Excelentes y muy oportunas reflexiones de relevantes personalidades de nuestra cultura han aparecido en la prensa las últimas semanas sobre los símbolos patrios, en particular la bandera. Eso me ha motivado a compartir una anécdota que tengo sobre ese gigante del deporte cubano que es y será por siempre Teófilo Stevenson.
Corría el año 2007 y me desempeñada como Embajador de Cuba en Brasil. Recibí instrucciones de viajar a Río de Janeiro, para acompañar a la delegación cubana que participaría en XV Juegos Deportivos Panamericanos, que tuvieron lugar en esa ciudad entre el 12 y el 29 de julio. Rio de Janeiro brillaba con los colores de los trajes deportivos que mostraban los atletas de los países participantes.
Jóvenes y niños se movían por doquier, y asediaban a los atletas pidiéndoles alguna prenda de recuerdo, en particular los uniformes deportivos. La delegación cubana, con el impresionante rojo de su uniforme, era una de las más asediadas.
Una tarde, a la hora del almuerzo, me uní al grupo de las glorias deportivas que viajaron a la ciudad con nuestra delegación. Cuando llegamos al lugar que nos habían reservado, dos jóvenes se dirigieron al grupo y se pusieron a conversar con Teófilo a la entrada del local. Los otros comensales entramos en busca de nuestra mesa.
Me retardé un poco, interesado en lo que ocurría a la entrada. A los pocos minutos, se me acercó Teófilo sonriente. Cuando llegó a mi lado le pregunté qué querían y me respondió: “Que les diera el Pullóver de recuerdo, pero les dije que si se lo daba no lo podrían usar, pues tenía que recortarle esto”; y puso el dedo índice de su potente mano derecha sobre la bandera que la prenda de vestir tenía bordada en la parte delantera, a la altura del pecho.