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La memoria que no puede fallar

Una vez más la reflexión de mi amigo el Profesor Néstor del Prado cuando, sentado en el banco de un parque, recordaba lo que había ocurrido hace más de cuarenta años en el mismo lugar, me impulsa a pensar en la poderosa y extraordinaria fuerza de la memoria humana. La vida, esa acumulación del día tras día, constituye una fuente constante de enseñanzas, para que no tropecemos con la misma piedra, aunque nuestra tozudez a veces nos juegue malas pasadas.

La semana anterior tuve un reencuentro con la memoria. Un amigo de la adolescencia que labora en tierras lejanas estuvo unos días en La Habana. Recibí esa llamada que te sorprende, cuando hacía más de 30 años que no nos veíamos. Las nuevas tecnologías permiten que sigamos nuestro accionar cuando “posteamos” algo en Facebook, pero el impacto del encuentro cercano, de frente, es algo que no tiene parangón.

Conversando a la altura de nuestros más de 50 años de edad, hicimos un repaso inconsciente de esa historia de la que fuimos testigos los que nacimos y crecimos al mismo tiempo que nuestra Revolución. Ante nuestros ojos desfilaron la fundación de la Escuela Lenin, los profesores que cambiaron nuestras vidas y desarrollaron vocaciones, Angola, Nicaragua, Yemen, la extinta Unión Soviética…

Pero también pasaron los que lamentablemente han fallecido, y los que se han ido. Y cuando terminamos de ejercitar la memoria, lo que vino a mi mente fue la imperiosa necesidad de que nuestros hijos conozcan los detalles de lo que ha vivido nuestro país en su historia. Porque detrás de cada ser humano puede estar el reflejo de una epopeya, la que muchos desconocen o que les hemos permitido no conocer.

Y hay que hacerlo acorde a los tiempos. No se puede pretender contar historias con un lenguaje que ya nuestros jóvenes rechazan. La forma en que se puede hacer no tiene por qué estar divorciada del mensaje, pero sí a tono con lo que puede impactarlos para que lo entiendan. Porque el teque, sobre el cual reflexionaba magistralmente Rolando Pérez Betancourt en su opinión del 16 de junio en Granma, por supuesto que hace muchos años que no funciona.

Tantas formas hay de relatar historias y debemos aprender a utilizarlas. Porque cuando me siento con mi hijo, un apasionado de la computadora, ¿cómo hacerle saber lo que él desconoce, o que estudia de manera mecánica por libros de texto para no fallar en sus exámenes? En mi caso, apegado al audiovisual, pienso que llevar la historia a nuestros jóvenes es posible si todos ponemos nuestro granito de arena.

He escuchado tantas ponencias al respecto, tantos llamados urgentes sobre el tema, que pienso que hace rato es momento para que nos pongamos todos en función de ello. Y es que tantas instituciones tienen la responsabilidad de apoyar ese esfuerzo común que no puede haber espacio a titubeos o limitaciones mentales. Pero sobre todo, como reflexionaba un delegado al Congreso del Partido en abril pasado, debemos buscar todos los recursos necesarios para hacerlo.

En mi opinión, con toda honestidad, es un crimen dejar que otros nos roben nuestra historia y pretendan con ella lo que más le conviene, que nos olvidemos de lo hermoso y épico que ha sido este batallar constante por una sociedad más justa, esa que en este mundo actual suena más a utopía si nos guiamos por lo que quieren hacernos creer. La regla que esgrimen “los otros” es que todo tiempo pasado fue mejor. Y a esa ofensa hay que oponerle toda la inteligencia y el talento acumulados durante los últimos 57 años.

La inocencia de no hacerlo es incompatible con nuestra propia historia. Una vez más regreso a los clásicos. El maestro de la oratoria, Cicerón, decía: “No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños”. O lo que es lo mismo, para seguir creciendo, debemos conocer nuestra historia. No perdamos más tiempo.