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Venezuela: después de la posverdad...la verdad

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El escritor arentino Carlos Bagnato (creo que también, poeta), me dejó pensando con la historia del mecánico y el tornillito, que cuenta así:

“Una fábrica tiene un desperfecto en una máquina fundamental de su proceso productivo. Ante la urgencia y la importancia del asunto, llaman a un especialista. El especialista llega, mira la máquina, mueve un par de perillas y, con un gesto breve, abre su caja de herramientas, de la que extrae un desarmador bastante chusco. Ajusta un tornillo. Mueve una perilla, presiona un botón y la máquina arranca como si no hubiera pasado nada.

“–¡Listo! –dice el mecánico, guardando el desarmador y limpiándose las manos con un trapito grasoso.

“–¡Gracias! –dice, aliviado, el gerente–. ¿Cuánto le debo?

“–Mil pesos –dice el mecánico, con el trapito todavía en la mano.

“–¡Mil pesos por ajustar un tornillo! –exclama el gerente, incrédulo y con los ojos a punto de estallar como la vena de su cuello.

“–No –aclara el mecánico–, lo de ajustar el tornillo es gratis. Los mil pesos son por saber cuál era el tornillo que había que ajustar.”

El cuento de Bagnato se me cruzó con el alud de interpretaciones sobre la situación política de Venezuela, y no sé por qué asocié ambas cosas con los versos de un tango de Discépolo: Al mundo le falta un tornillo / ¡qué venga un mecánico a ver si lo puede arreglar!

El mundo… Suele convenirse que, en el siglo pasado, el mundo perdió varios tornillos. Pero a estas alturas, asusta reconocer que uno de los más importantes fue el que perdió, deliberadamente, el publicista estadunidense Edward L. Bernays (1891-1995), inventor de la propaganda moderna.

En la máquina capitalista, Bernays ajustó el tornillo indicado y, desde entonces, la comunicación política dejó de apelar a los hechos fácticos, objetivos, convirtiéndola en mero marketing, predominio de la imagen, sobrecarga de información, hipersonalismo, culto marketinero de la imagen, y el predominio publicitario de poderosos intereses minoritarios.

Nadie estudia ya Propaganda, obra fundamental de Bernays, publicada un año antes de la gran crisis económica de 1929, y libro de cabecera del nazi Joseph Goebbels, aquel ministro de Hitler que en sus páginas aprendió que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. O bien, eso que hoy, con eufemística ligereza seudoacadémica, da en llamarse posverdad.

En todo caso, los estragos mediáticos de la posverdad empezaron en nuestra América cuando las oligarquías ilustradas distorsionaron y, peor aún, silenciaron las causas del genocidio de Paraguay (1864-70). O cuando España instaló en Cuba los primeros campos de concentración (1895-98), modelo de exterminio que los nazis perfeccionaron con resultados conocidos.

En pocos años, la propaganda política hizo que las ideas republicanas de la democracia moderna cayeran en las redes del capitalismo primero, y del socialismo ensayado después, incapaces de integrar sus ideales y principios.

Remedando a Nietzsche, los neoliberales aseguran que no hay hechos, sino interpretaciones. Librándose todo, entonces, a la opinión de posverdades que no pasaban de construcciones ficticias, en las que los activistas seguían repitiendo puntos de vista, teniéndoles sin cuidado si la realidad los desmentía.

Pensada como instrumento de manipulación, la posverdad fue puesta al servicio de la mentira: rumores falsos que se convierten en temas de noticias importantes, analistas y expertos que manejan percepciones y creencias a través de técnicas que estratégicamente difunden rumores y calumnias (microtargeting), ranking de motores de búsqueda basados en lo que un algortimo piensa que los usuarios de un medio quieren.

En suma, nada de lo que, necesariamente, es factual. Y así, las derechas asesinas niegan la lucha de los pueblos, y las izquierdas despistadas le restan legitimidad.

Que la verdad es la única realidad, y viceversa. Posiblemente. No está claro. La verdad y lo real sean construcciones, y habrá que ver de qué lado nos ponemos cuando aparecen los resultados de tales construcciones.

Están los que con el pretexto de deconstruir todo, se olvidan de lo factual, cambiando de valores como de camiseta porque todo les da igual. Y están pueblos como el de la Venezuela bolivariana, que acaba de ajustar el tornillo que al mundo le faltaba, dándonos una gran lección de coraje y dignidad.

(Tomado de La Jornada)