- Cubadebate - http://www.cubadebate.cu -

En el vórtice del Béisbol Cubano (2da. parte)

Preston Gómez, José Llanusa y Felipe Guerra Matos en 1959. Al centro el Haitiano González.

Preston Gómez, José Llanusa y Felipe Guerra Matos en 1959. Al centro el Haitiano González.

Para el colega Yasel Porto

¡Y llegaron las Series Nacionales!

De paradojas y conviccio­nes, comenzaría un béisbol autóctono entre cubanos. Con la eliminación del profesionalismo se sustituyó el clásico invernal por otro sin tanta promoción, de raigambre popular. Fue sabia la decisión de realizar torneos regionales y zonales en los primeros años, para que los amateurs se familiarizaran con todo el país. Allí compitieron los de mejor desempeño y se les adjun­taron selecciones de perdedores, un genuino aporte al Régimen de Participación.

En 1962 comenzaron las Series Nacionales con cuatro equipos: Occidentales, Habana, Azucareros y Orientales. De esa forma, los integrantes de cada zona representarían a sus provincias. Con un respaldo abrumador de autoridades y pueblo, se fue conformando un sui géneris sistema de competencias en la Isla, que rendiría indudables frutos. Hasta el sol de hoy, quizás hayamos implantado un récord universal en cuanto a estructuras, unas para bien, otras no.

Algunos no entendían por qué se eliminó el profesionalismo y se convirtieron en detractores del nuevo sistema. No querían perder a sus ídolos, tampoco estaban en condiciones de entender lo que sucedía, porque las cosas se presentaban complejas de verdad. Sin embargo, hubo una atractiva diferencia: la rivalidad sería por territorios. Antes podía usted jugar con el Almendares y ser de Michigan, de San Juan de Puerto Rico, o de Miramar. Eso sí, se tirarían al río los torneos rentados, todo en función del amateurismo olímpico.

Antes los nombres respondían al equipo, no al territorio. Además, se introdujo un nuevo concepto, ningún oriental jugaría con Occidentales y viceversa. En algunos casos se tomaron refuerzos por zonas. Así sucedió con Fidel Linares, Felipe Álvarez, Tomás Valido, Raúl Martínez, Luis Castro y otros pinareños, quienes reforzarían los conjuntos de occi­dente y la capital. Las provincias, con excepción de La Habana, no tuvieron equipos hasta 1967.

El experimento tuvo sus cosas, con solo veintisiete partidos para ver el efecto. Lo que pudo llegar como una sombra en el sol beisbolero de Cuba, se convirtió en logro, la gente bendijo los juegos a estadio repleto, con altas dosis de patriotismo. He leído declaraciones de José Llanusa Gobel, primer presidente del INDER, sobre el temor al rechazo, pero se garantizó la continuidad con otro incentivo: el pelotero defiende su terruño. El 14 de enero de 1962 se inauguró la primera serie con un juego entre Orientales y Azucare­ros, ganado por el segundo, gracias a la primera lechada, propinada por Jorge Santín.

Ese día el Latinoamericano, originalmente Gran Stadium de La Habana, se abarrotó para ver a peloteros y políticos, porque allí estaban los dirigentes de la Revolución, encabezados por el comandante Fidel Castro.

¿A quién se le hubiera ocurrido que un jugador como Fidel Linares, ya veterano en lides pinareñas y de la Liga Pedro Betancourt, pasaría a ocupar los primeros planos de la prensa radial, televisiva y escrita? Lo mismo sucedió con Miguel Cuevas, Pedro Chávez, Jorge Trigoura, Erwin Walters, Alfredo Street, Mariano Álvarez y otros conocidos en sus zonas, pero poco divulgados, porque no era objetivo de nadie publicitar la pelota amateur, ante la profesional y la de Grandes Ligas, con la excepción de la fuerte Liga Amateur de Cuba, adscripta a la Unión Atlética de Amateurs de Cuba, desde 1922, con un marcado corte racista.

Los jugadores de ahora, en su mayoría, no tenían la calidad de los profesionales, de ellos fueron cantera durante muchos años, pero se entregaron con una pasión tal, que rápidamente se colaron en el corazón de la gente. Donde brilló Willie Miranda aparecieron Tony González, Güiro Ortega, Juan Emilio Pacheco –a quien mucho admiré– el camagüeyano Jorge Hernández y otros que después fueron estelares.

En los jardines se vieron nombres como Eulogio Osorio Patterson, Miguel Cuevas, Elpidio Mancebo y demás, que tomaron los guantes y bates de Miñoso, Ángel Scull y Asdrúbal Baró. Rolando (El Gallego) Valdés, estuvo en el territorio de Tony Taylor, y fue líder con sólo 3 jonrones. Allí también jugó Urbano González, todo un símbolo. En esa posición actuó Andrés Telémaco, con singular maestría, y después el genial Félix Isasi.

Jorge Trigoura y Owen Blandino defendieron la esquina caliente de Héctor Rodrí­guez, sin la maestría de aquel. El inicialista camagüeyano Daniel Hernández disertó de lo lindo, donde antes lo hizo el gigante Panchón Herrera, quien se volvió un "alcohólico beisbole­ro" por beberse tantos ponches, también lo hacían Rocky Nelson y Borrego Álvarez. Ricardo Lazo, Lázaro Pérez, Bárbaro Rosales y Ramón Hechavarría, dejaron su huella en la receptoría, donde sobresalió un moreno fuerte como el roble que respondió al nombre de Rafael (San) Noble y en épocas anteriores Miguel Ángel González y Fermín Guerra, quienes dirigieron equipos profesionales; Fermín coronó a los Occidentales, en la primera Serie Nacional.

