- Cubadebate - http://www.cubadebate.cu -

Haydée Santamaría y la condición humana

Haydee2

Era 1975 y estaba en una escuela secundaria básica en el campo en el entonces municipio habanero de Artemisa. Entrábamos a la beca el domingo muy temprano, después de almuerzo; mi amigo Boris[i] y yo decidimos escaparnos y entrar más tarde. Nos fuimos para la casa de su tía, allí nadie nos buscaría y ella no preguntaría, nos reiríamos un rato y más tarde nos iríamos al Lido a buscar la ruta 35 que nos llevaría a la escuela. Con suerte, alguien nos daría un aventón de Artemisa a Las Cañas, si no iríamos rompiendo monte hasta la escuela.

Llegamos a casa de Haydée y nos hizo almorzar de nuevo, siempre fue así; en la cocina mientras hacíamos cuentos comimos con la voracidad permanente de los adolescentes. Ella se reía con las cosas de Boris, de los cuentos de nuestras maldades, estaban también Abel Enrique y Celia María, sus hijos. Al poco rato llegó un grupo de personas vestidas de verde olivo, entre ellos, el Jefe de la Revolución que avanzó a grandes zancadas y sonriente nos dijo: “…se les va a hacer tarde para entrar en la escuela”. Por supuesto que salimos “pitando” por el pasillo de la cocina para la calle, maletines en mano, en estampida, sin despedirnos. Habíamos sido “casi” descubiertos, sorprendidos infraganti.

Fue la primera vez que vi a Haydée, acompañado de su sobrino, fugados ambos. Uno o dos años después le hicimos el cuento y nos reímos a mares. Ella nunca nos delató, aunque siempre, en lo adelante, cuando llegábamos a su casa nos preguntaba: “¿andan legales?”.

Acaba de ver la luz el texto: “Haydée, hace falta tu voz”. Un sueño compartido por varios, empezando por el del editor, Camilo Pérez Casal; un libro coral, de todos y de nadie, “armado” gracias al amor por Haydée Santamaría Cuadrado (1923-1980), a la generosidad de Silvio Rodríguez y Ediciones Ojalá, quienes aportaron los fondos para su publicación en esa editorial, de la poetisa Fina García – Marruz, que escribió un soneto original para el libro y de varias personas vinculadas a Haydée.

El libro tiene como centro a la personalidad de Haydée y está estructurado a partir de varios textos recopilados, que escribieron en su momento Fidel Castro, Juan Almeida, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, el Ché, Roberto Fernández Retamar, Jaime Sarusky, Thiago de Melo, Jorge Enrique Adoum, Cintio Vitier, Carlos Rafael Rodríguez, Melba Hernández, Eusebio Leal, Alicia Alonso, Graziella Pogolotti, Armando Hart, Jorge Luis Acanda y su hija Celia María Hart Santamaría; las dedicatorias de algunos libros a Haydée; cartas y testimonios de su autoría.

Quizás uno de los textos recogidos, que mejor la define sea la característica más resaltable para ella de lo que era un revolucionario: la condición humana. A la luz de las experiencias de vida, de observar comportamientos y actitudes, medidas tomadas y decisiones; algunas de ellas han reflejado una pérdida y en algunos casos hasta la carencia de lo que esta Heroína del Moncada, consideraba como la categoría más singular a resaltar por un revolucionario. Evoco uno de los testimonios reflejados en este libro que diferencia a Haydée, porque siempre la distinguió su humanidad.

 

“…si el accionar de un dirigente político no es congruente…, con los principios de la dignidad humana…, con el ejercicio activo de todos los derechos de la ciudadanía, con el desarrollo de las capacidades personales y las estructuras sociales que permitan la socialización del poder y de la propiedad, su actividad no es revolucionaria. El revolucionario no es un héroe perpetuo, las revoluciones las hacen no solo los héroes, si no millones de personas que, en su bregar cotidiano, en el desempeño de sus roles sociales son orgánicos – coherentes-…”[ii]

“Haydée era la primera en estar contenta por cualquier motivo, tenía siempre un embullo permanente para todo. Curaba a la gente en el central, cortaba los nacidos, ponía inyecciones, tenía un don para curar a la gente. Le gustaba ir al río, montar a caballo, ir al cine, le gustaban los helados. Le gustaba cantar. El mote de Yeyé se lo puso Fito”[iii].

