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Del paquete y otras visitaciones

Mientras leo en la sala, llega mi hija Olivia, indignada porque en un programa de televisión acaba de escuchar que en Cuba no hay educación, y ni escuelas tienen los muchachos. Entonces, con esa vehemencia que no conoce de pausas, dice: “y qué se creen estos descarados que no saben de lo que hablan, mira que yo acabo de soltar las libretas hace una rato, porque si no mañana en la clase…”.

Se divierte Olivia con algunos materiales del llamado “paquete de la semana” y a ratos hasta me sugiere una “buena película”, si bien no siempre da en el blanco.

Pero —faltándole dos meses para cumplir los catorce y en tercer año de secundaria— ya no acepta de manera pasiva todo lo que ve o, lo que es igual, gradualmente va en vías de convertirse en una espectadora con opiniones.

De ahí que viendo uno de esos bodrios del reality show realizados en Miami (donde una supuesta jueza arma un espectáculo de vozarrones y violencia “para los que se lo crean”), salte ofendida y venga a quejarse con ímpetus de sensibilidad herida porque ha oído gritar, con no poco odio ante las cámaras, que en Cuba no hay escuelas.

A los seguidores del “paquete” y, al “paquete” mismo, sepan desde ya que las líneas por venir no serán de condena, porque de ser así este servidor también se salpicaría con las llamas, pues he visto películas y documentales interesantes, procedentes del envío semanal.

Pero el “paquete”, y su función de “entretener” a partir del abanico de posibilidades que ofre­ce, se prestan, en alguna forma, para ha­blar de la necesidad que tiene la humanidad de armarse de discernimientos y miradas críticas ante un mundo-vidriera que, desde la mundialización de una llamada industria cultural, convierte la política y la ideología (muchas veces amasadas con la bobada embelesadora) en sostén de sus conveniencias mercantiles.

Una industria cultural que no está sola, sino que actúa bajo el gran paraguas propagandístico de los grandes medios, que son, desde siempre, los que llevan las riendas de la información y de los matices que a ella se le impregnan.

Bastaría citar solo la historia del cine de Hollywood relacionada con argumentos históricos, políticos, o de confrontaciones ideológicas, para tener una idea de la manipulación a que han sido sometidas generaciones enteras en cualquier lugar del planeta.

¿Pero manipuladas por causa de qué?

En lo fundamental, por el desconocimiento, o la incultura del espectador. E igualmente, las tergiversaciones amañadas, esas que de niños nos ponían a pelear, porque nadie quería ser indio y todos vaqueros.

Entre los buenos, regulares y malos filmes y documentales que trae el “paquete”, sus seriales con historias (no todas) lacrimosas y folletinescas, y otras de buen humor; información variada, en la que predominan el amarillismo y el cotilleo de farándula (que si Pepito estuvo con fulana…), los musicales, programas procedentes de Miami, algunos amenos, aunque no faltan los dardos en contra de la Revolución cubana, unidos a la vulgaridad y la cultura kitsch más ramplona, con todo ello, y un poco más (antivirus y otras aplicaciones para computadoras que se ofrecen, etc)… pudiera pensarse que, como en botica, hay en el “paquete” “opciones culturales” para escoger frente a una televisión cubana que algunos, un poco a la ligera, y sin referentes, califican de mala.

No faltan espectadores a los que el “paquete” les ofrece la vana sensación de gozar de una libertad absoluta para ver lo que se quiera y no “lo que me transmite la televisión”, cuando el término más exacto sería “libertad para ver lo que otros me colocaron en el ‘paquete’”. Materiales, a veces, que por no tener ese espectador fácil acceso a ellos, se tornan más interesantes y amenos de lo que en realidad son.

Hay —eso sí— una ventaja por parte del “paquete”: puede abrirse en el momento en que uno desee y escogerse sus ordenados materiales, incluso, acorde con el estado anímico que se tenga.

En lo relacionado con el cine, la televisión cubana exhibe mejores y más variados filmes de los que vienen en el paquete, que si bien son de la más reciente producción, una buena parte procede de la cinematografía norteamericana y de otras pocas nacionalidades. Solo que los filmes de la televisión, representativos de las más diversas cinematografías y temáticas, y no pocos premiados en festivales internacionales, al diluirse en varios canales sin contar con una promoción en todos los casos eficiente, suelen desdibujarse en una marea donde lo que vale menos se confunde con lo que vale más.

También la calidad de los seriales de la televisión es mejor.

Recuerdo las palabras de una joven psicóloga en el programa Hurón azul, de la UNEAC, cuando al referirse al tema de marras dijo con una seguridad absoluta: “cuando hay Pánfilo, no hay ‘paquete’”.

Pero ese es un tema para la televisión y estas líneas no son —ya lo dije— para estigmatizar el paquete.

Tengo amigos muy talentosos que opinan que las trascendías culturales del “paquete” no son para tomárselas muy en serio y que el ser humano necesita de un poco de banalidad como sosiego en su batallar diario.

Pudiera estar medianamente de acuerdo si no fuera porque ellos están formados en cuanto a la apreciación del gusto y otros ideales estéticos, y pueden reírse y gozar de las pi­cuencias de ciertos programas, mientras que otros, por el contrario, —nacidos ayer, o sin formación—, se tragan muy en serio lo que están viendo.

De lo bueno y lo discutible que trae el “paquete” pudiera aprenderse mientras uno se entretiene.

Pero ninguna enseñanza mejor que poner en activo la inteligencia y ciertos aprendizajes que nos permitan comprender (y hacer comprender a otros) que, entretenerse no es chuparse el dedo con lo que se está viendo, después de tragarse el gato por liebre.

Si hace dos o tres años mi hija sufría con los trucos sentimentaloides de un programa como Belleza latina, ya hoy comprende que detrás de cada emisión hay una maquinaria burdamente engrasada para lucrar con las emociones de los televidentes.

Se divierte ella con materiales del “paquete” y me gusta escucharla reír a lo lejos, pero también verla saltar ofendida cuando oye decir virulencias tales como que en Cuba no hay escuelas.

(Tomado de Granma)