El mismo montículo por donde desfilaron Luque, Dihigo, Marrero, Camilo, Pedrito Ramos, Mike Cuéllar, Fornieles, Luis Tiant (padre e hijo) y tantas leyendas, vivió las hazañas de Manuel Alarcón, Aquino Abreu, Papo Liaño, Julio Rojo, Jesús Torriente, Rolando Pastor y tantos que harían interminable la lista. Detrás de home y vestido de negro, donde descollaron Alfredo Paz, Rafael de la Paz y Panchito Fernández Cordón, estuvo Amado Maestri, junto a sus compañeros de antaño. Maestri fue y es un símbolo de la cubanía beisbolera. En esta tarde gris, de mucha lluvia, quise recordar, que es como volver a vivir, a quienes tantas glorias le dieron a nuestra pelota. Fueron causa y consecuencia.

¡Devuelve la pelota!

He visto a jugadores disciplinados, como Julio Romero, salirse de sus casillas, y decir palabras no adecuadas en lugares no adecuados. Después ha cambiado de color. La razón le asistió, pero perdió. Lo pongo de ejemplo, porque es imposible encontrar un pelotero más decente y culto, posee dos títulos universita­rios y el comportamiento de un gentleman.

Algunas decisiones arbitrales te sacan de las casillas. Unos quieren fajarse, otros recuerdan las generaciones de antepasados que no tuvieron que ver con la pelota. Sucede con profesiona­les y amateurs, porque la explosividad es inherente al béisbol. Hay material suficiente para un millón de anécdotas, aunque carguen muchos años. Escenas de la vida que ningún humorista supera. Simpáticas, tristes, ocurrentes, pesadas, hasta fuera de lugar.

Con el triunfo de la Revolución, el país comenzó a sufrir priva­ciones de todo tipo y el deporte no fue una excepción. Empezó por la pelota, donde más nos dolía, cuando desde los Estados Unidos prohibieron comprar implementos. Nos vimos sin bates, guantes, petos, caretas y, sobre todo sin pelotas, pues una Wilson o una Rawling costaba alrededor de cinco dólares en el mercado internacional (hoy podría triplicarse) y había otras prioridades, con un erario público desfalcado por Batista.

Fue así como, sobre la marcha y por la necesidad, que dicen hace parir hijos machos, nació la Industria Deportiva Cubana, que tenía como objetivo garantizar la continuidad del deporte nacional. La cosa se tornó traumática, pues los primeros que no tuvieron confianza en la Batos, fueron los lanzadores. Hubo campañas dentro y fuera de Cuba en contra de aquellas bolas hechas con amor. Trataban de evitar la continuidad del béisbol. Que si el peso era mayor, las costuras sin buen agarre y qué se yo cuántas cosas inven­tadas o derivadas de la fantasía. Se hizo necesario tomar medidas para recuperar la confianza.

Cuenta José Llanusa[1] que las autoridades del INDER se vieron en la necesidad de hacer un intercambio de forros a las pelotas norteamericanas y las diseñadas en Cuba; los lanzadores asintieron por las del norte, entonces sobre el montículo picaron varias al medio y confirmaron su igual peso y calidad. También se estipuló que las actividades deportivas serían gratis, lo que se mantuvo por más de tres décadas, pero no se erradicaron algunos vicios que se traían del profesionalismo, cuando se pagaba, como aquella de llevarse las pelotas que caían en las gradas. Uno dio pie a un hecho tan ocurrente, que no lo quiero pasar por alto y comparto con ustedes. Les ofrezco una versión del texto de Llanusa. No era extraño, ni lo es, escuchar:

– ¡Oye, devuelve la pelota...!

Tiempos atrás, los aficionados acostumbraban a llevárselas como souvenirs cuando caían en las gradas, no como ahora al amparo de las MLB y en torneos internacionales, donde los jugadores las lanzan al público. Es parte del show. Yo mismo iba al Cerro con un guante para tratar de coger alguna; no lo logré. Pero en los años sesenta la situación era distinta, no solo porque el espectáculo fuera gratuito, sino por la poca disponibilidad de materias primas y dinero para adquirirlas.

La gente se las llevaba, a pesar de la inusual propaganda por todos los medios. En realidad no hacían nada malo, así había sido por mucho tiempo. Una tarde, durante un partido dominical, Llanusa y la direc­ción del INDER salieron al terreno. Ayudados por Eddy Martin, instalaron un micrófono en el box:

–Por favor, que baje el compañero y nos explique por qué todos devuelven las pelotas y él no lo hace.

El "fildeador" cambió de color en el repleto graderío y bajó pelota en mano. Como hombre de pueblo entendió la situación; la devolvió. Rechifla seguida de aplausos. Dicen que a partir de allí, se convirtió en el principal animador de la bendecida acción. Pocos se tomaron esa licencia, hasta años después, cuando comenzaron a pagar un precio irrisorio.

Con esas y otras muchas medidas a favor de la pelota, nos pusimos al frente del béisbol amateur, hasta que esa palabra desapareció de la Carta Olímpica, para convertirse en atletas comerciales. Entonces comenzaríamos a sufrir, más que a gozar. Tema candente de actualidad.

(Continuará)

[1] José Llanusa Gobel: El Deporte en Cuba: Análisis para debatir. Discurso de asunción al Doctorado Honoris Causa, del Instituto Superior de Cultura Física "Comandante Manuel Fajardo", 23 de febrero de 1989.

Aquino Abreu.

Aquino Abreu.

Eulogio Osorio.

Eulogio Osorio.

Fermín Guerra (derecha) y pedro Formental.

Fermín Guerra (derecha) y pedro Formental.

Manuel Alarcón.

Manuel Alarcón.