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Vengo de donde el Sol calienta la tierra

guantanamo-boulevardAyer regresé de mi periplo de fin de año por la tierra de mis suegros: Guantánamo. Un recorrido por casi toda la Isla grande en la que tuvimos la dicha de nacer. Y en todos lados me topé con la alegría, esa que no abandona a mis paisanos a pesar de las vicisitudes diarias. Es un país único, donde el vecino te tiende la mano y el chofer de otro vehículo te hace señas de que algo le pasa al tuyo.

Y mientras pienso en esos pequeños detalles, que no se encuentran en otras partes del mundo, rememoro los momentos previos al Fin del año 2015, en los que disfruté de un mosaico de cultura guantanamera. Me asombra cada vez más la diversidad en el arte de esa provincia de la que me siento hijo adoptivo. Es como si cada parte de una noche llena de cultura nos recuerde cuánto se ha hecho en Cuba por darle un lugar a todo aquel cuyo talento lo amerite y no que se pierda como pasaba casi siempre antes de 1959.

La danza es algo inenarrable en Guantánamo. Conversando con Jorge Núñez, Presidente de la UNEAC en la provincia, le preguntaba a qué se debe esa especificidad propia que tienen las coreografías guantanameras y el movimiento de los cuerpos de los bailarines. Me recuerda Jorge que la confluencia de varios estilos provenientes de las oleadas migratorias hacia la zona pudo haber desembocado en esa magnificencia danzaria. También el espíritu del difunto Alfredo Velázquez, fundador de Danza Libre, ronda cada espacio donde ese arte se expresa.

Y entonces desde Guantánamo mi mente recorre el país donde por todos lados bulle la impronta cultural cubana. Donde hay tantos Maestros y Maestras, así con mayúsculas y bien merecidos, que en todas las artes dejan el ego a un lado, buscan el tiempo y transmiten su experiencia y talento en las escuelas de arte.   O las fundan, buscando los recursos necesarios y el apoyo de las instituciones culturales.

Y rememorando también me viene a la mente Katiana, una camagüeyana que labora junto a más de 400 médicos y personal de enfermería en el ya famoso Hospital Cubano de Catar. El día que visité ese centro a fines de noviembre, conversé con varios de ellos. Katiana, cuyo apellido no recuerdo, me habló de su hija que estudia en el Instituto Superior de Arte de La Habana. Añora el momento del reencuentro con ella, mientras la apoya desde lejos. Desde ese lugar remoto en la Península Arábiga agradece la oportunidad que tiene su hija de poder dedicarse a su vocación.

¿Cuántos como ella en todo el país? No tengo las cifras, las podría buscar, pero el solo hecho de que no hay rincón de nuestra geografía donde falte la oportunidad de la cultura en su máximo esplendor me ahorra tener que preguntar. Lo que tenemos claro es que esa obra enorme seguirá erigiéndose, a pesar de todos los contratiempos y los ataques que contra ella recibimos desde muchos lugares. Puede haber mundialización, globalización o como quiera llamársele, pero lo autóctono está bien seguro.

Y desde ese largo recorrido por las carreteras cubanas, me enorgullece que tengamos este país tan grande en alma y espíritu. Miro a cada lado, y parece que el 2015 se despidió con augurios buenos para el año entrante. Llueve, y algunos ríos crecen amenazadoramente, pero asegurando que no nos falte el preciado líquido. Como no nos pueden faltar las ganas de seguir adelante con nuestros sueños.

A mi guajira guantanamera con la que comparto mis días la observo con orgullo. No solo por su belleza natural, sino también porque viene de ese lugar donde cada visita me sorprende con nuevos descubrimientos. Y mirándola vuelvo a pensar en lo que tenemos a nuestro alrededor. Le pido permiso a Alexander Abreu para usar su verso, el que pueden usar tanto mi guajira, como también la hija de Katiana, y todos los que no dejamos de sentirnos cubanos. Porque venimos de ese lugar donde el sol calienta la tierra, y donde el corazón late más sincero. De eso no hay dudas.