“Temerosa por las ranas, Haydée era cariñosa y comprensiva, pero muy vehemente. Su hermano Aldo la recordaba como un temperamento fuerte, aunque dentro de eso era dulce y maternal, muy sentimental y por lo general justa. Solía enfrentarse a los problemas aunque al hacerlo se creara problemas ella misma”[iv].

Una de sus características más destacables fue su fidelidad extrema a Fidel. En carta desde la cárcel de Guanajay a sus padres, Haydée escribía: “Mamá, Abel no nos faltará jamás. Mamá, piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel quería. Mamá, piensa que Fidel también te quiere, y que para Abel, Cuba y Fidel eran la misma cosa, y Fidel te necesita mucho”[v].  Leyendo el texto se comprenderá que Fidel fue para ella los ojos de Abel.

Más de una vez tuve el privilegio de oír a Melba hablar de Haydée, una de ellas la escuché decir: “Yeyé no solo era mi hermana, era yo en otra dimensión”.

Pero los Santamaría no solo fueron Abel y Haydée. Aida, Aldo y Ada tuvieron también una peculiar forma de ser que distinguió a la familia.

De izquierda a derecha Abel, Aida, Benigno, Ada, Joaquina, Haydée y Aldo.

De izquierda a derecha Abel, Aida, Benigno, Ada, Joaquina, Haydée y Aldo.

Silvio Rodríguez recuerda: “De la otra mujer –Aida Santamaría- se pueden decir tantas cosas que voy a decir solo esta, simbólica y duradera: ella me regaló la primera guitarra. No tengo que agregar nada más: ya en este libro se han explicado lo que significa la guitarra en el corazón de un trovador”[vi].

Un mediodía antes de irme a Angola, en 1980, fui a despedirme de Aida. Estaba acostada en su cama, sufría de una rara enfermedad, se le partían los huesos al menor movimiento brusco. Silvio Rodríguez, sentado en un sillón a su lado, cantaba una canción. Al terminar la pieza dije: es una canción triste. Silvio me respondió: “es que tú estás triste”. Ella, que sabía del motivo de mi visita, comprensiva y en su tempo le dijo al músico: “…él va para el mismo lugar de donde tú regresaste”. Silvio fue tolerante con aquel joven de 20 años que se iría a otras tierras del mundo, miró y sonrió. Al regreso de la aventura, 28 meses después, la primera persona que me visitó en casa fue Aida, quien con su amor, sin excesos, me dijo: “feliz regreso, hay mucho que hacer”.

Aldo era un hombre serio, de pocas palabras y daba la impresión de ser hosco, sin embargo, era una persona con una capacidad muy grande de escuchar a los demás. Quería mucho a sus hermanas. Revolucionario y fidelista, fue no solo un combatiente de la clandestinidad y la sierra, como sus otros familiares, sino que guardó, entre muy pocos, silencios y secretos de Estado. Era un buen bailador y de vez en cuando “se escapaba” con su hermana Adita a hacerlo. Supo brillar por sus propios méritos y construyó con modestia una fecunda trayectoria, llena de esfuerzos y sacrificios. Como jefe de tropas y marino que fue, educó a sus subordinados en el valor, la modestia y la preocupación por el hombre.

Junto a Ada trabajé en la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales en 1983. Ella se empecinó en hacer que el disco fuera cultura, y desde su Departamento de Diseño trató que cada registro fonográfico estuviera diseñado a la altura de lo que la música cubana significa para el mundo. No solo fue el hada que hizo bailar al Che, o al menos trató que lo intentara en la noche de celebración del primer 31 de diciembre tras el triunfo de la Revolución, fue también el hada madrina de muchos, nos dio cobija y hasta dinero –de su estrecho y modesto peculio-, también comida, cariño y comprensión; sobre todo esto último, sin pedir nada a cambio, incluso ni que la comprendieran y se fue de un cáncer a destiempo. Su casa fue mi casa, nuestra casa. Ayudó a muchos a comprender a la revolución y se enfrentó a los mediocres y a los timoratos siempre, para hacer valer la condición humana, sobre todo la de los más humildes y desposeídos, y la de quienes eran “tocados” por la injusticia.

