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Sea quien sea

Un amigo académico suele decir que las relaciones que se establecen entre los científicos para promover y comprobar la ciencia puede dejar mucho que desear por imperfecciones flagrantes, pero que si la vida política se condujera de esa forma, sería mucho mejor.

Evaluar el trabajo científico por la producción escrita, divulgada y pública de conocimientos y su comprobación por terceros independientes es la única forma justa de saber si alguien ha hecho algo original y válido. Otras alternativas voluntaristas pueden ser ocasionalmente justas, pero generalmente conducir a la charlatanería y a la corrupción de la ciencia.

Relacionarse e intercambiar experiencias para lograr lo máximo de la sabiduría humana entre científicos es lo más productivo. No solemos preguntarle a un colega como piensa políticamente, si tiene creencias religiosas, cuál es su orientación sexual o cuáles son sus gustos estéticos, para condicionar el intercambio de saberes ni de experiencias científicas. Basta con que esté dispuesto y establezca ese intercambio de buena fe, entre iguales, sin intenciones de predominio ni sometimiento intelectual. Mutuo respeto y cooperación para mutuo beneficio.

Las relaciones entre los científicos pueden trascender ese marco de cooperación para llegar a ser amistosas. Ya ese caso requiere que existan otras afinidades, otras comunidades de preferencias, creencias, criterios. La amistad va más allá de la simple colaboración científica y si suele tener condicionamientos por afinidades comunes.

Si aplicamos eso a las relaciones entre los países, las naciones y sus sistemas políticos, la humanidad estaría hoy mucho más avanzada, sería más justa y se hubieran evitado muchas guerras, incluidas las dos mundiales del pasado siglo.

Somos vecinos cercanos de un país cuyo gobierno ha practicado históricamente una política hacia nuestra pequeña y amada Cuba donde ha predominado todo lo que no caracteriza las relaciones entre los científicos. Los cubanos ya tenemos dos o tres generaciones que han vivido marcadas por el odio del gobierno de ese país y algunos de sus políticos al someternos a penurias económicas e insultos morales inaceptables por cualquier persona digna. Las razones de tales acciones se basan, esencialmente, en que no deseamos seguir sus dictados en cuanto a la forma de gobernarnos.

Acaba de ocurrir un proceso eleccionario en ese país, el más poderoso del mundo desde muchos puntos de vista. El proceso que condujo a las elecciones fue excepcional a partir de sus tradiciones. Hubo mucho más descrédito al adversario que propuestas realistas de política. Y las propuestas que se hicieron muchas veces carecían de maduración, pues estaban orientadas a ganar votos de personas a partir de los sentimientos, correctos o no, y no de los razonamientos. Fue un proceso en general desagradable para un observador externo que lo haya vivido. ¡Nada que ver con el anterior en 2012!

Si queremos un futuro positivo, donde los cubanos podamos lograr nuestras porciones de felicidad que merecemos, sería muy bueno que adoptáramos posiciones parecidas a las de los científicos en nuestras relaciones con ese país. ¡Jamás violar el principio martiano de que nuestra primera ley sea el culto a nuestra plena dignidad, nacional y personal! Respetemos y exijamos respeto. Colaboremos sin condicionamientos y no los aceptemos del otro. Sintámonos libres, plenos e iguales a cualquiera y no aceptemos sometimiento ni superioridad alguna, jamás. Ayudemos desinteresadamente si se nos requiere y aceptemos ayudas desinteresadas cuando se nos ofrezcan. No tenemos que comulgar con ideas de los gobernantes de otro país por poderoso y cercano que sea, para lograr intercambios que nos beneficien. Tampoco debemos mirar a otro sitio cuando se cometen injusticias y debemos ejercer nuestro derecho de opinión pública y notoria cuando cualquier país viola estos principios. Es la única forma de no hacernos cómplices de esas injusticias. Defendámonos también, por todos los medios éticamente aceptables y para vencer, cuando se nos agreda.

Los científicos deberíamos desarrollar campañas divulgativas acerca de nuestros procedimientos para que se conozcan bien por otros conciudadanos y políticos. También, ¿por qué no?, para que otros puedan aconsejarnos como hacerlo mejor. Pero sobre todo, para tratar de convencer de que estas formas de interrelación entre las personas, y hasta entre los países, tiene mucho más para ganar que las intolerantes y condicionantes. Sea quien sea la persona, o el país, con el que nos relacionemos.

Baltimore, 11 de noviembre de 2016