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Hálito de deshielo

Imagen tomada de El Definido.

Imagen tomada de El Definido.

Este 2018 trajo en su despuntar un hálito de deshielo en la persistentemente tensa Península de Corea, asiento de una sola nación aunque dividida en dos Estados de contrapuestos sistemas sociales, harta conocida causa fundamental de los conflictos que durante décadas posteriores el fin de la Segunda Guerra Mundial, han afectado en distinto grado el entorno geopolítico del estratégico extremo Asia Oriental-Pacífico.

Después de meses de enconos y amenazas mutuas, sobre todo desde la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump con  la vuelta a un lenguaje francamente guerrerista contra la República Popular Democrática de Corea  (RPDC), del norte, desafiado por esta mediante ensayos defensivos de índoles nuclear y coheteril de mediano y largo alcance que le han valido resoluciones críticas en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, esperanzadores mensajes se han cruzado entre Pyonyang y Seul, las respectivas capitales de los dos países peninsulares.

El líder Supremo de la RPDC, Kim Jong-un, inició el año con un mensaje de cierto matiz conciliador, en el que propuso que ambos Estados entablen conversaciones con el objetivo de que una delegación de atletas de élites del Norte pueda participar en los Juegos Olímpicos de Invierno que organiza el Sur, a celebrarse del 9 al 25 de febrero venideros, lo cual ha despertado tempranos interés y expectativas en influyentes medios y círculos diplomáticos internacionales.

Al menos en Seúl se ha querido dar muestra de disponibilidad a recoger el guante lanzado por Pyonyang, de tal suerte que en 24 horas el ministro de Unificación Nacional de la República de Corea, Chol Myoung-gyon, propuso a su vez sostener conversaciones de alto nivel en la fecha del 9 de enero en la localidad de Panmunjom, en la zona desmilitarizada entre los dos Estados.

Según dijo el alto cargo ese eventual diálogo puede allanar el camino hacia un paulatino deshielo y se pronunció por una restauración inmediata de los canales de comunicación intercoreanos suspendidos desde diciembre de 2015, al nivel de viceministros.  Antes de esta declaración el mismo presidente surcoreano  Moon Jae-in, había pedido "medidas rápidas" que permitan al país vecino participar en el evento deportivo

Autorizados analistas recuerdan que Moon llegó al poder con la apuesta de abrir el diálogo con el régimen de Kim Jong-un y dejar atrás la política de mano dura que llevaron a cabo sus inmediatos predecesores durante una década, y en su lugar optar por ejercer presión económica alternada con diálogos y limitada cooperación bilateral, aunque a la larga dando continuidad al empeño permanente de desmantelar el sistema social en el norte.  De ahí se infiere ostensiblemente que a despecho del riesgo de tantas  imágenes negativas gestionadas por medios internacionales hostiles, la RPDC nunca cedió al fortalecimiento  y modernización de sus medios militares como garantía esencial de  protección defensiva de la preciada soberanía nacional.

Si de algo sirve la experiencia ajena, el desarme de Libia por el gobernante Muamar Gadafi, para acercarse a Europa solo le reportó que una coalición injerencista invasorta le derrotara y asesinara, atomizara a su próspero país y lo hundiera en una sangrienta anarquía en beneficio de poderosos centros económicos foráneos.

Para el surcoreano Moon la estrategia o estratagema trazada no fue cosa de coser y cantar en tanto generó dudas entre sus aliados más cercanos, y en primer lugar Estados Unidos, y se afirma que inclusive dentro de su gabinete ejecutivo donde se coincidió en pedirle priorizar la disuasión militar  Y por supuesto que Trump ha insistido en pro de la máxima presión posible y ni siquiera escuchar  hablar de tregua.

Antes incluso de que Kim Jong-un hablara de los Juegos Olímpicos, Moon pidió a Estados Unidos aplazar los ejercicios militares conjuntos que ambos países celebran a principios de año para que estos no coincidan con el evento deportivo, y por consiguiente tratar de potenciar una probatoria diplomacia deportiva invernal de distensión.

Del otro lado el líder norcoreano vinculó toda representación a dicho evento a “la moderación de la tensión militar en una clara referencia a las maniobras conjuntas que realizan periódicamente los ejércitos de Corea del Sur y Estados Unidos en la península. “Mientras nos mantengamos en un estado inestable que no es ni guerra ni paz, el Norte y el Sur no pueden garantizar el éxito de los Juegos Olímpicos, sentarse a hablar o avanzar hacia reunificación”, aseguró Kim.

Más allá de retóricas e intercambios de diatribas e insultos, los vínculos intercoreanos han respondido siempre a inevitables convergencias nacionales y culturales, entorpecidas y enajenadas, sin embargo, por la presencia imperial de guerra fría de Washington, que sistemáticamente amenaza con calentar recurriendo a disímiles provocaciones y pretextos. He aquí pues a fin de cuenta el origen del programa nuclear del Norte de clara intensión disuasiva, comprensible, si bien preocupante de adquirir la magnitud de una carrera armamentista entre las partes en pugna.  De ahí los llamados a un arreglo, pero sin dejar a nadie indefenso.

Ojalá que 2018 permita un respiro en los conflictos de la Península coreana y que en efecto los Juegos Olímpicos Invernales signifiquen un hálito de deshielo de que agarrarse.  Pero una pregunta inevitable asoma: ¿será posible con un vociferante Trump jugando al belicoso de los cuatro jinetes del apocalipsis?