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De Juventino y Danielito

juventino-rosasEn 1999 realicé con mi amiga mexicana Sonia González Rivero, una de las más corajudas mujeres videastas que he conocido, un documental llamado “Puente sobre las Olas”. Entre otros temas, tenía que ver con la impronta del  pequeño monumento enclavado en Surgidero de Batabanó al famoso compositor mexicano Juventino Rosas. El creador del mundialmente famoso “Vals sobre las Olas” murió en ese pequeño pueblo del sur de la actual provincia de Mayabeque. Nuestra primera visita a ese lugar nos impulsó a recordar a quien fuera uno de los músicos más trascedentes de México, nacido en Guanajuato y que viera su vida ligada para la posteridad con mi Patria.

Ayer recorrí de nuevo el lugar. Batabanó es un lugar que tiene un encanto especial, muy común en los pueblos del interior del país. Sus vecinos te saludan con esa sonrisa amplia, se quedan conversando contigo en el portal de la casa de tus amistades, como si te conocieran de toda la vida, aunque hayamos sido presentados solo unos segundos antes. Disfruto cada minuto de descanso en esos lugares, que son una reafirmación de eso que llamamos el “alma cubana”. Algo que nunca perderemos.

A eso agréguele Usted las sorpresas que me depara cada visita. Siempre encuentro en ese lugar algo nuevo que agregar a lo real maravilloso de la impronta cultural de los últimos 57 años. La cultura se respira en muchas casas de Batabanó, y aparece de disímiles maneras. Puede ser en el canto de una mujer, cuya voz se desliza entre las tablas de una casa, y que me obliga a detenerme para seguir escuchándola. O en la danza de una pieza sonera que disfrutan dos parejas en plena calle.

Disfruté también obras de jóvenes artistas de la plástica, que desde el sur tratan de llevar su aliento artístico a los más variados rincones de la Isla y del mundo. Tropecé, con gusto, con lo que hace un joven creador llamado Daniel Rodríguez Collazo. Y de pronto me ví inmerso en paisajes de La Habana y la Luna insertada en ellos.

Danielito, así le llaman todos, desarrolla su obra desde Batabanó, pero aprovecha cada viaje a la capital para mezclarse con su arquitectura y sacar lo que de maravilloso puede haber en ella. No soy un conocedor de los misterios de la Artes Plásticas, por eso creo que lo atiborré con preguntas para poder explicarme lo que escondía detrás de sus lunas y edificios. Apasionado me explicaba que su último “descubrimiento” fue el monumento de la Plaza de la Revolución, ese que se yergue hacia lo infinito y que, con nuestro Apóstol, es testigo de tantos momentos trascendentales.

Uno de sus carboncillos sin título nos muestra una luna a mitad del inmenso monumento. Me parece haber encontrado la metáfora de la infinitud de nuestra obra maestra, cuando lo que todos sabemos que es símbolo propio se eleva sobre el firmamento y pasa más alto que la propia Luna. Otros se encargarán de hacer la correspondiente reseña crítica, pero a mí me enorgulleció el mensaje.

Le pregunté a Danielito cómo distribuye sus obras y su respuesta afianzó más mi confianza. Me dijo: a través de Galería Habana. El apoyo que siente de una institución cultural cubana para que pueda, de alguna forma trascender en mi país y fuera de él. Con esa seguridad que le ayuda a seguir soñando con lunas, malecones y edificios.

Y cuando oigo a la mujer incorpórea cantando, veo a las dos parejas danzando y a Danielito, no me queda menos que pensar que el espíritu de Juventino Rosas está volando permanentemente sobre ese lugar del sur de nuestra geografía llamado Batabanó. Se funde con lo autóctono de nuestra cultura, como un puente sobre las olas. Y creo que tanto la mujer que canta, las parejas que bailan y Danielito, suscriben lo que rezaba la lápida en la tierra cubana donde falleciera el compositor de solo 27 años: “la Tierra Cubana sabrá conservar su sueño”