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Fidel en mi memoria

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La primera vez que lo vi de cerca y tuve el privilegio de conversar con el. Fue en 1974, en Isla de Pinos, recordando un aniversario la liberación de los asaltantes del Moncada, prisioneros en el mal llamado Presidio Modelo.

Nací el dos de enero, y en aquel de 1959, la celebración de mi onomástico estaba en “veremos”. Mis cortos años impedían entender qué pasaba a mi alrededor, mi padre no estaba, no lo veía desde que salió el 31 de diciembre en la madrugada, había dejado a toda la familia pegada a un radio, escuchando una estación que apenas se entendía.

Murmuraban: “Radio Rebelde”, “Ganó Fidel”, se abrazaban y lloraban. Mi madre repetía: ¿Cómo estará Jesús (mi padre)?. “Está en la Huelga, no va a pasar nada”, le respondían. Esa fue la primera vez que escuché muchas veces el nombre de Fidel como una palabra clave que significaba algo bueno.

Después supe el motivo de tanta alegría desbordada entre familiares y vecinos. La intervención de los grandes laboratorios farmacéuticos, la rebaja del precio de los medicamentos y de alquileres de viviendas, la entrega de tierras a campesinos, la Reforma Agraria; educación y atención médica gratuitas; además de otras medidas populares, pusieron los cubanos a las puertas del Paraíso.

Comenzó a difundirse una chapilla metálica pequeña diseñada con buen gusto, de color verde olivo con letras en rojo que decía: “Gracias, Fidel”. Se ponía en la puerta de las casas, comercios escuelas, hospitales, en fin en casi todos los lugares excepto en aquellos a quienes las medidas adoptadas no eran para sus “tallas”.

En aquella ocasión, salvo los que fueron expropiados, todo el pueblo era fidelista. Vino el momento en que Fidel declara la Revolución Socialista, y ahí unos se fueron del país, otros continuaron haciendo la contra, pero la grandísima mayoría seguía diciendo: “Yo soy fidelista”. Hasta una canción popular recorrió la isla con el verso: “Si las cosas de Fidel son cosas de comunistas, que me pongan en la lista, que estoy de acuerdo con él”.

Han transcurrido 56 años, más de medio siglo, y a este país pobre y amenazado le pasó de TODO. Muchos de los ignorantes que se fueron a Estados Unidos comenzaron a restregarle a quienes se quedaron, la opulenta vida que allí llevaban. Pretendían comparar la economía y los recursos naturales de Cuba con los de Estados Unidos, argumentando que todas nuestras escaseces eran gracias a la ineficiencia de un gobierno que identificaban con Fidel.

No se detenían a mencionar el bloqueo criminal, los ataques terroristas de todo tipo, la introducción de epidemias, de virus para afectar humanos y animales, plagas para enfermar las cosechas. Enfrentando estas tragedias estaba Fidel, para organizar la lucha contra esos ataques y contó con el pueblo que lo apoyó en todos los cometidos.

Fidel era el rostro de Cuba para bien y para mal. Sus detractores intentaban desacreditarlo constantemente. Pero no contaron con que hubo una Campaña de Alfabetización, con que en 1959 se creó la Imprenta Nacional con el grande Alejo Carpentier al frente,  que su primera publicación fue Don Quijote de la Mancha, y se puso como lema: “No decimos al pueblo: cree, sino lee”.

No contaron con que todos los nacidos después de 1959 tenían la educación gratuita hasta los estudios superiores, no contaron con que quien se enferma o tiene un familiar en esa circunstancia disfruta atención médica sin pagar un centavo y en cualquier centro de salud son examinados con modernos equipos, les aplican los medicamentos y lo mejor, en mi opinión, tienen a su lado médicos y técnicos cubanos con un sentido de humanidad y de amor que compite con los más encumbrados hospitales del mundo. No contaron con que nos enseñaron a pensar.

¿Cuántos desastres naturales hemos vivido en medio siglo? Muchos. Mientras su salud se lo permitió, Fidel acudió a los lugares afectados dando aliento a la gente, escuchándolos, ordenando la designación de recursos para la recuperación de lo perdido. Su frase de siempre: “Nadie quedará desamparado ni abandonado a su suerte”.

Como periodista fui testigo de inumerables encuentros entre Fidel y el pueblo, en las más diversas circunstancias, a cada paso dejaba resuelto un problema, hacia promesas que cumplía, y dejaba en la gente una especie de confianza, de seguridad, como si dijera: "Aquí estoy y no duden en llamarme".

Fidel cometió errores, como todo ser humano, pero ninguno relacionado con su beneficio personal o por maldad gratuita. Tuvo la valentía de decir siempre la verdad al pueblo en esa Plaza de la Revolución que lo extrañará para toda la vida. Al igual que nosotros, simples mortales que hoy día tenemos el orgullo de decir en cualquier parte del mundo que somos cubanos. Y eso gracias a Fidel, que catapultó este país pequeño y pobre y lo colocó en el universo como un ejemplo de humanidad, solidaridad y amor al prójimo.

¿Cuántas lecciones sacaremos de las vivencias de estos nueve días, de la respuesta que ha dado el pueblo a Fidel? ¿Cuántas sorpresas han tenido los que imaginaron de una manera bien diferente los funerales de Fidel? ¿Cuántas incertidumbres han sido despejadas para aquellos que se preguntaron qué va a pasar el día que Fidel muera? Porque la respuesta a: ¿Qué pasará el día que no esté?, es bien clara: Fidel estará siempre.

Ahora, una pequeña caja de cedro con un gigante dentro cabalga por la isla, regresa la caravana que aquel dos de enero secuestró a mi padre y me lo devolvió mejor. Cuesta trabajo creer que en ese pequeño espacio quepa algo tan grande. Sobrecoge ver la urna y el armón, sobrecoge ver tanto suelo cubano regado de llanto. Entonces viene a mi pensamiento el futuro, y me llega la imagen de una pequeña niña, casi como era yo entonces, que entrevistada por la televisión responde: “Tengo el nombre de Fidel escrito en la frente porque no puedo abrirme el corazón para colocarlo allí”.

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