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¿Cambiar las cosas para que cambie la gente o viceversa?

¿Qué es mejor: cambiar a la gente o cambiar las cosas?

Reflexionemos: ¿Qué es mejor: cambiar a la gente o cambiar las cosas?

El eminente sociólogo brasileño Jose de Souza Silva, se pregunta si lo correcto es cambiar a la gente para que cambien las cosas o cambiar las cosas para que cambien la gente. Sabemos que las dicotomías casi siempre nos hacen caer en una trampa que lleva al reduccionismo; pero no cabe duda que nos obligan a pensar en la importancia, las peculiaridades y las interrelaciones de cada componente del sistema.

No pretenderé dar una mini clase sobre el cambio, sus etapas, sus barreras,…

Sobre esto hay mucho ya escrito. No obstante escribiré lo conceptualmente indispensable para estar en sintonía filosófica con el análisis de la pregunta.

Podemos caer en una paradoja. El cambio lo hace la gente, pero lleva implícito un cambio intrínseco que en muchas ocasiones ni se desea ni se sabe ni se puede hacer.

Hay cambios fatales, que no quiere decir indeseables o luctuosos, y sí quiere decir inevitables, inexorables, que por mucho que lo evitemos ocurrirán, y mientras más lo intentemos alejar podemos estar convirtiéndolos en más lacerantes.

Cuando se pretende cambiar las cosas o cambiar la manera de pensar y hacer, o cambiar a la gente, se supone que se haga para mejorar, aunque no siempre el resultado sea el esperado y desgraciadamente a veces ocurra lo peor.

Cambiando las cosas

El hombre piensa como vive, por tanto si cambiamos las cosas es de esperar que la gente cambie. Ampliemos sobre esta hipótesis.

Se ha dicho que el hombre es un animal de costumbre. Por tanto el cambio de las cosas debe tener una fuerza motriz suficiente para llevar a que la persona se vea en la obligación de cambiar su comportamiento, aunque en una primera etapa lo haga en contra de su voluntad. Me estoy refiriendo a cambios humanamente aceptables, en que exista una suerte de consenso en su justeza y su necesidad. Hacer las cosas bien desde la primera vez es un objetivo loable, pero si dejamos que las cosas se hagan mal y no educamos o castigamos si fuese necesario, entonces se estará creando un camino a la chapucería, a la mediocridad.

Cuando las cosas cambian producto de caprichos del facultado a dictar esos cambios, suele producirse la confusión y la disfuncionalidad de lo nuevo que se implanta. Cuando los cambios tienen el consenso de la mayoría es más probable que se mejore y se produzcan cambios duraderos en el comportamiento de las personas y los grupos de personas.

El rol que se asigne a cada persona también es de importancia en el comportamiento. Los roles pueden cambiar por diversas razones, no siempre acorde con lo que se prefiere; pero evidentemente cada rol tiene implícita una cuota de compromiso, responsabilidad, conocimiento. El cambio de roles puede llevar a cambios de actitud; por ejemplo un jefe muy exigente que al dejar de ser jefe se torna en un trabajador simple que rechaza la exigencia de sus jefes.

Cambiar a la gente

En muchas ocasiones se afirma que mientras no cambies a la gente las cosas que andan mal seguirán igual o peor. Existen situaciones en que el cambio de la gente es algo evidentemente necesario, ya sea por falta de dominio de la tarea asignada o por falta de responsabilidad, por negligencia manifiesta, por acomodamiento, entre otras causales. El problema se complica cuando estamos frente a un ser humano o varios seres humanos con conocimientos y deseos de obtener mejores resultados y no lo logran. En este caso es muy perjudicial buscar en el cambio de la gente la solución, sin analizar a fondo por qué no tienen el éxito que todos esperaban.

En el necesario cambio de la gente es importante profundizar en la correspondencia entre las características integrales de la persona y los requerimientos del cargo o la tarea asignada. En nuestra sociedad tenemos múltiples ejemplos de cuadros que han tenido buenos resultados en un tipo de cargo, y cuando lo pasamos a otro tipo de cargo fracasan. Un buen director de Empresa o un buen asesor estatal no necesariamente será un buen Ministro.

Por otra parte podemos poner al cuadro o especialista que todos consideramos más preparado para asumir un cargo y vuelve a producirse un resultado decepcionante. En este caso lo que sucede es que se limita injustificadamente la capacidad innovadora, la creatividad y los cambios en forma y contenido que esa persona quiere llevar a la práctica.

Es interesante responder a la pregunta si lo fundamental es cambiar al dirigente principal de la organización o si lo más efectivo es cambiar parcial o totalmente al equipo de dirección. No hay recetas ni debe haberlas; hay que analizar casuísticamente; el nuevo jefe debe profundizar o enterarse de las características de cada miembro del equipo para tomar las mejores decisiones.

¿Entonces cuál es la respuesta a la pregunta?

Cada cual tendrá su propia respuesta que me gustaría mucho conocer de los cubadebatientes.

Me arriesgaré a compartir anticipadamente con ustedes la mía; y así minimizar esos comentarios del tipo: “muy bien todo, pero entonces ¿qué hacer?”.

Sin traicionar el análisis sistémico del problema que entraña la pregunta, yo pienso que lo esencial radica en cambiar las cosas.

 Pero cambiar las cosas siguiendo al menos los siguientes principios:

Como de costumbre tienen ustedes el derecho de opinar, de concordar, de disentir, de preguntar, de proponer; siempre aplicando la savia martiana y fidelista de: “con todos y para el bien de todos” y de “cambiar todo lo que deba ser cambiado”.