullo. Del orgullo que implica ser el fichaje más caro en la historia del Athletic. Un orgullo, por lógica, esporádico, precario. En los ojos del central solo hay indicios parcos, que son, como sabemos, los más determinantes. Ocurre, entonces, esa sensación absurda de haber descubierto algo que puede no tener importancia alguna en el curso futuro de los acontecimientos, pero, aun así, parece crucial, como cuando Carla, soprano de la Ópera Imperial, abraza a Johann Strauss, en la primera novela de Manuel Puig: “en los ojos la maldad se traiciona a sí misma y se reflejan en el iris los filamentos en cortocircuito de la mezquindad, lo cual nunca sucede en los ojos de él, al contrario: porque tiene ojos de bueno”.