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Equipo Granma: ¿Acaso no matan a los caballos?

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Equipo de Granma. Foto: Archivo.

La pregunta del título no es mía. Se la hizo Horace McCoy en una cáustica novela sobre los años 30, pero resulta que me sirve para enfilar el comentario en torno a los sucesos que han afectado a los Alazanes granmenses en la última semana.

Mi comentario empieza así, con una afirmación inapelable: cuando llueve demasiado, los juegos de pelota se suspenden. Pasa lo mismo si falla el alumbrado, las condiciones de iluminación son precarias, o el terreno no ofrece garantías para el buen desarrollo del encuentro. Todo eso es comprensible: cuesta mucho agarrar una bola empapada, fildear un fly a oscuras o correr por la tierra cenagosa. Sin embargo -he aquí otra afirmación inapelable-, es peor jugar enfermo.

Si lo duda, pregúntele al equipo Granma. El calvario de los Alazanes empezó en el Hotel Zaza el jueves anterior, una vez que 14 de sus miembros presentaran un cuadro diarreico agudo que forzó la suspensión del tercer choque contra Sancti Spíritus. Algunos jugadores recibieron pronto el alta médica en el Hospital General Camilo Cienfuegos, pero varios debieron continuar recibiendo atención especializada, con hidratación por vía endovenosa y las quimioprofilaxis de rigor.

Hasta ahí la situación era lamentable, pero no inusitada. Lo increíble –para que usted corrobore que la realidad siempre supera a la ficción- sobrevino cuando la Comisión Nacional decidió que la escuadra debía partir de inmediato a occidente para cumplir su compromiso versus Pinar del Río.

El teatro del absurdo se habría vanagloriado de la escena: con la ausencia de cuatro elementos –incluida la estrella de la novena, Roel Santos-, debilitados por diarreas y vómitos varios de los otros, Granma salió (más por obligación que por deseos) al diamante del Capitán San Luis, ofreció una impresión de caballo extenuado y acabó siendo víctima de una lechada de tan solo cuatro hits.

Ahí no paró la cosa. Al final, en Pinar solo pudo disputarse ese juego –al que incluso debió estar ajeno el director Carlos Martí, también enfermo-, y resultó que como era de esperar los granmenses viajaron en vano y el combustible se despilfarró. Mal empezó la historia, y mal desembocó.

Ahora el equipo deberá navegar, como el salmón, contracorriente. Tendrá que encarar las secuelas del brote diarreico y el cansancio derivado de la irrazonable visita a Pinar, para enfrentarse a los inspirados Industriales en Bayamo con pronóstico evidentemente adverso. Máxime teniendo en cuenta que sus peloteros, algunos bastante maltrechos, llegaron hoy a las tres de la madrugada a su provincia.

“La lógica dice que un equipo repleto de enfermos no estaba en condiciones de jugar –me comentó el manager Martí por vía telefónica. Pero yo espero que mañana los muchachos se reincorporen. Hay que seguir jugando así, con los que estén más o menos aptos para hacerlo. Es la única opción”.

Nada más parecido –para decirlo en términos ajedrecísticos- al sacrificio de una pieza. En el empeño ciego de evitar alteraciones en el calendario competitivo, el organismo beisbolero pasó por alto que existen límites infranqueables para el esfuerzo físico, y lo más triste del caso, ignoró la premisa de que por encima de todo –a cien mil años luz del campeonato y su organización- está el cuidado de la salud del hombre.