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Legados de la Revolución Rusa: Ciencias y Creencias 3.0

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Las condiciones que provocaron una revolución de humildes, hecha por humildes y con el propósito de mejorar la vida de los humildes en Rusia habían comenzado a formarse en el ese pueblo cuando perdió su inocencia acerca del “padrecito Zar”, en 1905. Los sistemas de dominación ideológica imperantes en ese inmenso país habían mantenido de forma más o menos eficiente hasta esa fecha la creencia en una imagen popular de este emperador como un gobernante esencialmente bueno y prácticamente divino. Para las mayorías oprimidas, explotadas, ninguneadas y muy religiosas, el celestial gobernante no sabía, nadie le había informado, acerca de sus miserias. Pero en ese año el pueblo, con sacerdotes al frente, fue a dárselas a conocer mediante una manifestación callejera que resultó arrasada a sangre y fuego. La violenta represión hizo que todo el país empezara a dejar de creer en el poder que los regía y ese grillete ideológico de sumisión se resquebrajó irremediablemente. Ya habían comenzado espontáneamente a crear también consejos de autogobierno local en fábricas y comunidades con miembros propuestos de entre la población, electos directamente. Comenzaban a jugar un importante papel paraestatal en la gobernación de las comunidades. Esos consejos de obreros, campesinos, soldados, de los humildes, se llaman “soviets” en lengua rusa.

Años después las fuerzas revolucionarias y sus creencias en una sociedad mejor catalizaron la rebelión en medio de la tragedia de una 1ra. Guerra Mundial en la que ningún desposeído podía lograr algo que no fuera sufrimiento y más miseria. Primero derrocaron al Zar en febrero de 1917 pero el poder permaneció en manos de los poderosos. Solo había caído la imagen monárquica, ya desmitificada.

Después, en octubre del mismo año, el gobierno de transición que se había instaurado estaba en tal situación de insostenibilidad que los soviets integrados por mayorías revolucionarias planearon y tomaron todo el poder en la capital Petrogrado, hoy restaurado como San Petersburgo. Este era el nombre alemán que le puso el zar que había fundado la ciudad para capital del imperio, siglos atrás. Coordinadamente, también lo hicieron en Moscú, la capital histórica, y en las próximas semanas en toda Rusia.

Ante la evidencia de la insurrección de los soviets, el líder del gobierno que había surgido en febrero dejó la ciudad en un automóvil con una bandera extranjera. Sus miembros refugiados en el Palacio de Invierno del Zar rápidamente se rindieron a los primeros cañonazos de un buque de guerra sublevado, el “Aurora”, desde el río Neva. El soviet de la capital Petrogrado que era presidido por Leon Trostky se instauró como gobierno. Este se había incorporado recientemente al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso Bolchevique después de muchos devaneos. El líder indiscutido e indiscutible, capaz de llevar aquello adelante y unificar la dirección de ese partido, fue Vladimir I. Lenin. Eran nombres de guerra y clandestinidad. Lenin de apellidaba de nacimiento Ulianov y Trostky era Bronstein, de familia judía.

Lenin y sus compañeros lograron conducir el proceso de forma tal que la Revolución no colapsara frente a las inmensas fuerzas que se les opusieron desde dentro y desde fuera. Las acciones y medidas económicas iniciales, muchas utópicas, inspiradas en hermosas creencias de las teorías revolucionarias de entonces se enfrentaron a las inmensas barreras de la inexperiencia y el desconocimiento absoluto de las consecuencias que podrían tener hasta para el propio proceso revolucionario. El genio político de Lenin pudo capear tales tormentas y tomar y rectificar en su tiempo las medidas que fueran necesarias. Desgraciadamente, no alcanzó a vivir lo suficiente para hacer avanzar el proceso en manos sabias y pragmáticas, y con la ética suficiente. No se pudo hacer ciencia social experimentando humanista y éticamente con el fin de construir un tipo de gobierno de todos y para todos, como le correspondía a una revolución social de tal dimensión.

Stalin (también sobrenombre de Dzhugashvili, su apellido georgiano) y muchos otros dirigentes los siguieron. Sin embargo, este utilizó su astucia y logró hacerse poco a poco de una autoridad absoluta tras la enfermedad y muerte de Lenin. Se notaba su profunda familiaridad con los métodos y formas de conducción de las personas inherentes a la organización religiosa donde se educó como seminarista en Tiflis, la capital de su Georgia natal, durante cinco años de su primera juventud. Formas disciplinarias y de dirección muy parecidas fueron instauradas poco a poco también en y desde el Partido Comunista dirigente de la ya naciente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. A partir de aquel momento fue logrando sacar del juego político a cualquiera que lo pudiera opacar, lo que condujo a la consolidación de su figura como algo muy parecido al zar, que tan familiar era para muchos rusos. Los obreros y los campesinos ostentaban formalmente el poder, pero las indicaciones centrales eran determinantes sobre la vida de las personas y el devenir de toda la sociedad.

Los métodos centralistas, basados en las creencias de las personas en un ideal, son eternamente efectivos en las religiones. Algo que se base en la sobrevida después de la muerte tiene que descansar obligatoriamente en las creencias, porque no existe evidencia alguna reproducible científicamente de tal sobrevida. Por eso las religiones existen y existirán mientras haya un creyente de la vida eterna en este mundo.

Sin embargo, las ideas de una revolución tienen que concretarse en hechos verificables para que perdure, como se hace en la ciencia. Probablemente esa es una de las muchas razones por las que la Revolución Rusa naufragó casi tres cuartos de siglo después. Cuando pasa tanto tiempo, la mística tiene que ser reemplazada por realidades palpables, contrastables y correspondientes con sus propios principios. Las creencias revolucionarias no se pueden mantener artificialmente, de forma durable, solo con consignas y medidas disciplinarias. Si además son corrompidas con abuso de poder, asesinatos y corrupción, como lamentablemente ocurrió, las mayorías revolucionarias pierden la fe, y pueden destruir su propia obra. Esto conduce a resultados equivalentes, sean lo mismo zares que castas dirigentes corrompidas las que ostenten el poder. Fidel nos lo advirtió bien en el discurso del 17 de noviembre de 2005: “Es tremendo el poder que tiene un dirigente cuando goza de la confianza de las masas, cuando confían en su capacidad. Son terribles las consecuencias de un error de los que más autoridad tienen, y eso ha pasado más de una vez en los procesos revolucionarios.”

Como se ha afirmado recientemente en la conmemoración del primer siglo de la Revolución Rusa, su principal legado fue que los humildes si pueden tomar el poder cuando los animan creencias revolucionarias honestas que auguran el bien de las mayorías, de los humildes. Fue y es una demostración experimental, científica. El devenir histórico de ese proceso también nos dejó otro legado muy importante, del que se puede aprender mucho. La corrupción, la inconsecuencia de los líderes con las ideas que proclaman, la falta de ética y la desilusión de las masas con respecto a las promesas de libertad y progreso para todos, pueden hacer naufragar cualquier proceso. Las revoluciones no son religiones.