- Cubadebate - http://www.cubadebate.cu -

Maniquíes de New York (II)

cabezal amaury perez columna cronica de amaury grande

Sucedió al otro día de mi encuentro con Jorgito y mi diálogo telefónico con Richard, después de una noche borrascosa; el clima de New York es así, siempre te sorprende.

Me incorporé temprano, tenía que ir a recibir a un amigo cubano, qué decir amigo, ¡hermano! llamado Joel Valdés, que había viajado desde Seattle en el estado de Washington a vernos haciendo no sé cuantas escalas.

Ya la emoción y la juerga posterior de la noche anterior habían sido suficientes y llegamos a la hora convenida a la puerta del hotel donde se hospedaba en la calle Ámsterdam, muy cerca de Times Square.

Por aquella costumbre “adquirida" de no entrar en los hoteles, y además porque vestía un viejo mono deportivo, calzaba tenis sucios, vagaba resacoso y con cara de no haber dormido en semanas, me quedé en la acera, junto a un farol, esperando a que Joelito saliera. Mi esposa, ya dentro, trataba de localizarlo en la carpeta; ella sí no cree en convenciones de ningún tipo. Es la persona más desinhibida que conozco.

Mientras esperaba me dispuse a mirar a los transeúntes. Una de las cosas que adoro de New York es que si estás atento te puede pasar por delante tu vida entera en minutos. No sé como explicar esa cosmopolita sensación.

A lo lejos, vi acercarse a una pareja que parecía sacada de una revista de modas: Ella, perfecta: alta, de ojos verdes, rubia como los maniquíes de la tienda Macy’s de la calle 34, con el peso exacto, bellísima. Traía un sobretodo negro, guantes de cabritilla a juego, tacones altos y el andar de quien se sabe poseedora de todo el tiempo del mundo. Él, también impresionante: pelo entrecano, ojos azules, más o menos de mi altura, 6.1 o 1.90, según mida cada quien la estatura, un cuerpo trabajado en incontables horas de gimnasio, también con sobretodo negro y andar pausado. Iban de la mano y ambos cargaban bolsas Luis Vuitton, Armani, Hugo Boss, Chanel… en fin toda una canasta de “bienestar” y solvencia. Me dije para mí: ¡Me he encontrado a un par de millonarios neoyorquinos!. Yo, vestido como un homeless, los examinaba extasiado. Fue tal la indiscreta insistencia de mi mirada (los que han estado en New York saben que mirar fijamente a alguien te puede ocasionar una demanda por acoso visual) que, cuando estuvieron a mi lado, se detuvieron y entonces él me recorrió de arriba abajo para preguntarme en perfecto español: “¿Tú no eres Amaury Pérez?”. Intenté escapar, pero mis tenis se aferraron al asfalto como si pretendieran formar parte del mismo para siempre. “¿No te acuerdas de nosotros?”, prosiguió risueño, con un sonoro timbre en la voz y mostrando una dentadura perfecta. “¡No!”, fue lo único que alcancé a decir, “¿De dónde?” agregué. “¡Del Vedado compadre, de la secundaria Finlay! ¿Tanto hemos cambiado?”. “¿Pero ustedes son cubanos?”, les pregunté entre torpe y sorprendido. “¡Claro, somos Jaime y Margarita, ahora James y Margaret you know, que estudiábamos dos cursos por detrás del tuyo!”. Ya ahí y observándolos más sosegado les hice la pregunta más idiota que he hecho en mi vida: “¿Y qué hacen ustedes aquí?”. Ellos pudieron haberme contestado con un demoledor: “¿Qué haces tú aquí?”. Eso lo hubiera simplificado todo, pues ellos parecían los dueños de la Gran Manzana.

“Te cuento”, me dijo Jaime ahora James: “Mi padre era abogado y salió de Cuba a finales de los sesentas. Aquí fundó una consultoría que trabaja para el Departamento de Defensa, nosotros vinimos por el Mariel, estudiamos derecho en Harvard y a su muerte ocupamos su puesto en la compañía”.

Todo esto me lo contaba Jaime, digo, James, mientras se acercaba su negra limosina. Me preguntó qué hacía allí, le conté y me invitó a una fiesta al día siguiente haciéndome una grave recomendación: “Así no puedes ir vestido, es una fiesta de etiqueta Bro”. Me alcanzó una cartulina de finos hilos con el nombre de una lujosa sastrería donde podía alquilar un esmoquin, otra con su dirección y me dijo con entusiasmo: “¡Te esperamos!”. A lo que yo respondí con la segunda pregunta idiota en diez minutos: “¿Y por dónde viven ustedes más o menos?”. Los dos se echaron a reír pues supuestamente debía, al menos, haber mirado la tarjeta.

“¿Tu viste la película Meet Joe Black en la que trabajan Brad Pitt y Anthony Hopkins?” “Sí”, le respondí. “Bueno, pues nosotros le rentamos parte del apartamento a los productores del film”. “¿El Penthouse, el de la cúpula azul turquesa?”, “Ese mismo, me dijo. ¡Ya sabes donde encontrarnos!. Dejaremos tu nombre en recepción para que no tengas problemas de ningún tipo. ¡Nos vemos mañana!”. Sucedió un simple apretón de manos y desaparecieron dentro de la limosina que partió velozmente.

Frente a todos el mundo seguía su curso. Joel Valdés, mi amigo cubano de Seattle, ya salía de su hotel vestido sencillamente con jeans y franela de cuello alto del brazo de mi esposa con un disco de Barbra Streisand en la mano como presente y todo el amor del mundo en su mirada.

Yo encendí la mía y nos abrazamos los tres mientras las tarjetas con la dirección de la lujosa sastrería y del imponente edificio de cúpula azul turquesa saltaron de mis manos e iniciaron el piadoso descenso hacia los desagües de la capital del mundo.

En Video, "Amigos como tú y yo": Silvio Rodríguez y Amaury Pérez

https://www.youtube.com/watch?v=zP8KluJWO5w