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Días raros

Foto: Ladyrene Pérez/ Cubadebate

Foto: Ladyrene Pérez/ Cubadebate

Vivimos no solo tiempos interesantes, como reza la profecía china, sino días raros, por decirlo de alguna manera. Si bien es cierto que Gerardo, Antonio y Ramón tienen que acostumbrarse al regreso, nosotros también. Es raro verlos en carne y hueso, risueños, y hasta intentando cantar. Es raro ver a Adriana con un embarazo a término; rara la anunciación de que tendremos relaciones diplomáticas con Estados Unidos, y rarísimo dejar de repetir Volverán.

Circulan por las redes sociales infinidad de mensajes, protestas, felicitaciones, y augurios. Cuba está en boca de medio mundo, y nosotros, en medio del mundo, boquiabiertos. A nuestra tradicional fama de chistosos, debe agregarse nuestra lenta asimilación de cambios, de novedades. Tardamos en creer que ciertas cosas puedan ser ciertas, o al menos, definitivas. No estamos acostumbrados a encuestas de opinión, y por eso perdemos la oportunidad de entrevistar en la calle a gente monda y lironda, a eso llamado “el ciudadano de a pie”. No obstante, resulta inevitable escuchar las más variopintas expresiones cuando salimos al mercado: “Y algo se esconde bajo la manga”; “¿Y si luego los republicanos tumban lo que ha hecho el demócrata?”; “¿Y habrá que seguir llenando planillas carísimas para pedir visas?”; “¿Y cuándo tendremos una sola moneda?” Nos encanta el ¿Y?

Quizás la razón sea que no tenemos respuestas ahora mismo: las sorpresas nos dejan a medio camino entre la alegría y el pasmo. Que de repente vuelvan quienes debían volver, y se restablezcan vínculos oficiales con un país al que siempre hemos amado mucho y de cierta forma odiado a la vez, es algo muy raro. Nuestros humoristas, cubanos al fin, guardan silencio. No es tiempo de chistes inmediatos. Ya aparecerá la parodia que corresponda a esta rareza de hoy, pero se necesita tiempo. Hay que digerir bien las noticias, sus consecuencias, predecir lo que viene, y solo entonces, encontrarle el costado cómico.

De repente, ya no necesitamos algunas consignas que pululaban por todo el país, y habrá que estimular la inventiva para sustituir vallas, lemas, letreros. Se agradece (Mucho) esta necesidad de cambio, porque inevitablemente da paso a la juventud. Los nuevos diseñadores tienen el desafío de acometer la redimensión de la cartelística urbana; los recién egresados del ISRI deben elaborar la nueva estrategia a seguir en términos de vínculos diplomáticos, los universitarios de ramas de la economía afrontarán nuevas actas mercantiles, y la sangre fresca de la facultad de Derecho, mostrar habilidades en fórmulas legales.

Para quienes llevan toda la vida anclados en otro esquema, la interrogante básica es ¿Y cómo haremos a partir de ahora? Los jóvenes nos contemplan con esa mezcla de conmiseración y vergüenza con que suelen tolerar nuestros discursos, de repente con tufo a anacronismo. Ya se sabe que lo más difícil de un proceso social es el cambio de mentalidad. Se requiere frescura, osadía y una nueva estructura, que sin descuidar los cimientos de esa casa metafórica que habitamos todos, garantice continuidad y renovación al mismo tiempo. En otras palabras: necesitamos Juventud. Sin miedo, con ímpetus, con lealtades y esperanzas, la hora de dejarles el camino a los jóvenes llegó. No se valen pretextos (por ejemplo, atribuirles inexperiencia): nosotros éramos inexpertos y aquí estamos. Si hemos sabido tolerar errores y seguir confiando; si hemos sido testigos de grandes momentos dolorosos y nos hemos levantado; si supimos valorar con intensidad el placer del sacrificio, debemos mostrar a nuestros hijos que si un mundo mejor es posible, son ellos los encargados de construirlo. Bienvenidos los cambios, y bienvenida sea la nueva Cuba.

(Tomado del blog Segunda Cita)