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Bob Dylan, Shadows in the night (+ Video)

Portada del último disco de Bob Dylan

Portada del último disco de Bob Dylan

Hay una atenuación desmedida en las últimas grabaciones de Bob Dylan. Atenuación que legitima una necesidad. En la portada de Shadows in the night —su último disco, publicado en febrero de este año— se lo ve pensativo (pensativo es siempre un eufemismo maldito) y con una postura poco fortuita (llamémosle mercantil). Alguien, incluso, pudiera asumir que Dylan no es más que un mecanismo de supuración, un superhéroe tremebundo venido a menos, intoxicado por el apuro que tienen los héroes por no salvarse nunca.

El Dylan de Shadows… es, obviamente, el Sinatra de los 50.  El Dylan de Shadows… es una máquina de culto en directo. Es además, por suerte, una representación fértil de lo mítico. Cuando decide perseguir el “mito Sinatra”, descubre que Sinatra no es el objetivo real; más bien, que Sinatra nunca ha sido un objetivo posible. Se plantea entonces como ideal, una transición incompleta entre lo probable y lo posible: un forcejeo que se exculpe a sí mismo como forcejeo.

Dice que intenta “desversionar” aquellas canciones. Estas bien podrían ser supuestas deconstrucciones, estrategias, gestos esotéricos, métodos para crear mecanismos de autodefensa camino a la persecución de ese mito. Las canciones desversionadas deben tener algo de sospecha, de incertidumbre, de relatividad. Sobre todo de relatividad.

Reúne, en esencia, temas sobre amores perdidos. Baladas que se entumecen en la estética de lo ordinario, que  acuden a lo manido, lo “romántico” como un todo: recurso, sentimiento, lugar común. Bob Dylan las traduce en algo que huele a sinfónico. Sinfónico en un sentido instrumental. El contrabajo seco de Tony Garnier en I’m a fool to want you y The night we called it a day parece una marca de ello. Quizás solo sea culpa de Tony Garnier. Pero también está la guitarra de acero con pedal (pedal steel guitar) de Donnie Herron que acompaña la voz de Dylan (“me impresiona su tono de voz, es como un cello”, había dicho muchos años antes Sinatra), una guitarra que a veces se parece a la de Eric Clapton o a la del George Harrison solista, que debe ser el mejor George Harrison de todos.

Ahora entendamos a Shadows in the night como una contradicción. Pensemos, por un segundo, que Dylan no es aquel que en cierta ocasión dijo: “no he llegado al lugar al que llegó Rimbaud cuando decidió dejar de escribir y se fue a vender armas a África”. Pensemos que Dylan quizás se afianza cada vez menos como Dylan. Pasado un largo tiempo, afianzarse depende de algunos cánones. Depende, a veces, de no buscar afianzarse. Publica un álbum en el 2006 llamado Modern Times. Es la última vez que gana un Grammy con su mejor producción en lo que va de este siglo.

Columbia ha continuado editando discos de rarezas y grabaciones caseras del músico. Este declara a Playboy hace más de treinta y cinco años: “lo más cerca que estuve del sonido que escuchaba en mi mente fue con bandas individuales en el álbum Blonde on Blonde. Es ese salvaje y delgado sonido mercurial. Es metálico y oro brillante, con todo lo que evoca”.

Escribe el poeta Allen Ginsberg, amigo de Dylan, en un poema titulado Huérfano salvaje: “para crear/ por medio de su propia imaginación /la belleza de sus bravíos/ antecesores –una mitología/ que no puede heredar”. Versos drásticos donde un superhéroe podría salvarse a sí mismo luego de recrear a sus antepasados. Dylan elige llamarle “desversiones”. Es lo que suele ocurrir en estos casos. Recuerden: los eufemismos malditos.