Evocar a estas personas durante estos años me ha descubierto que hablar de quienes se quiere, y ya no están, es muy duro. El amor no deja decir las cosas en toda su dimensión, roba las palabras, las frases, la voz, debe pasarle a Silvio con sus notas para una canción[vii], a Roberto Fernández Retamar, a los pablos  -Milanés y Pablo Armando- y a muchos otros que tanto quisieron a los Santamaría.

Las vidas de estos seres humanos fueron reales para probarnos que existe lo que en la teoría de la poesía se llama “figuras patéticas”, porque trascendieron de seres humanos para convertirse en recursos emocionales provenientes del “pathos”, ecos que el hombre primitivo nos legó como tenencia antropomórfica del misterio de la vida[viii].

Entre los tristes privilegios que tuve, acompañé a Haydée y Ada (1980 y 1991) en sus adioses definitivos de la tierra. Aldo y Aida se fueron en momentos en que no estuve en Cuba (2004 y 2005). Como Celia María escribiera aquel 24 de febrero del 2005 sobre Aida, por demás, día del nacimiento de Ada: “…la última rama de ese árbol milagroso (los Santamaría) acaba de ser devuelta a la tierra, se cierra así un capítulo extendido de esta obra peculiar de la revolución, …la magia no murió con ellos, algo muy hermoso e indefinido termina por cerrarse en esta luminosa historia de una revolución fabricada a pluma de ángeles…”; así misma, premonitoriamente, se anunció: “Ahora puede ser el fin, al menos para nosotros…[ix]” Nadie lo sabrá nunca.

 

Y “hoy mi deber era….” escribir sobre un libro; me he dejado llevar por algunos recuerdos, y he quedado atado profundamente a algunas remembranzas, a sus miradas profundas y penetrantes, que me acompañarán, como el mismo acto de evocarlos, hasta el fin de mi tiempo. Me he dejado traicionar por las emociones, tal vez, porque siento que soy uno de los huérfanos que la poetisa describe; y tengo la suerte de que aún mis padres vivan.

Quiero contribuir, por lo que fueron, por lo que fue Haydée, a que su voz no se extinga, que no devenga en un abusivo poster o un artículo conmemorativo de vez en cuando, publicado en el recuerdo de algún que otro aniversario y que su nombre no aparezca formando parte de un aburrido texto.

Alejandro Román Salsamendi una noche me regaló una reunión en La Habana con algunos de los Santamaría más jóvenes; traté de encontrar en sus miradas las de sus mayores, fallidamente; tal vez para que se cumpla el aquello de “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, no estaban. No seremos los mismos.

La lectura de “Haydée, hace falta tu voz”,  que Ediciones Ojalá nos entrega,  puede ayudarnos a recordar a quien demostró como pocos que coherencia ideológica y sensibilidad cultural son posibles y que la vida, efímero tiempo, vale la pena vivirla si se consagra a una causa justa.

Una respetuosa y última acotación, Haydée se quitó la vida, no perdió ninguna batalla, porque la suya, la mía y la de muchos - por ser mejores seres humanos y no perder la condición humana- la libramos todavía, solo que ella no pudo sobreponerse a la tristeza.


[i] Boris Martín Santamaría (1963-2013), hijo de Aida Santamaría Cuadrado.

[ii] Ver en este texto, Jorge Luis Acanda: “El personaje femenino más simbólico de la Revolución”, págs. 101-108.

[iii] Adolfo Vázquez Cuadrado (Fito). Transcripción de una grabación realizada a Ada Santamaría Cuadrado en 1985, propiedad del autor.

[iv] Ver enhttp://tuneraencienfuegos.blogspot.com/2012/12/haydee-santamaria-cuadrado-entre-el.html.

[v] Ver en este texto, Haydée Santamaría Cuadrado: “Carta a sus padres desde la cárcel de mujeres de Guanajay”, págs. 158-160.

[vi] Ver pág. 287, Víctor Casaus y Luis Rogelio Nogueras: (1984): “Silvio: que levante la mano la guitarra”.  Editorial Letras cubanas, 320 págs.

[vii] Ver en este texto, Silvio Rodríguez: “Apuntes para una canción a Yeyé”, págs. 113-118.

[viii] Ver pág. 182, Mirta Aguirre (1982): “Introducción a la filosofía del lenguaje figurado”. Universidad de La Habana, Ciudad de La Habana, 312 págs.

[ix] Ver en este texto, Celia María Hart Santamaría: “El último vuelo de los Santamaría”, págs. 71-74.