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En casa de Massiel

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En el 76 viajamos a Polonia, Bulgaria y España, Pablo Milanés, Sara González, el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC y un servidor. Siempre se recuerda con agrado y nostalgia, por los tiempos idos, la primera salida al exterior desde la Isla.

En España se habían editado ese año los fonogramas iniciáticos de Silvio “Días y Flores”, mi disco “Acuérdate de Abril” y el de Pablo, “La vida no vale nada”, que incluye su bella canción "Para vivir", pero en la edición europea apareció en la carátula de los tres LPs un dibujo a plumilla de Silvio, una foto verde y difusa de Pablo y en el mío la reproducción de una obra plástica de nuestro patrimonio cultural. Ni una fotico.

Los cantantes ibéricos Massiel y Pablo Abraira habían grabado con gran éxito sendas versiones de la canción de Milanés y lo invitaron, a través de nuestros empresarios catalanes de la época, a una suntuosa cena en casa de la primera. Allí se encontraban Massiel; por supuesto, Abraira; la gran actriz Ángela Molina, y otras celebridades del mundo artístico español que ya no recuerdo. Nuestro Pablo, a su vez, nos invitó, con la gentileza que lo caracteriza, a todos sus compañeros. Llegamos puntuales al apartamento en un piso alto del centro de Madrid y nos pasaron a una terraza donde algunos manjares de pequeño calado nos esperaban…, pero a mí me llevaron, con rendida admiración, a sentarme con las ilustres celebridades en la mesa principal del amplio comedor.

Como quiera que en aquella época el viático que nos daban no excedía los 12 dólares para desayuno, almuerzo y comida, y el hambre era infinita y abrumadora, no lo pensé mucho, ni lo medí, y me senté entre los comensales, entre agradecido, confundido, y angustiado por la suerte de mis camaradas de viaje, a zamparme la media res que sirvieron, mientras la conversación giraba en torno a mi “extraordinaria capacidad como compositor y maravillosas cualidades vocales”. Aquello me parecía cada vez más sospechoso sobre todo porque mi carrera era débil, y decidí poner los jugos gástricos en función de engullir la mayor cantidad de carne que el estómago soportara antes de que empezaran a celebrar, como creí anticipar, "mi" canción "Para vivir".

En ese entonces tenía una buena imagen. Era delgado, llevaba el cabello por los hombros, y todos pensaron que Pablo Milanés era yo, y no el moreno aquel con pinta de africano que languidecía allá a lo lejos entre croquetas, aceitunas, y otros comestibles ligeros; ¡ligerísimos!

Cuando hube saciado el apetito y les revelé apenado mi verdadera identidad, aquello se volvió un pandemónium, las ofensas sobre mi impostura alcanzaron los decibeles del irrespeto, y aún con las últimas papas fritas frisando mis encías pedí disculpas cabizbajo pero lleno, y me alejé a la fría terraza donde mis compañeros rugían su desaliento digestivo.

La Gorda Sara, que al hacerle el cuento se indignó por las cosas que me dijeron (siempre me quiso con una mezcla de hermano-hijo) comenzó, en un acto de represalia adolescente, a incrustar sus cigarros —por esa época fumaba— en una colección de cactus que poblaba los canteros de Massiel y que hubiera puesto a enmudecer el jardín botánico más exuberante.

Pablo ocupó entonces el lugar que le correspondía por obra y derecho en la mesa y yo di cuenta, como postre, de las últimas aceitunas que tintineaban en las bandejas semivacías, mientras los cactus, como "Rosas en el mar", apagaban su firmeza en aquella “divertida” y confusa noche madrileña.

En Video, "Para vivir", interpretado por Pablo Milanés