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Fidel, fidelísimo retoño martiano

Fidel Castro, junto al Che y su hija Aleida. Foto: Archivo.

Fidel Castro, junto al Che y su hija Aleida. Foto: Archivo.

Solo recuerdo que la noche de aquel 31 de diciembre de 1958 me pareció más oscura y fría, apagada y solitaria. La gente en el barrio cerró puertas y ventanas, y se acostó temprano. Hasta el bar de la esquina permaneció abierto pero vacío, sin música, ni parroquianos. Poco después de las 12 cerró, sin que se escuchara el estallido de un solo fuego artificial o de los voladores, como le decíamos a los cohetes de pólvora que estallaban en el aire. No había nada que celebrar…por el momento.

Desde el fatídico 10 de marzo de 1952, el golpe de estado de Fulgencio Batista barrió la fachada democrática, impuso  la corrupción y el latrocinio mediante una sangrienta dictadura militar, asesorada por la misión militar permanente de Estados Unidos en La Habana.

Solo un joven abogado de 25 años de edad, nombrado Fidel Castro, se presentó al día siguiente en el Tribunal Supremo para denunciar –sin ser oído- la burda violación de todos los derechos constitucionales.  Un año después, en el centenario de José Martí, el héroe y apóstol de la Independencia de Cuba, Fidel evocó las enseñanzas del Maestro para nombrarlo autor intelectual de la insurrección armada iniciada en el Cuartel Moncada.

Fidel, el joven que había crecido en una familia acomodada del campo, que conoció de cerca la miseria compartiendo vida y juegos con los hijos de campesinos pobres, que vivían en chozas de guano y piso de tierra, descalzos,  harapientos y mal alimentados, hacía pública sus creencias políticas sin ruborizarse: compartía las ideas del José Martí de La Edad de Oro, esa joya de la literatura infantil en la que dejó todo un ideario para ser dignos:

Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados.(1)

Así había descrito Martí el papel de Bolívar, de Venezuela; San Martín, del Río de la Plata; Hidalgo, de México. Esa sería la clave para entender la misión de Fidel.

En diciembre de 1958 mucha gente en mi barrio decía que la dictadura estaba en las últimas. El nombre de Fidel  corría de boca en boca, como un susurro de esperanza, anunciando la llegada victoriosa  de un redentor, Él lo había prometido en 1956 al salir desde México en el Granma: seremos libres o mártires.

En aquella víspera del nuevo año 1959, eran cada vez más los fidelistas que se atrevían a correr el riesgo de ser denunciados, apresados, torturados y asesinados en aras de la Libertad. La esperanza vencía el miedo.

El viernes 1ro de enero sería un día más de trabajo, pero el fresco amanecer invernal se recalentó con un anuncio incendiario en todos los noticieros: Cayó Batista!  El dictador había huido dejando en su lugar una junta cívico-militar que le cubriera las espaldas.

Y por primera vez la voz de Fidel se escuchó libre, en las radioemisoras del país, en un firme y resuelto llamado a todo el pueblo: Revolucón Sí, Golpe de estado No! Ese mismo día de la victoria, en la noche, un poeta cultor de la décima campesina difunde en un programa nacional de televisión los primeros versos de la que sería su famosa Marcha Triunfal del Ejército Rebelde.

Fidel, fidelísimo retoño martiano!, exclama Jesús Orta Ruiz, conocido como el “el Indio Naborí” al describir al héroe renacido.

A los ocho días Fidel entra victorioso en La Habana, tras un recorrido de Oriente a Occidente, en el que recibe el  apoyo decidido de la población. La frase Gracias Fidel, se torna gesto de devoción que se inscribe en las puertas de cada casa, en campos y ciudades.

En su primer discurso de alcance nacional, desde la capital, Fidel alerta contra los excesos de optimismo y advierte: la Revolución comienza ahora. Subraya la fuerza invencible del pueblo, como baluarte más firme del proceso de cambio histórico, y la obligación de decir la verdad como primer deber de todo revolucionario.

