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Las pequeñas enormes alegrías de la vida

alfabetizacionDesde mi corta edad no entendía que una joven de 15 años no supiera leer. Se llamaba Dania, y pasaba todos los días por la puerta de mi casa, en un reparto de La Habana. Se quedaba mirándome entre las rendijas de la cerca.  Yo en mi portal con un libro entre las manos, podía sentir sus ojos.

Había comenzado en toda Cuba la mayor proeza que puede hacer un pueblo en menos de un año: la Campaña de Alfabetización. Mi hermano se alistó y sentí envidia de no acompañarlo. Confieso que no me movía otro sentimiento que el de verme en un aula como maestra. Pero no pudo ser, había que tener mucha más edad.

Al final lo ubicaron en una escuela vecina, entre los alfabetizadores urbanos, y es como si lo estuviera viendo: flaco, desgarbado, frente a hombres y mujeres de mucha edad. Lo respetaban, a pesar de sus constantes jaranas, debido a su increíble aptitud para fabricar chistes. Lo miraban como alguien muy superior por el solo hecho de dominar el alfabeto.

El país se había virado al revés, muchísimos jóvenes -hembras y varones- se fueron a los campos a enseñar sin siquiera ser maestros, pero tenían la convicción de ayudar a tanta gente humilde que nunca pudo ir a la escuela, tenían la certeza de que si todos éramos más cultos, seríamos mejores personas y tendríamos un mejor país.

Hubo deplorables asesinatos de algunos de estos jóvenes valientes, el pueblo cubano lloró una vez más la perdida de sus hijos. Entonces no podía comprender ¿Qué mal puede hacer a alguien un maestro? No sabía que la ignorancia es una de las mejores herramientas para la esclavitud.

Terminó la Campaña y hubo un acto en la Plaza de la Revolución. Vi a Fidel de muy lejos, con una boina verde olivo. Era un mar de uniformes de alfabetizadores con pancartas, lápices gigantes, felices de haber cumplido. Nunca pude olvidar la tantas veces repetida frase de los jóvenes: "¡Fidel, Fidel, dinos ¿qué otra cosa tenemos que hacer?!" Y cuando todos pensábamos que les darían otra tarea, se escuchó la voz de Fidel: "Estudiar, Estudiar". A todos les fueron ofrecidas becas para cualquier carrera.

Quienes vivimos ese año 1961 nos aprendimos de memoria el himno de la Alfabetización que era como un credo, un canto sagrado y enérgico. Fue un privilegio haber visto aquella Plaza repleta de maestros, alumnos y padres orgullosos, que se fueron a sus casas cargados de esperanzas irrepetibles.

Han pasado muchos años. Treinta años después, mi hermano y yo volvimos al barrio en que nos criamos, hicimos algunas visitas, y cuando nos íbamos recordando, caminando ya en la calle, una señora nos interrumpe el paso y dice:¡Profe! Mi hermano quedó paralizado, y en pocos segundos su memoria lo ubicó, era Dania. Ambos se abrazaron y lloraban de la alegría del reencuentro, de la evocación de aquellos días y de la obra tan grande en la que ambos fueron protagonistas sin darse cuenta.

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