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El sonido y la política

Una parte de la realidad objetiva y natural que rodea nuestras individualidades y de la que somos producto no se puede tocar, palpar, aunque esté evidentemente presente. No se trata de hechos sobrenaturales, de los que suelen denominarse como “espirituales”, sino de las llamadas “ondas”. Son intangibles. No se trata esencialmente de objetos, sino del movimiento de ciertos objetos.

La posibilidad de que se pueda realizar una llamada telefónica y conversar en tiempo real con alguien que se encuentre al otro lado del mundo solo se podía concebir hace más de un siglo como producto de una intervención sobrenatural. Y que esto pueda hacerse hasta en medio de un paisaje natural primoroso, solo rodeados por plantas, cielo, mar, arena, sin vestigios de construcciones o productos del hacer humano hubiera sido más que increíble. No podemos ver las ondas de radio que permiten ese fenómeno. En este caso nuestro teléfono utiliza el movimiento o perturbación de algo conocido en Física como el “campo” para trasmitir y recibir señales que podemos asimilar y así realizar tal conversación. Se hace uso de las llamadas ondas electromagnéticas.

Las partículas y objetos materiales, como las del gas o aire que nos rodea, también se pueden mover regular y uniformemente ellos mismos al ser perturbados. Y producen ondas. El ejemplo de una piedra lanzada en un estanque de aguas sin movimiento, y sus ondas provocadas así en la superficie, es clásico en la mayoría de los libros de texto de Física. Algo muy similar ocurre cuando hablamos. En realidad, lo que hacemos es mover a voluntad unas membranas en nuestra garganta que hacen que el aire que exhalamos salga de nosotros “perturbado regularmente” por esos movimientos llegando a modularse y diferenciarse de tal forma que se produce lo que llamamos “sonido”. Se trata de la forma en la que nuestro cerebro interpreta el movimiento de unos huesecillos que están en nuestros oídos y que reaccionan a las ondas de movimiento del aire. Al movimiento de la membrana de las cuerdas vocales de un hablante reacciona el movimiento de los huesecillos del oído de un oyente. Son ondas acústicas que se parecen, pero no son electromagnéticas.

Nuestros oídos pueden detectar solo ciertas ondas acústicas. Hay frecuencias muy altas (muchas repeticiones en un segundo) con las que los huesecillos no pueden sensibilizar al cerebro. Incluso, si son muy intensas, esos nuestros detectores pueden dañarse. Las de frecuencia muy baja tampoco las pueden detectar y de hecho puede ser más fácil ver el movimiento de los objetos afectados que oír su sonido. También hay y se llegan a poner de moda algunos tipos de sonido, que algunos clasifican como “música”, que pueden ser detectados perfectamente por nuestros oídos sin daño fisiológico aparente inmediato. Sin embargo, si pueden ocasionar daños culturales y sociales. Eso ya trasciende la interpretación del fenómeno físico que los origina.

Recientemente nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores emitió una declaración acerca de un misterioso efecto reportado entre algunos diplomáticos extranjeros, de los EEUU y de Canada, en Cuba. Aparentemente algunos han enfermado y ello se ha atribuido a sonidos de intensidad y frecuencia perjudiciales para los oídos y sentidos humanos en general. Algo así como “ataques sónicos” contra ellos, de los que afectarían los huesecillos de los oídos y al propio cerebro. La prensa internacional viene dándole mucho eco al fenómeno, a veces de forma sospechosamente reiterativa.

En el mundo se han usado artefactos sónicos contra manifestaciones callejeras, y probablemente para otros menesteres, por parte de potencias con tecnología e insanos deseos de dañar a inconformes. Cuando los que reportan daños son diplomáticos entonces el matiz político del “ataque sónico” es inevitable.

Un razonamiento elemental nos conduce a que si tales ataques son reales e intencionados, su origen se debe atribuir a quienes pueden sacar alguna ventaja de ellos. ¿Quiénes están en contra de relaciones diplomáticas normales entre Cuba y el país de origen de los diplomáticos? No tiene que ser un país, sino un grupo o grupos de interés hasta en el propio país extranjero. Si una acción ocurre para obstaculizar algo que conviene a los dos países, es obvio que el origen de la misma se debe encontrar en las personas que están disgustadas con tales beneficios y carecen de estatura moral para argumentar y luchar por sus ideas con razones éticas.

La historia reciente muestra casos irrebatibles en los que algunos hechos, a veces prefabricados, se usan para causar o agudizar conflictos. Recordemos, entre muchos, el famoso supuesto ataque polaco del 31 de agosto de 1939 contra el trasmisor de radio alemán en Gleiwitz, Silesia. Se trató en realidad de un montaje nazi para justificar y desatar la invasión de Polonia. Así comenzó la conflagración mundial más terrible y costosa, hasta nuestros días. También la guerra de Viet Nam tuvo el supuesto segundo incidente del Golfo de Tonking, el 4 de agosto de 1964, que muchos consideran de muy dudosa veracidad hasta en los propios EEUU. Este muy publicitado entonces supuesto ataque sirvió para justificar la escalada de una guerra que solo dejó muerte y destrucción.

Esperemos que la cordura predomine y que los que puedan haber provocado los muy divulgados incidentes actuales, atribuidos al sonido, no logren execrables objetivos políticos. Ambos pueblos somos vecinos inevitables y debemos mantener las relaciones normales, civilizadas y mutuamente ventajosas que todos deseamos. ¡Ah!, y que el bloqueo que ya dura más de cinco décadas y que tanto sufrimiento ha causado al pueblo de Cuba se acabe de eliminar de una vez y para siempre. A veces cuesta imaginar que haya personas que se digan relacionadas con Cuba en ese país y que también nos tengan tanto odio. Un odio insano y sin cuartel para satisfacer bajas pasiones e intereses muy oscuros por los que están dispuestos graciosamente a seguir haciendo sufrir a los cubanos hasta el infinito. Y más aún que tengan hasta algunos cómplices mercenarios que los secunden en nuestro suelo.

La Habana, 28 de septiembre de 2017