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El lobo, el bosque y el béisbol nuevo

Cuba-vs-EEUU-IIIPrácticamente todos tienen la razón. Unos más, otros menos, pero el hecho es que aciertan. A fin de cuentas, el cubano le sabe un mundo a la pelota, como siempre me dice Elio Menéndez... 

Sin embargo, me parece que el nuevo (y enésimo) revés del equipo nacional no obedece tan solo a momentos puntuales del encuentro. Se puede señalar aquí y allá, pero en el fondo hay algo más, y ese algo más es el punto neurálgico en esta desalentadora trama de fracasos que comenzó en Sydney 2000.

Quienes me leen saben que rechazo endilgarle las derrotas a los managers, habida cuenta de que ellos no son los que gozan de cuatro veces al bate por partido, ni los que tienen que buscar la esquina del home plate, ni los que cogen rollings o elevados. Para mí, casi siempre gana o pierde el pelotero.

(De ahí que se me antoje un sinsentido pensar que la maldita culpa sea de Machado, quien movió dudosamente a los relevos y erró al ordenar una jugada ineficaz -el amago de toque-, pero al final de cuentas tan solo disponía de un montón de peones y muy contadas piezas de calibre en el tablero de Toronto, como escribí previo a los Juegos en este mismo espacio. Al César lo que es del César, y a Roger lo que le corresponde. Seamos justos).

Por otra parte, tampoco considero que la decisión desfavorable derivara de la pifia de un árbitro. Después de ese dislate pavoroso, a pesar de la ceguera real o malintencionada de aquel hombre, Cuba llegó al último tercio con cuatro carreras de ventaja que debieron haber sido suficientes para garantizar el triunfo. El árbitro de primera, está clarísimo, no es culpable de la situación de nuestro staff de relevistas.

Ni Machado, ni el árbitro. Ni siquiera el equipo, que hace lo que puede con el talento limitado que posee en sus filas, tras verse desangrado por las bajas numerosas de los últimos tiempos. Abramos la ventana para verlo a la luz: más allá de un sinfín de factores posibles, eso que denominan deserción es la causa esencial del patinazo sabatino, y lo será de los reveses que vendrán, para los cuales se buscarán en su momento nuevos y engañosos chivos expiatorios.  

La realidad es obvia y no hay que darle tantas vueltas para asimilarla dignamente: perdimos porque hacen el béisbol mejor que nosotros. Idos los estelares, las segundas y terceras figuras han tenido que asumir roles protagónicos, y esa tarea no es cosa fácil ante profesionales, inclusive si son de poca monta como en los Panamericanos. (El mismísimo tonto de la colina sabe sobradamente que los principales peloteros cubanos, de la receptoría al cuadro, de los jardines al pitcheo, están en Grandes Ligas. Si vamos posición por posición y puesto a puesto, solo Alfredo Despaigne luce apto para la pulseada en plan de designado).

Así, achacar la reciente derrota a decisiones del mentor, errores arbitrales o la baja prestación ofrecida por algún jugador particular, no sería otra cosa que asumir la postura más cómoda frente al problema. Por lo menos, la más autocomplaciente, concentrada en echar pestes del árbol caído en lugar de mirar hacia el bosque, tan devastado a estas alturas y con un lobo aullante y amenazador en lontananza.

El lobo son las bajas y el bosque es la pelota nacional, que vive la más dura de las crisis que este cronista le ha conocido en tres décadas y media de leal, entusiasta y desinteresada afición. En una competencia de mentiras, da lo mismo si en Mantua o en Sibanicú, Juan Candela –aquel de pico fino- habría ganado por la milla con apenas decir que “nuestro béisbol goza de buena salud”.