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París 1900: Con la impronta de Ramón Fonst

Hombre de honor intachable.

Y fiel exponente de cubanía.

Irene Forbes

 

Foto: Archivo

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La bella, milenaria, acogedora y cosmopolita capital de Francia, también lo es del departamento del Sena, a orillas del río del mismo nombre. Puerto fluvial importante, primer centro industrial y comercial del país. Asimismo, es la capital política y cultural de Francia. En ella se han asentado y asientan destacados pintores, escritores, poetas, músicos, actores, bailarines...

Conocida, por su fuerza cultural, como la Ciudad Luz, es una de las más ricas del mundo en monumentos artísticos, donde destacan Nuestra Señora, Los Inválidos, La Plaza de la Concordia, los Campos Elíseos y el Arco de Triunfo, así como la famosa Torre Eiffel y los Palacios de la UNESCO. Su Museo del Louvre es uno de los más famosos y universales.

La recia personalidad de Pierre de Fredy, barón de Coubertin y su prestigio, hicieron que al concluir los Juegos de Atenas, resultara electo Presidente del COI por unanimidad. Se convertiría en realidad el sueño de celebrar los II Juegos en la ciudad que lo vio nacer: los Juegos de París 1900. Los griegos no se daban por vencidos, por la fuerza de la historia reclamaban las festividades olímpicas de forma permanente, pero se impuso el concepto de la internacionalización del deporte.

La ciudad acogió a 1 077 atletas de 21 países. No podía mostrarse más bella, engalanada y preparada para grandes jornadas. Entre reporteros, entrenadores y federativos, la visitaron más de 3 mil personas. A estos Juegos se refiere Durántez en los siguientes términos:

París sería el escenario de la Segunda Olimpiada. Una aureola de fracaso histórico acompaña a esta edición. Los compatriotas de Coubertin fueron siempre reticentes a sus ideas que acogieron, en el mejor de los supuestos, con frialdad. Treinta y seis años después, el célebre restaurador declararía al periodista André lang, corresponsal del Journal: ‘Tengo la convicción que los franceses no han comprendido nunca mis ideas, ni han sabido nunca lo que es el Olimpismo; por el contrario, consciente o inconscientemente se han esforzado siempre en evitar el triunfo de los Juegos; después de cada Olimpiada, los franceses han declarado que era el fin de los Juegos y ante la victoria del Olimpismo, son los mismos franceses los únicos que se empeñan en demostrar que tal victoria es un fracaso’. El descalabro de los Juegos en 1900 y la indiferencia generalizada hacia su obra, motivaron el traslado de Coubertin a Lausana, en donde se exilió voluntariamente y vivió hasta su muerte.[1]

El Barón se dejó llevar por los asesores y las razones económicas hicieron coincidir los Juegos con una gran Feria Internacional, que se robaría el show. Error que se repetiría en más de una ocasión.

Según frase de uno de nuestros colegas, habían “utilizado nuestra obra para triturarla”. Frase feliz que caracteriza la experiencia de 1900 y que probaba que en el futuro había que guardarse muy mucho de anexionar jamás los Juegos a ninguna de estas grandes ferias, dentro de las cuales su valor filosófico se evapora y su mensaje pedagógico resulta inoperante. Desgraciadamente, el matrimonio recién concertado era más sólido de lo que pensábamos. Dos veces más, en 1904 y 1908, y debido a razones presupuestarias, nos veríamos obligados a establecer contactos con exposiciones.[2]

Los Juegos se programaron desde el 14 de mayo hasta el 28 de octubre de 1900. ¡Más de cinco meses!, que provocaron el caos. ¿Cómo organizarlos durante tanto tiempo? Tarea poco menos que imposible. Hubo situaciones difíciles: campeones dispersos, falta de instalaciones, fechas pospuestas, desorganizaciones en las competencias, poco apoyo popular, y otras tantas.

