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Manolo Cortina

1.- Nené Martínez (izq.) Mongo Barrios y El Niño Cortina (derecha).

1.- Nené Martínez (izq.) Mongo Barrios y El Niño Cortina (derecha).

Los hombres tienen una sola palabra

El abuelo Pancho

Al parecer, la Comisión Nacional de Béisbol (nunca es tarde si la dicha es buena), pretende incorporar a los entrenadores de mayor nivel en la preparación de los equipos. Otros deberán ser llamados a filas, el merecido acercamiento a Manolo Cortina pudiera corroborar nuestra hipótesis. ¡Honor a quien honor merece!

Por estos días, cuando disfrutaba por la tele el duelo Matanzas-Granma, divisé la cabeza blanca de un hombre sentado al centro de otros, que escribía en unos papeles. Tenía que ser Manolo, los locutores lo mencionaron, pero llamé para confirmarlo a Claritza, su compañera por más de cuatro décadas, que le ha dado dos vástagos (varón y hembra), y varios nietos. Me había comentado algo del asunto, pero no lo recordaba. A fin de cuentas ha sido relegado por décadas, ora por los demás, ora por él y su carácter. No obstante, ninguno domina más el arte de lanzar.

Y recordé, recordé mucho, en un ejercicio que dicen los antiguos es como volver a vivir. Regresaron a la mente momentos buenos, muy buenos, regulares y a veces no deseados, porque de todo hemos tenido. Mas no puedo ni debo excluir a un amigo entrañable de la infancia, la juventud y la niñez, en aquel pueblo entre colinas, el más lindo y pintoresco del mundo.

El 11 de marzo de 1950 hubo una boda beisbolera en las Minas de Matahambre. José Manuel Cortina (El Niño) y Ángela Martínez (Nena), cuarta descendiente de Tomás y Virginia, padres de la familia más popular, por aquello de la pelota, decidieron unir sus vidas, hasta que un día del año 1992, la desaparición física del pelotero pudo separarlos. Ella lo sobrevivió doce años.

Se fueron a vivir a la casa de El Niño, ubicada en la 3ra. Calle, detrás de la famosa loma del right field. Él un estelar en el equipo del pueblo, a veces lanzador, otras jardinero, también manager. Ella le dedicó su vida, y a sus dos hijos. Después, a nietos y bisnietos:

“Manolo nació en mi casa, el 27 de diciembre de 1950. Le faltó un cuarto para pesar diez libras. No fue muy traumático el parto, era el primero, yo no sabía bien cómo era aquello. Años después, cuando parí a Ismaelito, la pasé peor. Me atendió la mulata Francisca, comadrona con mucha experiencia. Nosotros éramos socios de la clínica “Los Dependientes”, de la Habana, pero no quise separarme de mamá y por eso parí allí...”

Poco antes de morir, así me contó Nena las incidencias del alumbramiento de uno de los más afamados entrenadores de pitcheo de Pinar del Río, Cuba y el exterior: José Manuel Cortina Martínez; para nosotros, simplemente Manolo.

Su llegada al mundo estuvo atada a la pelota por el cordón umbilical. El padre fue pelotero, igual que sus tíos Nené, Nancio, Raúl, José Manuel (Casquillo) y otros de larga data. Ismael, su hermano derecho, padre del que más tarde lanzaría para los equipos pinareños, también pitcheó; tiraba duro.

Quizás pocos conozcan o recuerden que Manolo se inició como lanzador. Lucía inmenso en escolares y juveniles. Su recta no era despreciable, curvas endemoniadas y, sobre todo, dueño de una proverbial inteligencia. Lo creí destinado a convertirse en otro Changa Mederos o Rigoberto Betancourt, pero se lastimó el brazo muy joven, cuando prometía tanto. No volvió a ser el mismo. Entonces acudió a otras virtudes.

Entre nosotros no fue segundo de nadie. Se desplazaba en los jardines con facilidad; el brazo le impidió destacarse. Sin vacilar, decidió por la inicial, donde el también zurdo Barrilito Olivero hizo maravillas en la década del cincuenta, en el poderoso equipo Minas de Matahambre, que se alzó con el título en la Liga Popular de Cuba en 1955. Nuestro hombre se convirtió, más rápido de lo que imaginamos, en émulo de Benigno Olivero (Barrilito). Jugué con buenos, malos y regulares inicialistas; ninguno como él. Los que defendíamos el cuadro sentíamos la confianza necesaria.

–Tiren como quiera, que yo la cojo.

A veces lo probé, levantaba cualquier cosa, incluido mucho polvo en el mascotín. Infinidad de errores los convirtió en outs. Sus habilidades rayaban con el espectáculo; se entregaba como ninguno.

Estuvimos con el Vegueros de la XI Serie Nacional, al mando de Ismael (Gallego) Salgado, donde sorteó la posición con bateadores como Lázaro Cabrera, Leonildo Martínez o Adalberto Suárez. Solo jugó dos temporadas. Su promedio al bate fue discreto: .222. En 1 017 lances hizo 17 errores (.983).

