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Alí Rodríguez, revolucionario en todas las tormentas

Alí Rodríguez Araque. Foto: Correo del Orinoco.

Alí Rodríguez Araque. Foto: Correo del Orinoco.

El presidente Nicolás Maduro, entregó en la noche de este lunes la Orden Libertadores de Venezuela a Alí Rodríguez Araque, en reconocimiento a sus méritos dentro de la Revolución Bolivariana, principalmente por su papel como Secretario General de la Unasur. Publicamos el prólogo de Antes de que se me olvide, de Rosa Miriam Elizalde, libro que viaja a través del pensamiento y los recuerdos del venezolano, nombrado otra vez  Embajador de su país en La Habana.

Las conversaciones que desembocarían en Antes de que se me olvide se prolongaron durante seis años y tuvieron por escenario La Habana y Caracas. Los intervalos frente a la grabadora se abrían o cerraban de acuerdo con los itinerarios de Alí Rodríguez Araque, siempre a la vera de alguna crisis de dimensiones homéricas, que desataba las furias de la oposición venezolana, y que él enfrentaba desde una imperturbable serenidad.

“Vivir en armonía no quiere decir que no tengas conflictos, sino que puedes convivir con ellos serenamente”, me dijo, palabras más o menos, cuando terminamos la última sesión de entrevistas, en abril de 2012 y mientras remontábamos el Malecón habanero, rumbo a mi casa. Al rato cantábamos juntos una canción que él había aprendido quizás en la guerrilla y yo en la secundaria, cuando iba a la Escuela al Campo en Cuba:

Una mañana de sol radiante,
Oh, bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao,
una mañana de sol radiante
salgo a buscar al invasor.
Y si me matan en el combate,
oh bella ciao, ciao, ciao...
Y si me matan en el combate,
dejo en tus manos mi fusil.

Recuerdo este momento porque no habría querido mejor cierre para la larga entrevista que se inició a instancias de Bernardo Álvarez, hoy Presidente de Petrocaribe. A él le agradezco conocer a un hombre del Renacimiento en pleno siglo XXI, que sabe de música, literatura y pintura, tanto como de economía y filosofía, y el único ser humano que yo conozca que se haya leído decenas de veces y por puro placer los tres tomos de El capital; un teórico marxista devenido experto petrolero que, para colmo, se enfrascaba en un combate guerrillero con el FAL no demasiado lejos de un libro de Gabriel García Márquez.

Un sabio cuyo signo de identidad ha sido estar siempre al lado de los pobres y en guerra declarada contra los aparatos de poder que multiplican miserables y concentran grandes fortunas en unas cuantas manos.

Esta incursión periodística ha sido para mí, además, el pretexto perfecto que me permitió seguir el hilo vital de una de las pocas personas en Venezuela que puede ayudar a comprender mejor los bastidores de la historia de ese país en el último medio siglo. No solo porque la ha estudiado a profundidad, sino porque ha sido uno de sus protagonistas y hacedores principales.

Siguiéndole la pista se puede ver a la nación venezolana, como en una secuencia cinematógrafica, con sus hitos perfectamente delineados: el joven de las luchas estudiantiles contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez se convierte en el Comandante Fausto de la guerrilla, y más tarde demuestra inmensas dotes de negociador al coordinar con el gobierno de Luis Herrera Campins la pacificación de los grupos revolucionarios armados, para reaparecer unos años después dando la batalla en el Congreso Nacional contra la “Apertura Petrolera”, escandalosa política privatizadora del principal recurso natural del país.

El libro que al final construimos no es biográfico, aunque los trazos de la vida personal de Alí estén en cada capítulo y él tenga la capacidad, al narrarnos sus aventuras, de transportarnos a Ejido —donde nació—, al liceo Lisandro Alvarado, de Barquisimeto, al Frente José Leonardo Chirinos, en la Sierra de Falcón, o a varias oficinas ministeriales en Caracas, en la Presidencia del Comandante Hugo Chávez, líder al que admira y acompaña desde los días de la conspiración que conduciría a la rebelión militar del 4 de febrero de 1992.

Antes de comenzar a grabar, habíamos decidido que los sucesos más reconocibles de su biografía no serían la columna vertebral de estos diálogos. Nos concentraríamos en la intrahistoria de la cual hablaba Unamuno, los hechos permanentes y generalmente menos visibles de la vida nacional, que definen su alma y su cultura, sin desdeñar algunas reflexiones teóricas y una mirada internacional de fuerte anclaje latinoamericano.

Pero “hay un país petrolero dentro del país Venezuela”, como diría Rómulo Gallegos, de modo que en este libro no se reconocería al primer ministro de Energía y Minas del gobierno del Presidente Hugo Chávez, sin el mineral fósil, o para ser precisos, sin el análisis del problema de la renta petrolera. “Me he dado cuenta de que los marxistas de América Latina no le han dedicado tiempo al estudio de la renta de la tierra, que es crucial para entender los problemas en nuestra región”, me comentaba Alí con preocupación durante uno de nuestros encuentros más recientes, en los que releíamos las primeras preguntas y respuestas, ya casi olvidadas.

Por eso él vuelve una y otra vez a meditar sobre el tema, siempre desde una perspectiva diferente, y en este ámbito sus reflexiones son, a mi juicio, un aporte excepcional a la teoría marxista y al pensamiento latinoamericano.

También conversamos más de una vez que en ochenta y tantas horas de grabación se corre el riesgo de hablar demasiado, de modo que un buen día paramos la máquina para no convertir Antes de que se me olvide en una enciclopedia interminable. A propósito no quise hacer más correcciones que las imprescindibles en la transcripción. He preferido mantener el tono, la cadencia de la palabra de Alí, tal y como yo la escuchaba, fresca y honesta, sentada frente a él, como su propia explicación de por qué fue posible la Revolución Bolivariana, resultado de la voluntad de cambio de un liderazgo concertada con la necesidad de cambio de una inmensa mayoría del pueblo, ajena a cualquier ley determinista, una revolución que depende de los hombres que en ella participan, de su capacidad de sacrificio, de su ética.

En cuerpo y alma, está en estas páginas, el revolucionario que en las líneas finales nos confiesa que “vive la vida con autenticidad y fruición” y que ofrece, desde el principio hasta el final, el lúcido testimonio de una de las grandes conciencias contemporáneas que ayuda a entender el pasado, el presente y el futuro de Venezuela.