- Cubadebate - http://www.cubadebate.cu -

En el cajón... y con Norberto al bate

Codina (a la derecha), con el periodista Yasel Porto, al centro, y el autor de estas líneas.

Codina (a la derecha), con el periodista Yasel Porto, al centro, y el autor de estas líneas.

El deporte es, como tantas esferas de la vida, fuente y consecuencia literaria. Presentar un libro de Norberto Codina, venezolano de nacimiento, ciudadano del mundo y cubano por convicción, no es tarea fácil. Y no puede el cronista menos que admirar la difícil conjunción derivada de un alma poética vinculada al béisbol, donde se desdobla en conocimientos heredados, adquiridos y fomentados en el quehacer cotidiano. Como bien afirmara Roberto González Echevarría:

Sabemos hoy tanto sobre los orígenes del béisbol en Cuba (…) gracias a su estrecha relación con la literatura, que ha preservado la huella de su primitiva historia en revistas, crónicas, novelas y poemas.[1]

Bastaría con saberlo director casi vitalicio de La Gaceta de Cuba, esa revista orgullo nacional, donde convergen los más eruditos intelectuales del país y el exterior en diferentes temáticas, siempre bajo la lupa inquisitiva de quien la dirige, no como empresario, gerente o mandamás, sino con el prisma bien humano de servir al prójimo, que lo agradece en cada tirada. Pero a ello le suma los buenos oficios de la poesía y la edición, con varia sobras a su haber.

Quizás algunos se sorprendan cuando se nos aparece con un libro sobre la pelota, porque ha sabido penetrar en un deporte que trae de la cuna y le fortalece su envidiable sapiencia. Como buen cirujano, de ella se nutre y con el bisturí busca entrañas, no de bolas y strikes, carreras o larguísimos jonrones, sino cual sabio de la antigüedad, en un acercamiento definitivo con la cultura en su más amplio espectro antropológico, de matices psíquicos, sociológicos y hasta filosóficos. Porque nadie debe dudarlo: Codina es un hombre de la literatura hacia el béisbol, ¿o se trata de un hombre del béisbol llegado a la literatura? Tal vez haya de lo uno y de lo otro.

Cajón de Bateo, un texto de 255 páginas, publicado por Ediciones Matanzas en el 2012, constituye un monumento a la cultura de este país, a través de su deporte nacional. Pero no encontrará el lector solo pasajes recordados, a veces maltrechos, deformes. El autor ha sabido unir confesiones autorizadas, para eleva la obra al rango científico-deportivo-cultural.

Nada escapa a su pupila. Aquí encontrarán disecciones a la literatura, las artes escénicas, el cine, la música, la danza… Y nos asegura que: “Nuestros peloteros, sus jugadas y su historia, forman parte de lo universal criollo que integra nuestra identidad…” Una identidad que se forjó en la manigua, donde muchos héroes ya habían jugado a la pelota. Bendita conjunción de arte-deporte, aquella que unió en escasas setenta y dos horas, al béisbol oficial y el primer danzón. Uno con orígenes aristocráticos y el otro de mulatos libertos, que supieron unirse en el tiempo para hurgar en el corazón de una nación, desde el parto hasta el final, si lo hubiere.

Lo cierto es que el béisbol se convirtió en breve tiempo no solo en el pasatiempo nacional, sino en símbolo de identidad, escenario para la polémica y vehículo de expresión de las más diversas posiciones políticas. Dentro del proceso de construcción social de la nación cubana, el béisbol fue uno de sus ingredientes fundamentales, consolidando todo un imaginario nacionalista asociado a su práctica y a su historia simbólica fuera del terreno.[2]

El béisbol es el deporte nacional cubano y, como tal, ha ejercido una influencia determinante en la consecución de la cubanidad, desde que nos llegó de los vecinos del norte, en un franco proceso de transculturación, que nos ató de pies y manos a concepciones mercantiles, con el espaldarazo definitivo a la conformación de la Pelota Profesional Cubana, una derivación dependiente de las ligas profesionalizadas de Norteamérica, descarnadamente expuestas a través del Pacto de 1947, que elevó, entre otras, la voces reivindicativas de Lezama, el comunicador Dihigo, y de Guillén (el nuestro), que pueden encontrarse en este libro.

Todo aquí está regido por la Estética, que en el arte y el deporte expresa la esencia de la cultura espiritual, en su unidad material. Se trata de la interacción de entidades diferentes y semejantes de la cultura. Vista como una ciencia que tiene sus orígenes en la antigüedad, la Estética se nos presenta en lo bello y la fealdad, lo ridículo, lo sublime, lo fascinante, lo dramático y hasta la vileza. Y en ella navega la universalización del deporte.