No se entregaron medallas de ningún tipo ni color, solo se repartieron souvenirs para halagar a los vencedores. Este desastre hizo pensar en una temprana desaparición de los Juegos Olímpicos Modernos. Coubertin sufrió una gran decepción, los medios de difusión lo criticaron duramente, sobre todo en Europa; lo culparon de todo. A fin de cuentas, él era el alma de aquella aventura.

El desorden de la organización, el desinterés de la ciudad de París y del gobierno francés, desembocaron en los peores Juegos Olímpicos de los que se tiene recuerdos. Los escenarios de las competiciones eran verdaderos laberintos (…) Y lo peor fue que los resultados no tenían el mínimo rigor que exigían las pruebas deportivas. Los Juegos de París son los únicos de los que no disponemos de todos los resultados oficiales.[3]

En París 1900 participaron por primera vez las mujeres, cinco en tenis de campo. El propio Barón cedió en sus concepciones. Hoy no se conciben los Juegos sin ellas. Los deportes se elevaron a doce, precisamente las disciplinas organizadas y reglamentadas por Thomas Arnold, el paradigma de Coubertin. Allí comenzaron a destacarse las individualidades. Ray Ewry, un atleta norteamericano conocido como El Hombre de Goma, fue el as de los saltos sin impulso; llegó a imponerse ocho veces en tres citas olímpicas consecutivas (París 1900, San Luis 1904 y Londres 1908). Antes de su carrera deportiva era casi un inválido, pero se recuperó con gran fuerza de voluntad a través de un tratamiento médico a base de ejercicios físicos.

En aquella segunda edición debutaría Cuba, que ocupó el lugar número doce, debido a la actuación de la esgrima: un primer y segundo lugares. Cuba, una pequeña isla, entonces desconocida por muchos, fue dignamente representada en París 1900 por un joven estudiante: Ramón Fonst. Sin dudas, entre las más excelsas glorias de nuestro deporte. ¿Qué hizo realmente Fonst? ¿Representaba una escuela cubana de esgrima?

Foto: Archivo

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Ramón Fonst                                                                        

De origen burgués, desde niño se educó en París. Allí realizó los estudios fundamentales y dio los primeros pasos en la esgrima, donde sobresalió en la modalidad de espada. A los once años fue campeón de Francia en florete, uno de los países de mayor desarrollo en ese deporte de orígenes remotos. A los dieciséis se proclamaría campeón mundial.

A los Juegos de París 1900 llegó con la aureola del mejor espadista del mundo. Sin muchos contratiempos obtuvo el título, para convertirse en el primer latinoamericano campeón olímpico. Es un mérito nacional, pero, aunque algunas investigaciones afirmen lo contrario, no podía representar a una inexistente escuela cubana de esgrima. A nuestro juicio, Cuba no estaba en condiciones de tener escuela deportiva alguna, si exceptuamos la lucha mambisa con el machete.

En su libro As de Espada, de lo mejor que he leído, Irene Forbes, ya desaparecida, describe la buena nueva en la familia de los Fonst:

Mientras padres y amigos pasan los días en La Habana elucubrando qué ha sucedido en la competición, nuestro protagonista recibe el homenaje de los parisinos y la prensa realza sus innegables dotes. La incógnita queda despejada una feliz mañana en que un mensajero toca a la puerta de la señorial vivienda de don Filiberto y le entrega un cable fechado en París. El propio ausente comunica la grata nueva. Se conmueve el ánimo de la familia, las chicas abandonan el bordado, a la madre se le humedecen los ojos y se transforma la habitual calma de la Quinta Garcini en la más desbordante alegría. Don Filiberto guarda en el bolsillo de su mejor levita de paseo el grato mensaje, y se encamina para comunicar la gran victoria a sus amigos de la Acera del Louvre, frente al parque Central, sitio preferido por las personalidades capitalinas desde el pasado siglo.[4]

Compitió por Cuba en París 1900 y en San Luis 1904. Atacaba y respondía con éxito a la ofensiva contraria, después de pararla en seco, con un notable alcance de brazos, resistencia, coraje, técnica, agilidad y piernas largas. En fin, un virtuoso de la esgrima, dotado de un somatotipo envidiable, que avanzó veloz hacia la cima de su disciplina.

