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Mejor asuma su derecho a permanecer callado

Me pregunto qué dirán los representantes del gobierno norteamericano cuando el venidero 28 de octubre se vote en la Asamblea General de Naciones Unidas (AGNU) un nuevo proyecto de Resolución que condena a Washington por el criminal bloqueo que impone a Cuba desde hace más de 50 años.

Todo ciudadano estadounidense, al ser apresado por las autoridades de su país, tiene el derecho por ley a mantenerse callado. Ello es lo que deberían hacer los delegados de la Casa Blanca ante la ONU, luego que la comunidad internacional refute el lunes próximo por abrumadora mayoría, como ha sucedido durante 22 años consecutivos, el frustrado cerco económico, financiero y comercial que aplica a la mayor de las Antillas.

Cuba ha reiterado, a pesar de esa política agresiva de las sucesivas administraciones norteamericanas, su disposición a colaborar con sus vecinos del norte ante problemáticas complejas que afectan a la humanidad, como la actual epidemia del ébola que azota actualmente al mundo, y especialmente a las naciones africanas.

El líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, lo suscribió en su reciente artículo titulado La hora del deber, y el presidente Raúl Castro lo ratificó en la inauguración de la Cumbre Extraordinaria sobre el ébola de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), concluida en La Habana hace pocas horas.

Fidel subrayó en su texto que su país gustosamente cooperará con el personal norteamericano frente a esa epidemia, y no en la búsqueda de la paz entre dos Estados que han sido adversarios durante tantos años, sino en cualquier caso, por la Paz para el Mundo, un objetivo que puede y debe intentarse, apuntó.

Por su parte, Raúl expresó en la apertura de la histórica cita del ALBA, organizada por Cuba y Venezuela, que sus compatriotas están dispuestos a colaborar con todos los países, incluido Estados Unidos, para erradicar el ébola.

Esas muestras de solidaridad de la nación caribeña son reconocidas por la ONU y en todo el mundo, y bien conocidas por Washington, que incluso admitió a través de su propio Secretario de Estado, John Kerry, la contribución de la denominada Isla Bonita a la lucha contra el ébola, como además lo hicieron el diario The New York Times, en un Editorial, y otros periódicos norteamericanos.

En un trabajo periodístico del pasado 30 de septiembre escribí que Washington bloquea a Cuba, el país que más vidas salva con su prestigioso Ejército Pacífico de Batas Blancas, ahora presente con Brigadas Médicas de expertos en África Occidental.

Señalé que la mayor de las Antillas, no obstante la guerra económica que se le impone, siempre estará presta a brindar asistencia sanitaria en cualquier rincón del planeta tierra, un derecho humano fundamental que la Casa Blanca ha despreciado siempre.

Las interrogantes son ahora: ¿Qué dirán los diplomáticos norteamericanos cuando se vote el 28 de octubre el proyecto de Resolución contra el bloqueo en la ONU? ¿Justificarán una vez más su fracasada postura hacia Cuba?

Lo menos vergonzoso que pudieran hacer es asumir el derecho que tienen todos los estadounidenses a permanecer callados hasta ser juzgados, y en el caso de los representantes de Washington, aceptar mudos la nueva condena de la comunidad internacional por mantener cercado al pueblo cubano.

Demasiado seria pedirles que votaran contrario a su propia política, refutada por todos los pueblos, entre ellos el norteamericano.