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Salvajismo racial

Familiares, amigos y vecinos de Charleston (Carolina del Sur, este de Estados Unidos) acuden a los funerales de las víctimas de la matanza de la iglesia afroamericana Emanuel, 25 de junio de 2015. Foto: AP

Familiares, amigos y vecinos de Charleston (Carolina del Sur, este de Estados Unidos) acuden a los funerales de las víctimas de la matanza de la iglesia afroamericana Emanuel, 25 de junio de 2015. Foto: AP

No pasa un solo día sin que se publique asesinatos, golpizas y torturas contra ciudadanos negros en Estados Unidos. Cierto que eso no es nada nuevo. El espíritu genocida de los anglosajones, primeros que llegaron a ese país de inmigrantes, comenzó con el exterminio de los indígenas.

Después de la abolición de la esclavitud en 1865, los sureños blancos sobrepasados en la población por lo negros instauran el Ku Kux Klan en 1871 para saciar su sed de venganza y porque temían a los esclavos liberados.

En 1871 se funda la Asociación Nacional del Rifle y se firma una ley que impide a los negros portar armas, debido al pánico de la sociedad blanca hacia los negros.

Las leyes de Jim Crow, leyes estatales y locales en los Estados Unidos promulgadas entre 1876 y 1965, que propugnaban la segregación racial en todas las instalaciones públicas por mandato de iure bajo el lema “separados pero iguales” y se aplicaban a los estadounidenses negros y a otros grupos étnicos no blancos en los Estados Unidos.

Surge el Movimiento de los Derechos Civiles frente a los blancos con con más de doscientos cincuenta millones de armas ya por aquel entonces, es decir, más de un arma por hombre blanco mientras se calculaban unos dos linchamientos de negros semanalmente a finales del siglo XIX y principios del XX.1

En l968 los servicios secretos asesinan a Martin Luther King y emplazan 21 000 soldados en las calles de las grandes ciudades sureñas, duplicando también la presencia policial.

Ahora, muchos años después, los asesinatos son algo imparable debido a que existe una industria armamentista con cientos de miles de empleados que dependen precisamente de la ley que permite a cada ciudadano tener armas de asalto, mucho más potentes que las de la policía. “Hace una década, en todo el país se vendían cada año unos dos mil millones de dólares en armas para uso personal”. 2

De no ser así la crisis de esa rama de la industria sufriría un gran colapso. Del mismo modo que el Pentágono necesita continuar con el negocio de la guerra, y requiere de inventar continuamente nuevos conflictos bélicos en cualquier parte y con cualquier pretexto dejando centenares de miles de víctimas y destrucción.

Sobre uno de tantos episodios de crímenes raciales, de los más recientes, el presidente Obama dijo –tras el asesinato a tiros de 9 personas de raza negra en la iglesia episcopal metodista africana Emanuel–: “no nos hemos curado de esto. Las sociedades no borran por completo […] lo ocurrido hace 200 0 300 años”.

Los responsables de las grandes desigualdades, de la discriminación y de todo el rosario de desgracias que aqueja a los norteamericanos negros y a otras minorías, y de millones de los habitantes más pobres, son quienes detentan el poder real, o sea, quienes acumulan más riquezas, entre ellos los de la industria armamentista.

Sin embargo, el asunto de la epidemia de las constantes matanzas, sobre todo contra negros en Estados Unidos, los elevados índices de muertes por la posesión de armas es problema exclusivo de ese país ya que hay otros, como por ejemplo Suiza, donde hay un número similar de armas por habitantes y sin embargo no sucede nada ni siquiera parecido. Entonces el problema no radica solo en las armas en manos de los estadounidenses sino en su salud mental, su historia y su sangrienta cultura.

Notas

1Moncho Tamames: La cultura del mal,Espejo de tinta, Madrid, 2005.
2 Ídem.