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Hugo, Carlos, Silvio y yo

cabezal amaury perez columna cronica de amaury grandeEl Presidente de Venezuela Hugo Chávez fue un gran admirador de la obra de Silvio Rodríguez. Al menos en mi presencia se lo confesó tres veces; En La Habana, Mar del Plata y Caracas.

Regresaba de ofrecer un par de conciertos por México y en la terminal 3 del aeropuerto José Martí mi esposa, que fue a recogerme, me dijo que no íbamos para la casa sino para otra terminal donde me esperaba Silvio porque teníamos que volar de inmediato a Caracas. Con Silvio involucrado no lo pensé dos veces, ni pregunté. Hay amigos y amigos. Y Silvito, como me gusta nombrarle, es uno de esos pocos que gozan de mi entera confianza.

Cuando arrastrando mi equipaje llegamos a la terminal 1 no sólo lo encontré a él, también a Carlos Varela, Ana Lourdes Martínez, amiga que por esas fechas trabajaba en Los Estudios Ojalá, y a un sonidista adscrito al Instituto de la Música. Los cuatro abordamos una pequeña aeronave modelo marca Falcon sabe Dios qué de 12 plazas, y cortamos el aire rumbo a la capital de todos los venezolanos.

Durante el vuelo, de apenas dos horas de duración, esos avioncitos vuelan como flechas, Silvio me puso al tanto de que ofreceríamos, a pedido del Presidente, un concierto multitudinario al día siguiente de nuestro arribo en una avenida cercana al aeropuerto La Carlota, que nos acompañarían cantautores bolivarianos, debíamos cantar unas 3 ó 4 canciones cada uno en solitario y luego los tres su canción Cita con Ángeles, que el espectáculo se transmitiría en directo por casi todos los canales de TV y regresaríamos a La Habana, capital de todos los cubanos, 48 horas más tarde. Asistieron finalmente unas 500,000 personas según cálculos de los organizadores. A la llegada a Venezuela me enteré de que Chávez sólo había invitado a Silvio y de que él, con su proverbial generosidad, nos enroló a Carlitos y a mí en la breve expedición. Fuimos hospedados en el Hotel Meliá Caracas y fue allí donde anunciaron que todos estábamos convidados esa noche a una cena de navidad, era diciembre, en el Palacio de Miraflores, la Casa Presidencial. Silvio y Carlos, siempre tan auténticos, se endilgaron sus vestimentas habituales y yo, camaleónico y artístico, me vestí con un traje oscuro sobre un sweater negro fulígeno con toneladas del perfume dulzón que usaba por entonces, y la cabellera peinada como para asistir a misa. Ya compuestos remitimos nuestros cuerpos, y almas, hacia donde nos esperaba el Presidente y su gabinete de gobierno.

Después de un par de cafés en el Despacho Presidencial, este servidor, un poco nervioso, hizo de las suyas confundiendo los retratos de los próceres: Donde estaba Miranda, vio a Bolívar y donde estaba Bolívar, vio a San Martín; Chávez risueño me contó que lo había llamado un querido amigo suyo desde La Habana y le había dicho que yo era muy bromista, Carlitos muy callado y Silvio muy discreto. Luego del fugaz, y por mi culpa torpe encuentro, el Presidente nos invitó a pasar al patio de la residencia para presentarnos, antes de la cena, a los ministros de su equipo gubernamental, insistiendo, no entendí el por qué, que me colocara a su lado y los demás, Silvio incluido, en una suerte de semicírculo alrededor suyo. Silvito llevaba puesta una gorra de marinero, una chamarreta azul oscuro, unas gafas polarizadas, se había dejado crecer la barba, y cargaba una inquieta, e inmensa, cámara fotográfica para registrar cada detalle del acontecimiento.

Los ministros del Presidente conocían al dedillo el repertorio del cantautor mayor, pero es probable, como en efecto resultó, que no el físico que lucía en ese momento y entonces ocurrió lo inesperado: ¡Me empezaron a confundir con él! es posible que mi “elegante” vestimenta jugara algún papel. Chávez decía: ¡Les presento a los compañeros cubanos que nos acompañarán mañana en el concierto! Y cada uno me saludaba, abrazaba y repetía cuanto les habían acompañado “mis canciones” en sus vidas nombrando al Unicornio, el Rabo de nube, Te doy una canción y Ojalá entre otras. Al principio me hizo gracia y les aseguraba gentilmente que estaban equivocados señalándoles que Silvio era el de la gorra, las gafas, la barba y la cámara, pero el ego comenzó a jugarme una mala pasada y me fui volviendo agresivo con cada elogio inmerecido diciéndoles: ¡¡Yo no soy Silvio compañerooos!!! mientras el Presidente Chávez sonreía malicioso y yo enfurecía con el paso de los minutos perdiendo la paciencia a punto del rugido.

La última personalidad que Chávez presentó, a la sazón Ministra de Tecnología y Medio Ambiente, se me lanzó literalmente al cuello repitiendo a gritos: ¡Silvio querido, tus canciones me hicieron crecer en la lucha, estuve durante años enamorada de ti y aún te amo, te amo, eres lo más grande, lo más grande, lo más grande…! Le desprendí los brazos cuando mi cervical estaba a punto de colapsar y enérgico le espeté: ¡¡¡Usted está equivocada señora, que no soy Silviol!!! ella respondió desafiante, colocándose las manos en las caderas: ¿Y entonces quién eres tú? ¿Yo?... le reciproqué colérico ¡¡¡Yo soy Pablo!!!

Todavía nos reímos con la historia.

Cita con ángeles, por Silvio, Carlos Varela y Amaury Pérez

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