Cubadebate Goles son amores: Últimos días en el Calcio

Federico Bernardeschi. Foto tomada de Running the Show.

Hubo partidazo en el Artemio Franchi (el de la Fiorentina) entre Napoli y los locales. En el otro Artemio Franchi (el del AC Siena) no hay buenos motivos para sentarse desde que Enrico Chiesa dejó el club en 2008, justo la misma temporada en que Massimo Maccarone anotaría 13 goles (32,5% del total de su equipo) y se convertiría en el que más tantos conseguiría para el conjunto toscano en una campaña de Serie A.

En 2014 el AC Siena se declaró en quiebra y tuvo que refundarse. Su principal estrella hasta la temporada pasada era Simone Vergassola, un hombre de cuarenta años que, cansado de los tugurios de la tercera division italiana, decidió colgar los botines.

Volvamos al partido. Dos nombres: Lorenzo Insigne, del Napoli, y Federico Bernardeschi, de la Fiore. O viceversa. No se sabe hasta dónde pueda llegar el primero. Quizás dure hasta el período en que desde China –eso dicen varios- se muevan los hilos del fútbol mundial y, todavía joven, termine recalando en el Guangzhou Evergrande o en el Shandong Luneng. Puede que, en cambio, se vuelva afortunado y termine siendo miembro honorífico del club de los Eternos Atacantes Italianos Que Nunca Fueron O Que No Han Sido; grupo al que pertenecen o han pertenecido, entre otros, Fabio Borini, Amauri, Emiliano Bonazzoli, Marco Borriello, Vincenzo Iaquinta, Fabio Quagliarella.

Vayamos a otro tema. El fútbol de los italianos viaja sin destino definido desde que Andrea Pirlo decidió cambiar el calcio por el soccer. Probablemente desde antes. 20 de julio de 2007 y Francesco Totti -un año después de haber salido campeón del mundo con la selección y tres más tarde de haber escupido en la cara al danés Christian Poulsen-, decide dedicar únicamente al club de su vida, las últimas temporadas de su carrera. Después del portazo de Totti, terminarían humillados en la fase de grupos de un mundial y en la final de una Eurocopa.

Todo ha sido lúcido a ratos: alguna pincelada de Candreva; muchos goles estériles de Di Natale (jugando hace más de diez años para el Udinese no podría existir otro adjetivo en el mundo); una nominación al Premio Puskas; varias amarillas a De Rossi.

En la última década que, para ser justos con las épocas, debería comenzar en el momento exacto en que Il Capitano levantó la Copa del Mundo, el fútbol en Italia ha conocido tres momentos climáticos. El más triste, el corte de cabello de Camoranesi, segundos más tarde del último pitido de Alemania 2006. El más feliz, el llanto de Bonucci en la Euro 2012 después de salir lesionado en el partido final. El más falaz, la victoria conseguida sobre España en el último campeonato europeo.

El primero dio inicio al fraude generacional de que el fútbol de contragolpe sería la solución para todo, y más si existía un poco duradero Fabio Grosso para exterminar alemanes. El segundo, alegría en estado puro: haber llegado lejos después del fiasco en el mundial de Sudáfrica. El tercero: Invulnerabilidad incuestionable después de eliminar a los españoles para que luego llegasen los germanos. Mala suerte. Para ese entonces, Grosso era entrenador en las divisiones inferiores de la Juventus de Turín.

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En el Artemio Franchi, Federico Bernardeschi le ha marcado un golazo a Pepe Reina. Asistió en el tercero al recién ingresado Mauro Zárate (del mismo grupo que Borini y compañía, pero en Argentina; por fortuna o desgracia, existen en todos los países) con un pase de varios metros de distancia. Es, al igual que el fútbol italiano, lúcido a ratos: regates en banda, goles estériles (o semiestériles, como el de esta jornada, donde el Napoli empató por medio de Gabbiadini en la última acción del partido luego de que Salcedo cometiera penal sobre Mertens), tarjetas amarillas por sacarse la camiseta...

Para el mundial de Rusia tendrá veinticuatro años y, seguramente, no será entrenador de las divisiones inferiores de la Juventus.