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Goles son amores: Últimas imágenes del Real Madrid

El Real Madrid se reafirma como el mejor club de la historia del fútbol mundial. Foto> Real Madrid/ Twitter.

El Real Madrid se reafirma como el mejor club de la historia del fútbol mundial. Foto> Real Madrid/ Twitter.

Las últimas imágenes del Real Madrid sobre el Millenium Stadium de Cardiff se definen a partir de una ambivalencia estética: tipos gansteriles proclives a la idolatría general, depredadores cordiales, pendencieros agazapados, matones simpáticos.

Todo comenzó a gestarse en el vestuario, al terminar la primera mitad. Para ese entonces, aquel espacio era una escena de David Simon donde todos, inevitablemente, practicábamos el culto a los capos, la adoración a los criminales que necesitan transformación (llamémosle bildungsroman pop).

Zidane tuvo que deformarse. Agacharse. Levantar la cabeza del “muerto”. Observar detenidamente la herida de bala y balbucear, cual Jay Landsman: —Aquí está el problema, tiene una pequeña fuga.

Disolvió el rombo. Mandó a Isco a una banda.

La Juve, con Pjanic débil, había apostado por llegar desde los laterales. Con Alves y Alex Sandro (según las estadísticas finales, el 34.4 % de los ataques bianconeros llegó por la derecha y el 40.4, por la izquierda). Cristiano había golpeado primero, al minuto 20. Una acción fugaz. La Juve empataría poco después con una diligencia casi genética que había comenzado a relatarle a El País, Fabio Capello, dos días atrás: “los delanteros saben moverse. Mandzukic e Higuaín se mueven constantemente y se mueven muy bien. Y entre los centrales hay jugadores que saben hacer muy bien estos pases largos. Es un automatismo”. Pelotazo de Bonucci, toque del carrilero izquierdo brasileño, control de Higuaín, media chilena de Mandzukic. Un golazo terapéutico.

El Madrid terminó el primer tiempo apelando a la filantropía juventina. Los italianos mostraron, pese a todo, un arsenal diezmado en la media cancha; un mariscal ausente; una defensa que temblaba, a ratos, frente a arremetidas bruscas. Allegri ganó, casi exclusivamente en la primera parte, en el posicionamiento táctico sobre el terreno. El de Livorno aplicó a la perfección esa máxima ‘cholista’ de que cada jugador en un partido de fútbol tiene el balón, en total, durante muy pocos segundos, por lo que se vuelve a veces más importante que cada uno sepa cubrir lo mejor posible el espacio que le toca cuando no tiene el esférico en su poder.

Casi siempre las finales comienzan a definirse fuera del rectángulo que rodean las vallas publicitarias. En ocasiones es lo lógico o, a fin de cuentas, lo macabro. Hay otra escena, de valor cultual casi, que tampoco vimos: varios hombres en una habitación, minutos después de un trance peligroso –el típico thriller taquillero que hemos visto más de una vez y del que siempre renegamos-, sentados en círculo, esperando gritos, instrucciones y otras obviedades del oficio. En el instante que sigue nos venden discursos platónicos, odas interminables, diálogos exacerbados, rezos convulsos. Es lo que suele ocurrir: la épica nos sustenta, y no viceversa.

Los once tipos que visten de morado salen al campo nuevamente. Comienzan a deliberar demasiado. Consiguen que todos los movimientos tengan algo de premeditación pública. Cada balonazo tiene un componente afectivo hasta ese momento incomprensible.

Los de la Juve -Allegri incluido- sacan las palomitas de maíz, se acomodan, acercan el control remoto, ponen el teléfono en modo avión. El Real Madrid ofrece un espectáculo operístico que con el tiempo se va convirtiendo en un fenómeno de masas. Un espectáculo que se vuelve folclórico para los aficionados de Gales, de España, de Italia, de Suazilandia, de Vanuatu. Un espectáculo popular que por empático no deja de ser operístico.

Casemiro, por ese entonces convertido en ciudadano ilustre de los tres cuartos de cancha, se encuentra una pelota. “Sabía que el balón venía perfecto para pegarle a la primera. Gracias a Dios entró”, diría luego. El remate roza a Khedira. Buffon no puede llegar. Se va hacia dentro del arco. Dios parecía haber creado las líneas de presión en el borde del área grande.

Poco después, Cristiano se aprovecharía de la vigilia de Carvajal, el trote infinito de Modric por la derecha y el olor a sangre coagulada en los alrededores del área chica. Cerca del final, Marcelo desmenuzaría a un contrario y cedería el balón a Asensio para que el joven fuera a celebrar a un costado de la cancha.

El Madrid del segundo tiempo fue un artefacto pulcro y vulgar, estoico y díscolo, moderado y sedicioso y fue además, en las entrañas de esas ambivalencias, donde el Madrid terminó siendo un hermoso bucle infinito.

Foto tomada de El País.

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Foto tomada de El País.

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Foto tomada de El País.

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Foto tomada de El País.

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Foto tomada de El País.