En San Luis 1904, el as de la Mayor de las Antillas tuvo un comportamiento superior: oro en las individuales de florete y espada, así como en sable y florete por equipos. En su incursión por el mundo olímpico, obtuvo cuatro medallas de oro y una de plata, convirtiéndose en el cubano que más títulos olímpicos ha obtenido, hasta hoy.

Fue el principal promotor de la delegación cubana a los Juegos de París 1924, como abanderado, donde luchó con denuedo hasta caer vencido, más por los años que por los rivales. En los Centroamericanos de La Habana 1930, volvería a brillar. En tres décadas cosechó 125 medallas de todo tipo en competencias nacionales e internacionales, así como 25 trofeos, incluyendo premios en boxeo y tiro deportivo, en los que también incursionó.

Muchos después, Cuba logró crecer en la esgrima a nivel internacional, aunque en los últimos años ha cedido terreno. Eso sí, cuando suben al podio representan una Escuela de Esgrima, y arrastran una deuda de gratitud para aquel que en los inicios del siglo XX, dio tanta gloria a la patria.

Ramón Fonst Segundo fue seleccionado entre los Diez Atletas del Siglo XX en Cuba, como un deportista excepcional que practicó varios deportes y logró una longevidad envidiable. Él es, sin duda, un paradigma del deporte cubano de cualquier época. Único deportista que, reconocido en vida, ocupó altos cargos en la antigua Dirección General de Deportes y en el Comité Olímpico Cubano.

Nacido el 31 de agosto de 1883, en La Habana, falleció en esa ciudad el 19 de septiembre de 1959. Su cadáver fue expuesto –único caso que conozcamos- en el antiguo Palacio de los Deportes, hoy Ciudad Deportiva, de donde partió el cortejo fúnebre, acompañado por su pueblo.

¡Allí iba un gigante!

II JUEGOS OLÍMPICOS PARIS, 20 DE MAYO-28 DE OCTUBRE DE 1900

RESUMEN

LUGAR PAÍSES 1er lugar 2do lugar 3er lugar TOTAL
1 FRANCIA 28 37 33 98
2 ESTADOS UNIDOS 20 14 19 53
3 GRAN BRETAÑA 17 7 11 35
4 BÉLGICA 7 7 3 17
5 SUIZA 6 2 1 9
6 AUSTRALIA 4 0 4 8
7 ALEMANIA 3 2 2 7
8 DINAMARCA 2 3 2 7
9 ITALIA 2 2 0 4
10 HUNGRÍA 1 3 2 6
11 HOLANDA 1 1 3 5
12 CUBA 1 1 0 2
13 CANADÁ 1 0 1 2
SUECIA 1 0 1 2
15 AUSTRIA 0 3 3 6
16 NORUEGA 0 2 3 5
17 INDIA 0 2 0 2
18 BOHEMIA 0 1 2 3
19 ESPAÑA 0 1 0 1
    94 88 90 272

 

[1] Conrado Durántez: Historia y Filosofía del Olimpismo. 5ta edición. Asociación Iberoamericana de Academias Olímpicas. España. 2002, p. 17.

[2]Pierre de Coubertin: Memorias Olímpicas. Comité Olímpico Internacional. Por Geoffroy de Navacelle, 1979.

[3]Andrés Mercé Varela: Pierre de Coubertin. Con Prólogo de Juan Antonio Samaranch. Ediciones Península. Barcelona. España, 1992, p. 92.

[4] Irene Forbes. As de Espada. Editorial Letras Cubanas. La Habana. 2000, p. 23.

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