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Conocimiento, políticas, cerebros

talento

Tiempo atrás el compañero Agustín Lage publicó en el periódico Granma un artículo al que tituló “La ciencia no es un lujo”. Quiero dar continuidad a esa discusión. Mantener vivo ese debate me parece fundamental.

Trataré de sumar nuevos argumentos con relación al mismo tema e identificar algunos problemas que requieren nuestra atención.

En esta etapa donde estamos construyendo numerosas políticas, aquellas que tienen que ver con el conocimiento, la ciencia, la tecnología y la innovación requieren la mayor atención.

Desde una perspectiva histórica y simplificando un poco, puede decirse que la humanidad transitó por una “era agrícola” a la que le sucedió la “era industrial” para arribar en las últimas décadas a la “era del conocimiento”. En esta se produce una aceleración sin precedentes del ritmo de creación, acumulación y depreciación del conocimiento. Todas las actividades humanas, productivas y de servicios, la administración pública, el manejo de riesgos, por mencionar algunas, se apoyan cada vez más en el conocimiento.

La relevancia atribuida al conocimiento se expresa en algunos datos. Desde 2007, el número de personas dedicadas a actividades de investigación y desarrollo tecnológico ha aumentado en un 21%. Hoy casi 8 millones de científicos e ingenieros están contratados en todo el mundo para esos fines. Los gastos en esas actividades siguieron creciendo y alcanzaron en 2013 la cifra de $1.478 billones.

El número de estudiantes universitarios está en constante aumento. Para 2025 el número de estudiantes universitarios en todo el mundo será superior a los 262 millones, de ellos 63 millones vivirán en los países en desarrollo.

Por supuesto que los crecimientos son muy desiguales, con especial destaque para Estados Unidos, Unión Europea, Japón y China. Pero todos los países que aspiran al desarrollo, sobre todo a un desarrollo sostenible e inclusivo, están obligados a fortalecer sus potenciales humanos y sus capacidades de conocimiento.

De diversos modos y en varios lugares eso es reconocido en los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución y en el Plan de desarrollo económico y social para 2030 que constituyen nuestras brújulas.
En esos documentos el potencial humano y las actividades de ciencia, tecnología e innovación aparecen como uno de los ejes del desarrollo próspero, democrático, sostenible al que aspiramos.

Formar personas, ampliar el conocimiento, conectarlo a todas las actividades sociales es una condición imprescindible para nuestro desarrollo. Disponer de talento humano suficiente es clave.

¿Pero qué ocurre con el talento humano o los “cerebros” como también se les llama?

Luego de la Segunda Guerra Mundial donde EUA montó toda una estrategia para atraer a los científicos europeos ofreciendo para ello mejores remuneraciones y superiores condiciones de trabajo, apareció la expresión “robo de cerebros” o también “fuga de cerebros”. No lo acuñó un país subdesarrollado sino la mismísima Inglaterra que vio emigrar a muchos de sus mejores talentos. Desde entonces, el robo de cerebros, con unas u otras formulaciones, se fue convirtiendo en política de muchos estados. Así Cuba ha perdido médicos, científicos, informáticos, entre otros.

Creo que entre nosotros no está muy difundido cuánto vale un Doctor en ciencias. En México estiman que la pérdida de una persona con grados científicos equivale a la pérdida de un millón de dólares. Según ese cálculo, si en un año cualquiera abandonan la universidad 10 doctores, esa universidad y el país habrán perdido 10 millones de dólares. En realidad la cosa es aún más grave. Porque no es solo un asunto económico. En un país con una comunidad científica pequeña como la nuestra ocurre a veces que la pérdida de uno o dos especialistas en un campo cualquiera nos deja desprovistos en esa esfera.

Algunos países han desarrollado estrategias exitosas, apoyadas en la movilización de recursos, para promover el retorno de sus talentos. Lo hizo la Argentina de Kirchner, lo hizo el Brasil de Lula.

Por cierto, la fuga no debe ser confundida con la necesaria inserción, por períodos mayores o menores de tiempo, en centros de investigación, laboratorios, universidades, de los países centrales. A eso podríamos llamarle “circulación de cerebros”. No siempre se entiende bien el asunto y en ocasiones se ponen en práctica políticas que tratando de evitar la fuga reducen al mínimo la circulación internacional de los profesionales.

Un dato puede mostrar rápidamente lo erróneo de esas políticas. Mientras que a escala mundial se ha calculado la existencia de más de 50.000 estudios, certificaciones, disciplinas, títulos distintos, América Latina en su conjunto desarrolla unos 15.000 ámbitos disciplinarios. En Cuba son muchos menos. Por eso la endogamia en materia de conocimientos es suicida.

Los “cerebros” no sólo son robados o se fugan al extranjero. Otro tipo de “fuga”, a la que se denomina “fuga interior” es aquella en la que el especialista no emigra físicamente pero sus coordenadas mentales son definidas desde temas, intereses científicos, prioridades, de escasa o nula relevancia para el desarrollo del país. Con frecuencia esas conductas están influidas por la ausencia real de demandas locales de trabajo calificado.

Lo anterior nos lleva a otro tema: el desperdicio de cerebros. Se trata de un crimen que se ejerce cotidianamente. Hay muchas maneras de desperdiciarlos: mutilando las vocaciones, desarrollando políticas excesivamente restrictivas de ingresos a los estudios superiores, asignando a las personas a puestos de trabajo que no requieren las calificaciones que ellas poseen; no promoviendo el talento a puestos donde pueda desplegar sus potencialidades.

La nueva política migratoria no permite calcular las necesidades de fuerza de trabajo calificada de territorios y sectores del modo en que se hacía antes. No es razonable decir que tal provincia no necesita tal o cual tipo de profesional porque si se gradúa no encontrará trabajo. Frente a tanta movilidad dentro y fuera de Cuba ¿cómo hacer semejante cálculo?

Limitar el cultivo del talento, coartar las vocaciones, impedir accesos son errores que lastiman nuestras expectativas de progreso social. El talento que estamos obligados a formar debe ser un motor de nuestro desarrollo. Esa fue la política que Fidel nos legó.

Tampoco es posible darnos el lujo de colocar a los graduados universitarios en puestos donde se dicen son necesarios pero no existen las menores condiciones para aprovechar sus potencialidades. La frustración genera la desmovilización de esas personas.

Termino con una sugerencia: hay que analizar de qué modo las políticas actuales nos permiten o no nos permiten promover y cultivar plenamente el talento que necesitamos. Pero como no hay algo así como un “ministerio de talento humano” necesitamos la acción concertada de muy diversos ministerios. Se trata de un tema complejo que reclama un enfoque intersectorial.

Talentos tenemos en Cuba más que guácimas, decía Martí. Ese talento es clave para transformar el presente y diseñar y construir el futuro.