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¿Contra la austeridad?

referendo grecia oxiSe trata aquí —insistiendo en el segundo de ellos— el sentido que los medios de “información” dominantes han dado a los conceptos Estado de bienestar y austeridad. A esa maniobra tergiversadora me he referido por lo menos desde 2003 y 2004, años respectivos de la publicación, en Cubarte, de “Nombrar para dominar” y “Muros, hegemonía, términos”. Ya entonces era más que ostensible el hecho de que, desmontado el campo socialista europeo, con el cual competían, las naciones más poderosas —léase: sus fuerzas dominantes— se vieron libres de la necesidad de presentarse como promotoras del bienestar para las masas, y, por el contrario, entendieron llegada la hora de convocarlas a la “austeridad”: en el fondo, a seguir hundiéndose en la pobreza.

Vistas las cosas en su orientación cardinal, más allá de contingencias y posibles bondades personales, ¿fue de veras en algún momento el bienestar del pueblo la brújula de las políticas de dichas naciones, regidas por la gran burguesía? Y la austeridad que crecientemente ellas demandan, ¿está acaso pensada para que la practiquen los dueños de la industria, del mercado y de los bancos, y de las armas, quienes viven en la plétora de riquezas y, llegado el momento, o desatan nuevas guerras de conquista o se declaran en quiebra, por medio de los bancos, para ser “rescatados” con las contribuciones de la población a la cual —valiéndose de formas de sometimiento resumibles en recursos como préstamos e hipotecas— siguen explotando y atando, y para renunciar a las más elementales responsabilidades de carácter social?

Todo debería estar bien claro a los ojos de todos. Pero, a juzgar por las estratagemas que siguen en marcha, y que cosechan éxito, no es exactamente así. Al margen de lo que sea pertinente decir sobre la consecuencia o la inconsecuencia —con los debidos matices y las correspondientes salvedades— del actual gobierno de Grecia, en el referendo del pasado 5 de julio el pueblo de esa nación dijo “No”, por abrumadora mayoría, a las exigencias del capitalismo neoliberal. Este se halla en manos de multimillonarios cada vez más ricos y que todo lo reducen a cuánto más pueden ganar aún, para vivir en una opulencia tan creciente como inmoral en medio de las penurias que se agudizan para la mayoría de la población.

La malévola propaganda dominante, con un éxito ideológico y verbal que se cuela incluso en el pensamiento y en la voz de defensores del pueblo griego y opositores del imperante capitalismo internacional, echa a rodar, primero, que Grecia votó contra la austeridad a la que finalmente —mientras no se pruebe otra cosa— se plegó luego el gobierno de ese país. En el sonado referendo, más del sesenta por ciento de aquel pueblo votó contra las condiciones de “austeridad” dictadas por los poderosos de Europa, no contra una austeridad verdadera.

Se rebeló, sí, y generó con ello esperanzas de alcance no únicamente europeo, contra las maniobras, empaquetadas como si fueran austeras, de una troika transnacional, leviatánica, formada por la Comisión Europea, el Banco Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Tan endiabladísima trinidad, que goza de la complicidad de la oligarquía griega, está interesada en seguir imponiendo al pueblo heleno los designios neoliberales que tantas calamidades han generado en el mundo, no solo en el llamado Viejo Continente, ni específicamente en Grecia.

Pero, de hecho, acusar a ese pueblo de haberse pronunciado, sin otras precisiones, contra la austeridad, implica una recriminación de índole moral, que se subsanaría con la aceptación de las mismas normas con que se le ha uncido a una crisis asfixiante y se le quiere mantener en ella. Al margen de cuáles sean las instituciones y los funcionarios que sirvan o continúen sirviendo de polea en la implantación de los dictámenes troikeros, el “nuevo” acuerdo encarna lo que el pueblo griego intentó conjurar con su enérgico “No” del referendo.

En “Syriza se ha rendido, es el momento de reforzar las resistencias populares” —artículo que desde el título reconoce la tragedia y llama a la acción necesaria para revertirla—, Theodoros Karyotis sostiene que lo acordado a despecho de lo que votó mayoritariamente el pueblo de Grecia significa, entre otras cosas, “vender todos los activos públicos”, principalmente “las infraestructuras básicas, como puertos, aeropuertos y la empresa de la infraestructura eléctrica”, y, además, “exige la abolición de la moratoria a los desahucios”.

Se abre así “el camino para una operación de expolio que amenaza con provocar un desastre” inhumano, “como bien sabemos por la experiencia española”, apunta Karyotis. Añádase que, según el mismo autor, “se prevé un aumento de los impuestos indirectos, un alza en los precios de los alimentos y el transporte” y “recortes en los salarios y las pensiones a través de un aumento de las contribuciones de seguridad social”. ¡Nada menos!

Con urgencia necesita el mundo cultivar la verdadera austeridad, y nada tiene esta que ver con los desafueros del neoliberalismo y del sistema que lo ha puesto a rodar para seguir engullendo pueblos. Sin una austeridad plena y consciente, que no debe confundirse con miseria, será harto difícil, para no decir impensable, que el género humano alcance el bienestar digno que requiere no solamente para disfrutar la vida, sino para que ella se libre de la extinción a la cual la van empujando los manejos capitalistas, responsables de tantos crímenes ecológicos y contra la humanidad. Para sostener este aserto, que no pretende ser ni es más apocalíptico que la realidad imperante en el mundo, no hace falta idealizar proyecto socialista alguno, ni desconocer los factores de descomposición interna que dieron al traste con el campo socialista europeo.

