Goles son amores: Benzema

Benzema nunca se preocupó por valerse del lenguaje de los ‘nueve’ de área: chocar contra los defensas, mirar de reojo el punto de penal, incomodar al arquero en los balones aéreos... Benzema siempre ha sido un bárbaro de los que deambulan en tres cuartos de cancha haciendo señas con las manos; un vasallo de otros delanteros con títulos nobiliarios y de entrenadores oligárquicos; un sujeto agazapado sobre la hierba que necesita demasiada tierra baldía para realizar el metabolismo.

Karim decidió que la única virtud posible en este caso era estudiar el silencio corporal. Cultivó un aspecto solemne y, para ello, comenzó a refugiarse pocos metros delante del mediocampo. Se transformó en un satélite doble: comenzó a ser de los que, en algunas ocasiones, leían la extremaunción y, en otras, sellaban la escena del crimen después del último balazo.

Con esas características empezó a sobrevivir a contendientes, técnicos y periódicos. Los años pasaron. Cada uno parecía el último. El francés nunca los vivió al límite. O sí. Estrelló su automóvil en dos ocasiones y se vio implicado en un escándalo sexual y una extorsión. Dentro de la cancha, siempre un hombre timorato, un futbolista institucional, de los que caminan por los terrenos de juego como si fueran de una oficina a otra llevando recados.

Costó entender la posición de Benzema en el campo. Se lo vio alejado de las zonas de depredación común. Estableció un espacio de confort donde debía callar, depurar marcas, arrastrarlas hacia la decadencia ulterior y transferir balones. De hombre más adelantado pasó a intermediario, a mediador. Casi siempre había que contar con él para orientar a las masas en las masacres definitivas. Mutó hacia un componente agitprop casi obligatorio. A veces las concluía. A veces solo vitoreaba a los suyos y aplaudía de lejos.

Aun en temporadas con altibajos, El Gato siguió formando parte de las alineaciones titulares (Florentino mediante, o no). Llegaron revulsivos. Hubo, incluso, varios jugadores en su posición. Ninguno consiguió entender lo elemental. Desde 2009, el delantero centro del Real Madrid debía ser alguien que dominase a la perfección los movimientos sediciosos de Cristiano Ronaldo. Karim percibió, desde un inicio, que siempre sería un sucedáneo, que su rol era el de Ed Harris en El Show de Truman: productor ejecutivo de un programa donde se le configura la vida a un hombre.

Días atrás en el Vicente Calderón, el delantero galo inició una barbarie. Con movimientos sigilosos escapó, a la misma vez, de Savic, Godín y Jiménez, que lo esperaban con camisas de fuerza, esposas, candados  y celdas: una jugada sublime en un espacio ridículamente mínimo. Huir de ese lugar parecía casi imposible. Con breves oscilaciones de piernas, le exigió a los tres defensores que dijeran, ante el paredón del Manzanares, sus últimas palabras.

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