Cubadebate Goles son amores: Soberbia

Jordi Alba marca el gol del empate ante el Valencia. Foto: @FCBarcelona_es.

Jordi Alba define de primera para empatar ante el Valencia. Foto: @FCBarcelona_es.

Lo del Valencia podría volverse insustancial en el momento exacto en que decidan creer lo contrario. Debe existir, en ese tiempo posible, un regodeo casi ingenuo, similar al de los últimos minutos ante el Barcelona: demasiada fe puede asumirse, en ciertas circunstancias, como una certidumbre irracional; tanta convicción deja de persistir, de alguna forma, debido a la simulación de la ecuanimidad, que es siempre una simulación vaga.

Cerca del fin del partido, la confianza empieza a ser percibida como tal si los contrarios la interpretan como humildad sutil. De eso se trata la confianza: los otros deben advertir cierta tolerancia a la dominación. El Valencia del primer tiempo, sometido, fue, a ratos, menos vulnerable a la hostilidad. El hostigamiento del Barcelona fue anémico. Salvo el gol legal que no validaron a Messi, el Barça volvió a jugar a lo mismo: a esperar a que el argentino no tenga más de tres en la marca. Para ayudar con ello, Valverde dispuso del displicente Rakitic y el eventual Paulinho o, lo que es lo mismo, arriesgarse a que los dos se limitaran, únicamente, a posicionarse de forma decente ante los rechaces defensivos. Por suerte, después de todo, existe Iniesta. Por suerte, además, existen las renovaciones de los contratos.

El gol de Rodrigo hizo creer a todos que el Valencia era distinto. El ímpetu da una sensación de ferocidad que ensombrece otros dilemas, los minimiza o, al menos, eso esperan todos: que el ímpetu sea balsámico. El furor llevó a la presión tras pérdida y a contragolpes fugaces. La humildad pasó a ser una vieja nimiedad solo para ocasiones puntuales. En un gesto de soberbia de los locales, Messi apareció solo. Solo, al menos, a la izquierda del televisor.

El Valencia terminó desgastado por tanta sublimación a los contrarios, por no saber acomodarse en el oportunismo. El Barcelona, en una acción puntual, vivió de las memorias, de esas escenas cinematográficas que se recuerdan por la voz antes que por la percepción visual; la voz como asomo de la personalidad. El pase de Messi para Alba, por ejemplo, retumba de la misma forma que las palabras de Orson Welles en los primeros minutos de The Magnificent Ambersons: "contra un entorno tan rústico, la magnificencia de los Amberson era tan llamativa como una banda de música en un funeral".