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Goles son amores: Dejarse querer

Así celebró Messi el segundo gol del Barcelona ante el Real Madrid. Foto: Agencias.

Así celebró Messi el segundo gol del Barcelona ante el Real Madrid. Foto: Agencias.

Hay una imagen de Messi que parece la confirmación de algo que deberíamos haber entendido hace tiempo: toda persona busca resolver, como mínimo, necesidades de origen masivo que pudieran ser, además, necesidades pedestres. Messi abre los brazos ante la grada del Bernabéu y la escena es tan ficticia que parece ficticia: el ídolo que se deja querer es siempre una representación de culto capaz de suplir la ausencia de respuestas. La escena es ficticia porque el ídolo no es Messi. El ídolo en otro momento fue Messi (el ídolo aparece, generalmente, ante la propia necesidad de que exista un ídolo). El ídolo desaparece cuando entiende que la posible idolatría se convierte en tolerancia a la vida sin adoración, a la vida donde el fetichismo es solo una interpretación vaga de la felicidad probable.

El Barcelona de Valverde, ante el Madrid de Zidane, acabó por confirmar que la conciencia colectiva conduce al estrago recóndito de los otros. Sus rivales intentaron propiciar la catástrofe en términos de forcejeo específico: salieron a presionar a ídolos que aspiraban a no serlo (la presión es, a su vez, el menos terco de los ataques y el más físico de los resguardos). Pensó Zidane que desterrar a Messi sería efectivo. Quiso entender, incluso, que quizás el fútbol nunca haya sido un deporte coral y que alguien lleve más de ciento cincuenta años engañándonos a todos. El Barcelona de Valverde es, en primera instancia, eso: un entramado de héroes legítimos a quienes disgusta que les legitimen.

Zidane quiso evitar la versión de un presunto Barça soberbio y terminó pareciéndose a lo que se propuso impedir. El Madrid fue tan altanero que no recordó que el Barcelona nunca lo había sido. El Madrid acabó engulléndose tras el extraño placer de provocar la sofocación. Valverde colocó a Paulinho, precisamente, para trasladar de un lugar a otro el espacio donde los contrarios podrían comenzar la estrangulación. Ahí el primer mérito: Paulinho parece, en ocasiones, tan aposicional como huidizo y ello favorece una diferencia sustancial: el mediocampo del Barcelona es un hatajo de irreverentes que simulan la fuga constante; el del Madrid es una hermandad que no sabe cómo convivir ante centrocampistas exiliados.

El líder de la liga fue un punto medio entre dos imágenes: (I) la de Messi abriendo los brazos, y (II) la del mismo jugador recogiendo del césped el zapato que dejó en el camino, antes de dar la asistencia a Aleix Vidal. El primero es el ídolo. El segundo es más corporal; un individuo, conceptualmente, parecido a nosotros. Entre uno y otro, la alegoría menos imperfecta de este Barça: la necesidad persuasiva del silencio.

P.D: ¡Feliz 2018 para todos! Mis mejores deseos para ustedes en este nuevo año. Nos vemos el 8 de enero.

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Lo mejor de la próxima fecha:

España:

Celta vs Real Madrid (7 de enero)

Italia:

Fiorentina vs Milan (30 de diciembre)

Inter vs Lazio (30 de diciembre)

Francia:

Montpellier vs Monaco (13 de enero)

Nantes vs PSG (14 de enero)