En momentos de suprema alegría, de inmensa dicha por la conquista de la libertad prometida, el redentor anuncia cambios que perfilan un nuevo mundo, una nueva sociedad, basada en el humanismo y la solidaridad, al tiempo que alerta las duras pruebas y sacrificios que interpondrá la más poderosa potencia del planeta, la que impidió en 1898 la plena independencia del país.

En sus palabras recogía la advertencia martiana, escrita en 1895, la víspera de su muerte en combate,  sobre el peligro de que Estados Unidos impidiera el triunfo de una revolución dirigida a frenar su expansión imperial hacia el Sur.

En su famosa entrevista con el religioso brasileño Frei Betto le cuenta el ambiente predominante en Cuba en la década de 1950. “…había un tercera religión que se nos enseñaba a nostros: la religión del respeto y de gratitud a Estados Unidos.” (2)

“Ocuparon el país durante cuatro años y después le impusieron el infame derecho a intervenir en nuestra patria…así se apoderaron de nuestras mejores tierras, nuestras minas, nuestro comercio, nuestras finanzas y nuestras economía”, puntualiza Fidel.

En aquel fabuloso enero de 1959 todavía no había cumplido 33 años, pero su visión de futuro, la misma que le permitió ver ocho años antes el camino de la libertad, alumbraba el trayecto de la verdadera y definitiva independencia. Como comentaría algún tiempo después el entonces canciller argelino Abdelaziz Bouteflika, al hablar de la personalidad del líder cubano: Fidel es un hombre con la virtud de ver el futuro tan real como una cosa del pasado. (3)

Dos años más tarde, Fidel proclama el carácter socialista de la Revolución, en el entierro de las víctimas de los bombardeos aéreos que preludian la invasión de Playa Girón (Bahía de Cochinos) financiada, armada y organizada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos. Los cubanos que mueren en esa batalla y logran “la primera derrota del imperialismo yanqui en América Latina” lo hacen en defensa del socialismo como garantía de libertad, soberanía y autodeterminación.

Es en ese momento que el máximo líder de la Revolución Cubana expone de manera práctica y comprensible el hilo conductor entre el universal pensamiento martiano y su  natural vínculo con la concepción marxista-leninista del desarrollo histórico y social.

“Creo – le dirá a Frei Betto- que mi contribución a la Revolución Cubana consiste en haber realizado una síntesis de las ideas  de Martí y el marxismo-leninismo, y haberla aplicado consecuentemente en nuestra lucha”.

Siete décadas después de su ingreso a la Universidad de la Habana y a la política nacional cubana, en el escenario del más avanzado pensamiento y acción política popular y  revolucionario de la época, de donde extiende su prédica naturalmente martiana y marxista a hombres y mujeres de la intelectualidad o el movimiento obrero, Fidel Castro crece y se agranda con el poder de las “ideas que pueden más que las trincheras de piedras”, como le ha enseñado el Apóstol.

Fidel, predicador y guerrero; ideólogo y hombre de acción, arriba a los 90 años de edad con la madurez y la estatura histórica de un patriarca redentor de pueblos, de los condenados de la Tierra”,  como calificara Fanon a los explotados, discriminados, olvidados, invisibles, hombres y mujeres del Tercer Mundo e incluso de esas llamadas “sociedades industriales”, donde afloran los indignados, inconformes, críticos y ansiosos de cambios, de un mundo mejor, que  también aprenden de su clara enseñanza, como eterno portador de luz.

Una vez más pienso en ese inolvidable Primero de enero de 1959, ese luminoso punto de partida de la Revolución Cubana, y en los versos que ese día nos aclaran:

y esto, esto que la sombra se volviera luz,

esto tiene un nombre, sólo tiene un nombre...

¡Fidel Castro Ruz!