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Algunas visiones de la soberanía tecnológica

Hay palabras, y conceptos detrás de ellas, que mucho apreciamos los cubanos. Nos sentimos muy bien con la conciencia cuando nos referimos a nuestra soberanía, a nuestra dignidad. Mucho se ha luchado y se lucha porque ningún soberano se erija sobre nuestra dignidad y nuestro derecho a ser libres e independientes. Como soberano solo reconocemos al pueblo.

La palabra y su fundamento aparecen muy dignamente en el artículo 3 de nuestra Constitución Socialista: “En la República de Cuba la soberanía reside en el pueblo, del cual dimana todo el poder del Estado…”

En estos tiempos se ha convertido en recurrente para nuestros medios el término “soberanía tecnológica”. Es, sin dudas, una expresión atractiva por naturaleza, y mucho para un pueblo como el nuestro, por las razones antes expuestas. Podría expresar la realidad de un país culto y revolucionario que se mantuviera a la vanguardia en la innovación tecnológica masiva y en la consiguiente riqueza espiritual y material que la acompaña.

Es preciso ejercer la soberanía sobre los canales de trasmisión y registro de la información que genera un país. Lo que se escribe en el reverso de una tarjeta postal, sin meterla en un sobre cerrado, es información abierta. Cualquier persona que acceda a ella puede leer lo que dice y el que la escribió lo permitió porque no lo ocultó explícitamente. Cuando usamos cualquier procedimiento tecnológico como soporte de información abierta, en cualquier parte de este mundo, estamos implícitamente haciendo público lo que registramos o trasmitimos. Ese es, por ejemplo, el caso del correo electrónico no encriptado. Queda automáticamente cedido a quienes legalmente estén autorizados a intervenir en tales soportes o canales. La soberanía de un país se viola si alguna entidad ajena interviene por su cuenta y sin la debida investidura legal dentro de las redes tecnológicas de procesamiento de información de ese país para captarla, y sobre todo en los casos en los que no se trata de información pública. Eso lo cuida todo el mundo, y se ejerce la soberanía sobre la tecnología empleada para poder controlar el flujo de la información de soporte electrónico. También se ejerce cuando se trabaja en tecnologías de encriptación y codificación que eviten intervenciones indeseadas en las redes actuales, que son inevitablemente promiscuas. Está claro que la soberanía tecnológica se logra sobre todo con conocimientos, investigación, tecnología e innovación. Con progreso.

La visión de soberanía no debería asociarse con la autarquía tecnológica, y mucho menos en un país de once millones de habitantes. Hubo intentos en el desaparecido mundo socialista de tal autarquía, la que solo progresó de alguna forma después de ingentes esfuerzos y sacrificios sociales en países como la antigua URSS, que era prácticamente un universo ella misma por su magnitud y diversidad como tal. Aun así, en campos clave como el de la informatización de la sociedad fueron muchos los tropiezos y retraso al que los condujo esa política autárquica. En los tiempos del desmoronamiento de la URSS, en 1989, una computadora personal como las que entonces se ensamblaban masivamente en Cuba y estaban en casi todas nuestras escuelas, era patrimonio exclusivo solo de selectas personalidades en ese país, el de la gran Revolución que pretendió cambiar un régimen de explotación secular de las mayorías por uno donde ellas fueran las soberanas. En aquellos años el estado cubano no vaciló en comprar los componentes de las computadoras personales en el país en el que aparecieran, a pesar del bloqueo. Con ellos las preparábamos y las poníamos en manos de los estudiantes de la enseñanza media y superior y en los Joven Club. Es indudable que procedimos soberanamente desde el punto de vista tecnológico, aunque todos los componentes y los estándares fueran importados y las tecnologías de base procedieran en última instancia del país que nos bloquea. Fuimos verdaderamente soberanos, no autárquicos.

En nuestros tiempos hemos usado el término de soberanía tecnológica para otros propósitos. Por ejemplo, se adoptó el estándar chino de televisión digital, pero trasmitiendo en las frecuencias de nuestro hemisferio, lo que condujo a que Cuba sea el único país en el mundo que usa tal estándar: el chino con frecuencias occidentales. Eso se traduce en que no se puede adquirir un televisor en el mercado local de ningún país que sirva para ver la televisión digital en Cuba. Ni siquiera un equipo comprado en China puede ver nuestra televisión digital, porque aunque tiene la misma norma, la frecuencia es diferente. Solo podremos tener los televisores digitales que les pidamos especialmente a ciertos fabricantes, con el encarecimiento que eso implica por tratarse de series en cantidades limitadas, dado lo pequeño que es el mercado cubano. Por eso, si queremos ver nuestra televisión digital tenemos que comprar una “cajita” decodificadora, aunque se trate de un equipo moderno capaz de asimilar la señal digital: la nuestra no la ve. ¿Se trata de soberanía tecnológica o de autarquía? ¿Facilita que más personas vean la televisión digital o que sean menos los que tienen acceso a la misma? ¿Es esto el ejercicio o el descrédito de la soberanía tecnológica? Son preguntas cuya respuesta cada quien puede darla según su propia conciencia.

La informatización es hoy universalidad de acceso a la red de redes: internet. En los años 80 del pasado siglo se traducía en masividad de acceso a computadoras personales. No podemos culpar por un lamentable hecho a la necesidad de ejercer la soberanía tecnológica: en 2014 Cuba reportaba el dato de que el 26 % de los ciudadanos tenía acceso a internet. Se escucharon entonces muchos cuestionamientos a esa cifra, que era similar al del año anterior. Sin embargo, aun considerándola exacta nuestro país solo superaba a Benín, El Salvador, Indonesia, Kenya, Mali, Mongolia, Senegal, Sudán, Túnez y Vanuatu en el universo de los más de 180 países que reporta la Unión Internacional de Telecomunicaciones. Resulta contrastante esta penosa situación con respecto al reconocidamente muy alto nivel de educación de los cubanos gracias a nuestro proceso revolucionario y a las formas inteligentes en las que siempre hemos usado la soberanía tecnológica.

El escenario conceptual cubano, al menos en lo que se refiere a internet, ha tenido un cambio radical en el último año transcurrido. Ciertamente, se mantienen presentes en nuestros medios de forma recurrente las informaciones acerca de los obvios peligros internet, y el uso del término de soberanía tecnológica como su justificación. Pero gana espacio también la realidad de que tenemos que marchar ahora más rápido que los demás países para lograr recuperarnos de la penosa situación informática en la que nos encontramos, inmerecidamente. Todos esperamos que tal conceptualización se traduzca en hechos más temprano que tarde. No debemos desacreditar la soberanía tecnológica a los ojos de los cubanos y del mundo como justificante de tal situación y si debemos enaltecerla desde el acceso universal y ubicuo a internet de todos los instruidos y revolucionarios cubanos.

Lo de la televisión digital sigue siendo una asignatura pendiente. Si mañana se comenzara a trasmitir también con la norma norteamericana (¿es posible?, ¿es más económico a largo plazo?), las decenas de miles, por lo menos, de televisores que han entrado en Cuba por nuestros aeropuertos podrían ver inmediatamente la señal digital sin necesidad de “cajitas”. Las importadoras cubanas podrían comprar masivamente televisores de última generación en mercados cercanos y accesibles, mucho más baratos, y acceder sin complicación alguna. Muchas más familias se beneficiarían de sus bondades. Esa sería una acción indudable de soberanía tecnológica al dejar de depender de una norma exclusiva.

Muy deseable sería que viéramos siempre la soberanía tecnológica como lo que es: un instrumento de progreso y realización de un pueblo revolucionario.