Tampoco sería serio olvidar que, para hacer frente al socialismo, a su deber de hacer realidad los sueños de felicidad colectiva, fabricaron dolosamente falsas ilusiones las potencias del capitalismo desarrollado y —como ha dicho algún estudioso lúcido— subdesarrollante de muchos pueblos y de otros conglomerados humanos. El menor de los espejismos construidos no era, no es, suponer que los procedimientos neoliberales asegurarían a las masas el bienestar general que pretensamente debió haberles venido de una socialdemocracia impulsada contra el socialismo y a expensas de él. Puesta en evidencia la falacia, las mismas fuerzas hegemónicas se declaran artífices de la austeridad que ellas tan lejos están de practicar. ¿Es inevitable seguir cediéndoles terreno, pensamiento y palabras?

La batalla es dura, pero ineludible. Entre sus armas de mayor alcance, los poderosos disponen de medios que les permiten falsear la realidad. La OTAN y sus servidores se han proclamado artífices de “bombardeos humanitarios”, y en ese entorno es también un desastre contra la humanidad mucho de lo que ocurre en el lenguaje. Colectivamente, hasta relevantes medios de información de izquierda, y, en lo individual, incluso sobresalientes comunicadores que son también de izquierda y honrados, hablan de “desastres humanitarios”, de “crisis humanitarias”, de “tragedias humanitarias”, y echan por la borda toda una tradición lexical que no hay por qué ignorar ni es preciso romper.

En esa tradición, humanitario no equivale a humano, sino a hechos y actitudes, e ideas, que tienen en común el hacer o tratar de hacer bien a la humanidad. Frente a tan costosa como innecesaria confusión sería o más bien parecería fútil —no lo es— detenerse a escudriñar en la prosperidad que, no solo en el periodismo deportivo, está logrando el uso de favoritismo como sinónimo de ventaja, cuando aquel vocablo designa el triunfo del favor inmoral contra el mérito y la equidad. Esas mistificaciones lexicales, ¿serán casuales, ajenas al pragmatismo capitalista que se expande como una plaga por el planeta?

Sin una verdadera y consciente austeridad fomentada frente a los desafueros del consumismo, que engrosa crecientemente las arcas de los millonarios; sin una firme austeridad ecológica para frenar la destrucción del hábitat natural del género humano —y de todas las especies en el reino de este mundo—; sin una austeridad efectiva que se manifieste con hechos en la actitud de la ciudadanía, la destrucción de la Tierra y el exterminio de sus pobladores se vislumbran como realidades cada vez menos lejanas, menos reductibles a las fantasías de la ciencia ficción.

Sin la austeridad que está fuera de los planes de las oligarquías capitalistas, con las cuales no deben tratar de competir, ni podrían hacerlo exitosamente —salvo al precio de renunciar objetivamente a las ideas y a las conductas que están llamados a personificar en actos y en conciencia—, los representantes del socialismo no estarán en condiciones de luchar ciertamente por el triunfo de ese modelo de producción y de pensamiento.

La actitud necesaria es cuestión de vida o muerte, y en ella deben conducirse de manera ejemplar no solo gobernantes y funcionarios representativos. Tanto como es cuestión de supervivencia para la humanidad, deben hacerlo la ciudadanía en general y, en ella, especialmente los familiares de representantes del afán de justicia social, si en realidad —o, mejor, si de verdad, para que no se cuele en el lenguaje ninguna adherencia venida de realeza— desean contribuir al triunfo de la equidad necesaria, que hoy parece alejarse, cuando hace unas pocas décadas podía parecer un poco menos remota, más cercana. Al rendir homenaje a un líder obrero, el gran poeta Nicolás Guillén pudo sostener: “La mañana se anuncia con un trino”. Ese trino es necesario construirlo día a día, palmo a palmo.

En la lucha insoslayable no se le debe ceder a ninguna fuerza social opresora —ni aislada ni formando parte de poderosos triunviratos o agrupaciones de tipo alguno— ningún peldaño, ningún terreno, ningún recurso, por insignificantes que pudieran parecer. No es banal nada que arrastre consigo pensamiento o comprometa la manera de ver y de asumir o rechazar la realidad. Si traicionado por quienes deberían guiarlo hacia el decoro, o humillado por un contexto feroz, o presionado por ambas circunstancias a la vez, el pueblo griego terminara sometido a los designios del fatídico tridente que se empeña en imponerle normas de vida, o de muerte, ese pueblo no quedaría sometido a la austeridad: quedaría sumido en penurias crecientes, que no se detendrán —no se han detenido— en las fronteras nacionales griegas.

El pueblo formado en la que fue tierra de Homero y de Pericles, y de tantas otras grandezas de la antigüedad, se hundiría en un agujero negro que está presto a tragarse a otros pueblos, o que ya los va devorando. ¡Ay, Europa, apártese del mundo ese cáliz terrible! ¡Ay, mundo, encarguémonos de romper ese cáliz cargado de veneno!