Si me detuve en estos datos, es porque los aficionados lo asocian como entrenador y manager. Jugó en la fuerte liga habanera cuando estudiaba en el Fajardo 4. Por su carácter y temple, alguna que otra vez le quitó la pelota al respetado Germán Águila para devolverla al pitcher; y no cedió.

La carrera profesional es más conocida. Uno de los cinco5 muchachos del Fajardo que echaron hacia delante el béisbol pinareño, en unión de veteranos de mil batallas. Manolo se arrimó al árbol que mejor cobija pudo darle: José Joaquín Pando. Junto al inolvidable Viejito, aprendió los mil y un secretos del entrenamiento a los lanzadores y se llenó de textos sobre el pitcheo. Fue, por derecho propio, el continuador.

Sus inestimables servicios estuvieron y están a disposición de curtir brazos e inteligencias. Alguna vez incursionó como manager. Prefiero verlo sudar con los pitchers, de donde brotaron leyendas. Recordemos su papel en la recuperación de Rogelio García, El Ciclón de Ovas, y otros tantos. También ha colaborado con el pitcheo de Matanzas, Santiago de Cuba y otros equipos. Siempre dispuesto a ayudar.

Colaborador en varios países, Panamá y sobre todo Italia conservan su huella.  Ha recorrido de punta a punta la Península Itálica. Varias veces entrenó su Selección Nacional para diferentes torneos, incluyendo Juegos de las Olimpiadas. La presencia en Parma, donde se inspiró Sthendal para escribir su famosa Cartuja, y en Nettuno, ha sido permanente.

El carácter, unido a un temperamento a veces colérico, no siempre le ha deparado ratos agradables. Tiene criterios propios, mantenidos a cualquier precio, aunque le vaya alguna incomprensión. Le cuesta dar el brazo a torcer cuando se siente en posesión de la verdad. Quizás por eso, aquella tarde en mi casa de las Minas, cuando nos tomamos unas copas de más -no acostumbradas en él, nos dijo que los chicharrones le hicieron daño. Al inefable Gustavo González, nuestro estelar lanzador, no se le olvida aquella salida "a lo Cortina".

Muchas cosas más pudiéramos decir sobre sobre este hombre. La vida nos unió. Mi hermano Francisco José, a quien se conoce en el mundo del béisbol como Catibo, trabajó con él durante muchos años. Ellos venían de las mismas escuelas primarias, Secundaria Básica, el Fajardo, Facultad de Cultura Física, donde fueron mis alumnos.

No quiero concluir sin pintarlo de cuerpo entero. Dirigió la temporada 1981–1982, la mejor que tuvo Forestales, segundo equipo del patio. Hubo etapas en las que Vegueros y Forestales ganaban y perdían con cualquiera. Momento difícil, tenía que decidir. Forestales a un solo juego de Vegueros en la tabla de posiciones. Tras sus talones, Industriales. Para nadie es secreto que los equipos de la capital han gozado de favores, hasta he llegado a verlo lógico, así debe suceder en las ciudades cosmopolitas: New York, Ciudad de México, Madrid en el fútbol...

Cortina tenía a Julio Romero, su mejor carta, listo para lanzar contra Vegueros. El sábado enfrentarían a Industriales en el Latino. Los pinareños no queríamos desbaratarnos entre nosotros mismos después de tanto bregar. Medio país se le tiraría encima si no usaba a Julio y lo guardaba para los Azules.

No vaciló, nunca ha vacilado. Lo dejó para el sábado en el Latino. ¡Sorpresa mayor! Allí lo esperaba el mismísimo Presidente del INDER para pedirle cuentas. ¡Increíble! No sé las cosas que Manolo le dijo, pero lo convenció de actuar correctamente o, al menos, lo que entendió correcto. Si no era así, que pusieran a otro.

No le salió bien la estrategia, Julio perdió contra Industriales. La implacable fanaticada habanera estuvo contra él y ni se dio por aludido. Entonces salió la voz de Bobby Salamanca, en comentario que disfruté como pocos:

–¿Y qué quieren, que Pinar del Río después de dejar el sótano y escalar planos estelares se destruya entre sí? No sé las razones que tuvo Cortina para su decisión, pero si fue para ayudar a su provincia, aplaudo con doble signos de admiración.

Bobby, una vez más, hizo justicia.

 

4 Escuela Superior de Educación Física “Comandante Manuel Fajardo”, base del hoy flamante ISCF.

5 Se incorporaron como entrenadores en el béisbol pinareño a inicios de la década del setenta. Ellos son: Jorge Fuentes, Juan C. Díaz (Charles), Francisco José Martínez de Osaba Goenaga (Catibo), Jorge Hernández y José Manuel Cortina (Manolo).

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El novato Manolo Cortina.

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José Manuel Cortina.

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Primera Selectiva (1975). Al frente, Charles Díaz, junto a Catibo. Detrás Manolo Cortina.

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Con Charles Díaz.

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El manager.