Su forma más exquisita es la representación artística de la realidad, o de la fantasía creada y escenificada, en muchos casos tomada de la vida real, de lo cotidiano. Pierre de Coubertin, quien no en balde incorporó a las competiciones bisiestas el Pentatlón de las Musas, con riesgo de ser incomprendido, sentenció:

La idea olímpica es, a nuestros ojos, la concepción de una fuerte cultura muscular, apoyada por un lado por el espíritu caballeresco (le fair play), y por otro, sobre el culto de lo que es bello y gracioso. [3]

Infinidad de resortes dramáticos como la derrota, el dolor, el triunfo, la esperanza, el miedo, la alegría, el frenesí y la pasión, aparecen en el arte y el deporte. Pero hay que diferenciar entre lo dramático y lo dramatúrgico, entre un drama en acción (el deporte) y un drama representado (el arte). En nuestros días, la separación se estrecha cada vez más, quizás desaparezca. Así lo afirma el catedrático español Daniel Poyán Díaz:

Pero hay más afinidades todavía. La tan traída y llevada ley teatral de las tres unidades -acción, lugar y tiempo- resulta escrupulosamente observada en el deporte. El meticuloso cuidado con que los autores teatrales disimulan y ocultan el posible desenlace de la peripecia, corresponde muy estrechamente a la gloriosa incertidumbre del resultado deportivo que, por otro lado, puede ofrecer inagotables variaciones sobre el mismo tema sin repetirse nunca.[4]

El actor representa un personaje; el deportista a sí mismo. Gary Cooper “pudo ser” Lou Gerigh, pero Pedro Luis Lazo es solo él. Ambos desarrollaron el proceso de creación en la búsqueda del acto creativo. El campo esencial de uno es el intelecto, del otro la ejercitación física, mas suelen complementarse. En ambas manifestaciones se actúa, ninguna es la verdad total, aunque Codina nos recuerde a Buena Fe: Será que el béisbol se parece a la vida...

¿Actúa el deportista? ¿Compite el artista? Desde las primeras manifestaciones atléticas estuvo presente el arte. Así lo concibieron los griegos y continuaron los romanos. En la Edad Media, a las siete virtudes caballerescas se incorporaban actividades artísticas, que pudieron observarse en los pedagogos humanistas del Renacimiento, seguidos por los fundadores de la Gimnasia. Pero correspondió a Thomas Arnold, un clérigo protestante inglés, que se haría célebre por sus métodos empírico-deportivos en el colegio de Rugby, desarrollar las propiedades del deporte moderno para la formación de la juventud, con su clímax en la obra del barón de Coubertin.

Hay asunto para analizar en la comunión deporte-arte-espectáculo. Los paparazzis persiguen tanto al pelotero famoso como al artista encumbrado, con independencia de la calidad. A veces “fabrican” un cantante o un actor, pero el deportista tiene que partir de sus resultados para incorporarse al mundo de la farándula. Solo así pudo José Canseco considerarse un hombre de Hollywood:

Yo fui creado por los medios de comunicación. En la década de los 80, era una estrella de rock. Dondequiera que fuera tenía que llevar guardaespaldas. Lo tenía todo: el físico, la personalidad, todo. Era Hollywood. Cuando la mayoría de los aficionados pensaban en mí, no me veían jugando béisbol; pensaban: ‘Sale con Madonna’ o ‘Tiene un magnífico trasero’. Olvídese de cómo jugué una determinada noche; sabía que mi papel era dar a los medios y a los aficionados lo que realmente querían: una persona llamativa, con una imagen sobredimensionada y siempre se podía contar conque los medios exagerarían todo lo que yo hiciera.[5]

En este libro encuentran espacio, además, palabras de Hemingway, Padura, Omar Valiño, Carpentier, Julián del Casal, Tucídides, Elio Menéndez, Eladio Secades, Enrique Núñez Rodríguez, Estorino, Fernández Retamar, Peter C. Bjarkman y Mark Rucker, Julio Cortázar, Carlos Esquivel, Miguel Terry Valdespino, García Márquez, Eduardo Galeano, Jorge Luis Borges, Chavarría, y tantísimos otros. También se expresan jugadores insignes: Mickey Mantle, el inefable Yogi Berra, Hank Aaron, Antonio Muñoz, Adolfo Luque, Conrado Marrero, Alarcón, Chávez, Roberto Ortiz, Luis Tiant Jr…

Y no puede uno menos que envidiar en silencio, que este hombre se regocije con la amistad de Minnie Miñoso, un símbolo viviente, desconocido hoy en su patria, por obra y gracia de la desmemoria, que saltó de la cabina del central España, utilizada como refugio familiar ante un fuerte huracán, para romper la barrera racial de los latinos en las Mayores. Al compás de Cuando Miñoso batea, verdad, la bola baila el cha cha cha, soltaron sus pasillos el célebre jugador, Juan Formell y Codina, en un salón de Chicago.

De polémicas, desgracias, buenaventuras, jolgorios y velorios, se nutrió y nutre nuestra pelota, la misma que el autor lleva del nacimiento en la Isla, hasta la desaparición del profesionalismo, y la asunción hace más de medio siglo de las Series Nacionales. Es que para comprender estos tiempos beisboleros, hay que conocer los que les antecedieron. Por eso paso la bola a Norberto Codina Boeras, quien ha demostrado, una vez más, que nada podrá separarlo del ámbito cultural.

Y nos “amenaza” con una obra superior. ¡Como si fuera posible!

[1] Roberto González Echevarría: Literatura, baile y béisbol, en el último fin de siglo cubano. Tomado de La letra en el diamante, de Félix Julio Alfonso   López. Santa Clara. 2005, p. 24-25.

[2]Félix Julio Alfonso López: La letra en el diamante. Editorial Capiro. Santa Clara. 2005, p. 17.

[3] Pierre de Coubertin: Memorias Olímpicas. Parte I. Discurso de apertura de los Juegos de Londres 1908.

[4] Daniel Poyán Díaz: Deporte y Juegos Olímpicos. Conferencia ante la Academia Olímpica Española. Madrid 1988, p. 36.

[5] José Canseco: El Hombre Químico, Regan Books. Una Rama de Harper Collins Publishers. Estados Unidos, 2005, p. 130.